Un libro de Luis Antonio Cardenal Tagle (Publicaciones Claretianas) La recensión es de Jesús Sastre García
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Título: “He aprendido de los pobres”. Mi vida, mi esperanza
Autor: Luis Antonio Cardenal Tagle
Editorial: Publicaciones Claretianas
Ciudad: Madrid, 2016
Páginas: 152
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JESÚS SASTRE GARCÍA | El arzobispo de Manila, Luis Antonio Tagle, dedicó su tesis doctoral en Estados Unidos a la colegialidad episcopal y, actualmente, preside la Pontificia Comisión Bíblica y Cáritas Internacional. Alguien que le conoce afirma: “Tagle tiene mente de teólogo, alma de músico y corazón de pastor” (J. Allen). Este libro es fruto de doce entrevistas al cardenal filipino realizadas por Gerolamo y Lorenzo Fazzini.
Vaya por delante que el tipo de entrevista realizada no busca ensalzar a la persona o recabar sus opiniones, sino procurar que aflore su vida, el día a día, las convicciones personales del entrevistado y su posicionamiento sobre temas “candentes”. Tagle se expresa de manera muy sencilla y cordial, de tal modo que el resultado final es una biografía desde la perspectiva humana, espiritual y eclesial del entrevistado. El hilo conductor de su vida y ministerio ha sido y es el modo de atender a las personas con las que se ha encontrado; por eso, los entrevistadores invitan al lector a que comprobemos “cómo la sorprendente serenidad y la luminosa alegría que manifiesta constantemente este hombre tienen una raíz muy profunda que brotan de lo Alto” (p. 13).
Los siete capítulos recogen en sus títulos las claves que definen la personalidad del cardenal Tagle: hijo del pueblo, de estudiante de medicina al seminario, sacerdote para aprender de los pobres, hombre enamorado de la teología y encarnado en Asia con un corazón universal. En algunas frases o hechos de vida se condensan los rasgos de su personalidad; escogemos algunas a modo de ejemplo: “Me obligaba a traducir la fe en las diversas situaciones que un sacerdote tiene que vivir… ¿Cómo presentar la fe de una manera a la vez más viva y concreta?” (p. 48).
Estando en el seminario, también como rector, intentó formar pequeñas comunidades de base entre los seminaristas y compartir las tareas con los empleados de la casa. Siempre ha llevado un estilo de vida sencillo, colabora en los servicios domésticos, usa el transporte público, visita las periferias… Su preocupación por los más necesitados, desde una presencia encarnada, ha sido para “elevar su dignidad escuchándolos” (p. 49). “La espiritualidad pastoral incluye la defensa de los derechos humanos” (p. 56).
Teólogo y pastor
Como teólogo y profesor de teología, tiene claro que la teología es “discurso sobre Dios”, pero no algo académico, “sino más bien como esfuerzo continuo, cotidiano y apasionado por hacer que la presencia de Dios sea elocuente y viva en el mundo que vivimos” (p. 67). Se trata de que nuestros conciudadanos prueben que el cristianismo les “conviene” al hombre y a la sociedad.
Como teólogo y pastor, hace esta llamada: “Los teólogos deben tener un poco más de olor a oveja” (p. 75). “La teología debería basarse en una buena pastoral, igual que la acción pastoral debería apoyarse en una buena teología y no quedar libre de ella” (pp. 75-76). Como obispo, ha querido seguir dando algunas horas de teología. Al teólogo le exige tres características: creyente que al escribir no haga sombra a Dios y a sus obras, que esté lleno de amor por la gente y la vida, y que tenga sentido del humor para no ser autorreferencial.
Por los centros donde ha estudiado y los formadores que ha tenido, ha incorporado a su espiritualidad el discernimiento ignaciano que, como pastor, aplica a todos los ámbitos de la vida, especialmente al análisis pastoral, a la formación espiritual de los seminaristas y a la animación de la diócesis. Sus análisis manifiestan rigor científico e iluminación evangélica.
Otro rasgo de su personalidad es el amor por su país y por Asia; desde la realidad donde vive, se manifiesta como claro defensor, con iniciativas significativas, del ecumenismo, el diálogo interreligioso, la ecología y los emigrantes. Está muy afinado y valiente en las reflexiones cuando afirma que “los pobres están más cerca de Dios” (pp. 98-101).
También manifiesta su preocupación por lo mucho que falta por aplicar del Vaticano II y enumera una serie de aspectos concretos. Constata con dolor: “Incluso entre los sacerdotes puede suceder que algunos no hayan leído todos los documentos conciliares. Y creo que esto vale para muchos religiosos, agentes de pastoral y catequistas. Yo lo encuentro incomprensible” (p. 118). A modo de conclusión, en el último capítulo responde a 23 preguntas con gran sencillez y libertad.
El libro se lee muy bien, con interés y gusto. Sus páginas rezuman una persona evangélica, que no se ha desclasado, vive sobriamente, posee gran sabiduría teológico-pastoral y transmite serenidad, optimismo y esperanza.
Publicado en el número 3.020 de Vida Nueva. Ver sumario