Dos obras de José María Rodríguez Olaziola (Sal Terrae, 2008), recensionados por José Luis Celada.
(J. L. Celada) Aunque muy enfrascado en su trabajo de pastoral con universitarios en Valladolid -o, precisamente, fruto de este mismo empeño-, el caso es que José María Rodríguez Olaizola tuvo tiempo el pasado año de alumbrar dos libros, editados ambos por Sal Terrae, llamados a convertirse en valiosos instrumentos para abordar una lectura creyente de la realidad actual.
La alegría, también de noche (111 pp.) es el título del primero de ellos y, en él, el joven jesuita nos llama a profundizar en la búsqueda de la verdadera felicidad, sin sucedáneos, la que es capaz de sobreponerse a las tiranías sociales y a las urgencias existenciales. Con un tono íntimo y cercano, el también colaborador de Vida Nueva propone liberarnos de ataduras para vivir con plenitud y agradecimiento la dicha de sentirnos amados incondicionalmente por Dios.
En un tiempo de grandes discursos y pequeñas seguridades, a caballo entre una memoria frágil y un futuro incierto, pareciera que sólo nos queda un presente fugaz. Todo lo contrario. El autor aclara que su libro no es un manual de autoayuda, pero sus páginas disponen al lector para que emprenda con realismo y sin temores el camino que puede dar sentido a sus días. Un trayecto que acompaña con cálidas reflexiones y lúcidas advertencias.
Meses después, el teólogo y sociólogo nos regalaba sus Contemplaciones de papel (222 pp.), quince relatos evangélicos sobre la infancia y la vida pública de Jesús. Se trata de “recreaciones” que, pese a mantener una “fidelidad básica a la historia narrada”, con lenguaje ágil y familiar, se atreven a imaginar más allá, porque la riqueza de la Palabra de Dios no se agota nunca.
Fiel a la propuesta ignaciana de hacer de la contemplación una forma de oración, Rodríguez Olaizola nos invita a meternos en la piel de algunos de los personajes protagonistas y a disfrutar sin prisas de esos textos.
La segunda parte de cada capítulo reflexiona sobre “algún aspecto especialmente significativo” de la contemplación elegida (los miedos, el perdón, la gratitud…), cuya relectura en clave actual permite una mejor identificación del lector. Una virtud que el autor atribuye al propio Evangelio y su condición de espejo donde reconocernos, porque él también “habla de nuestras búsquedas y de lo que nuestras vidas pueden llegar a ser”.
Una oración-poema pone el broche a estas estaciones bíblicas, paradas obligadas en un itinerario que nos conduce a Dios con el equipaje de lo que somos, seres que buscan, luchan, creen y gozan, porque -ya nos lo dejó dicho- La alegría, también de noche, es posible.
En el nº 2.644 de Vida Nueva.