Una obra de Martín Gelabert Ballester (Verbo Divino, 2008). La recensión es de Luis María Salazar
La astuta serpiente. Origen y transmisión del pecado
Autor: Martín Gelabert Ballester
Editorial: Verbo Divino
Ciudad: Estella (Navarra)
Páginas: 164
(Luis María Salazar) Todo creyente está obligado a reflexionar sobre el contenido de su fe. Si este creyente es, además, un experimentado profesor de teología, esta reflexión está llamada a convertirse en un servicio para los demás. Éste es el caso del nuevo libro publicado por Martín Gelabert Ballester. El autor, que fue durante años decano de la Facultad de Teología de Valencia, sigue siendo profesor de Teología Fundamental y Antropología Teológica de dicha facultad. Tiene, además, una larga lista de títulos publicados, la mayoría de ellos enfocados a la docencia de estos campos de la teología en distintos niveles, desde la formación teológica de seglares en el Instituto San Pío X, hasta manuales para uso en seminarios y facultades de teología. También ha publicado algunos ensayos dedicados a cuestiones de las denominadas “fronterizas”, entre los cuales me permito señalar tan sólo uno (Cristianismo y sentido de la vida humana, EDICEP 1995), de cuya lectura conservo todavía un recuerdo agradecido.
El nuevo libro se presenta como una “reflexión global y unitaria” en torno al pecado original. Cuestión ésta que el autor considera necesitada de una actualización que la haga comprensible para el hombre de nuestro tiempo. Según Gelabert, incluso el creyente se encuentra con no pocas dificultades en la presentación clásica de esta doctrina.
A lo largo de los ocho capítulos del libro, nuestro autor expone los aspectos más problemáticos de la doctrina, desde la peculiaridad del lenguaje teológico en lo referente al pecado, hasta su compatibilidad con una visión evolucionista del mundo. Presenta a continuación una “lectura teológica de los textos bíblicos que tratan del pecado original”, que se sitúa pretendidamente en la línea de la “exégesis canónica” puesta de moda por el Papa en su libro Jesús de Nazaret, en la que, sin renunciar a los logros de la exégesis histórico-crítica, pretende una visión inclusiva que acoge no sólo el sentido original del texto, sino también las distintas lecturas que de él han hecho la Biblia y la fe de la Iglesia; después de esta lectura de los datos bíblicos, nuestro autor intenta una síntesis actualizada y personal de la doctrina; termina presentando con claridad la necesidad de Cristo como independiente del hecho del pecado.
Entre los logros del libro que comentamos, merece la pena subrayar el doble simbolismo que el autor propone desde el principio: la serpiente de la que nos habla el título es la serpiente que engaña y mata (en el paraíso y en el apocalipsis), pero es también la serpiente de bronce que salva. Elegantemente, con este símbolo ambiguo, se sitúa nuestro autor mediante el pecado en el horizonte cristológico.
Dios en el horizonte
Otro de los aciertos del libro es situar el pecado como lo contrario a la fe, y no como lo contrario a la “virtud” en general, y ello porque así se puede entender mejor el pecado en el horizonte de la relación con Dios, y no, como en ocasiones se hace, en un horizonte exclusivamente ético. En el texto aparecen, además, prácticamente todos los datos relacionados con el problema del pecado original: el autor trata la cuestión del pecado del mundo, la socialidad del hombre, la compatibilidad de la doctrina con una visión evolucionista del mundo, la condición analógica del pecado original respecto al resto de los pecados personales y, así, un buen número de cuestiones, todas ellas pertinentes para el asunto que trata.
Con estos buenos ingredientes, no me atrevo a decir que el producto resultante sea del todo logrado. No entro a valorar algunas cuestiones, pocas, en las que mi posición no coincide con la del autor. Estas posibles discrepancias, que él mismo espera suscitar, serían también una riqueza del libro, ya que la controversia, como él mismo dice, “es otra forma de estimular el pensamiento” (p. 17). Sin embargo, la claridad y la credibilidad, pretendidas expresamente por el autor, se encuentran, a mi entender, muy vinculadas con el orden y con la jerarquización de los problemas, con la distinción entre lo que son elementos irrenunciables de una doctrina, frutos logrados del consenso teológico y cuestiones discutidas y discutibles. Ese orden y esa distinción se echan de menos en el libro.
Por poner sólo un ejemplo: expresiones como “personalmente no estoy convencido de que podamos prescindir de esta doctrina [del pecado original, se entiende]” (p. 30) no son del todo afortunadas, ya que confunden al lector induciéndolo a pensar que aceptar la existencia del pecado original (se explique como se explique) es una cuestión opcional para la fe cristiana. Sobre todo cuando, en otro lugar, se introducen con frases lapidarias cuestiones discutidas, que se justifican con argumentos teológicamente débiles. Ejemplo de esto sería su afirmación de la independencia entre la muerte biológica de Jesús y el pecado -nuestro, se entiende- (p. 137).
El título, incluso, con ser atractivo, acaba resultando confuso, ya que el simbolismo de la serpiente introducido desde el principio tiene un tratamiento bastante escueto en el cuerpo del texto. En el mismo subtítulo, además, se habla de la transmisión del “pecado”, sin adjetivos, lo cual dificulta un elemento que el mismo autor subraya más adelante (pp. 124-128): la comprensión analógica del pecador original originado respecto a los demás pecados personales.
Personalmente, esta vez sí, considero que la dificultad principal del libro se encuentra en la falta de definición tanto en su género literario como en sus destinatarios. El mismo autor reconoce que no se trata de un manual, pero cuando afirma que es un ensayo tampoco está claro si es un tratado, destinado a suscitar y hacer avanzar la reflexión teológica, o más bien un libro de divulgación, como parece sugerir el tono de muchas de sus páginas. En su descargo habría que decir que el autor es leal desde el principio, afirmando que escribe para sí mismo, pero también manifiesta su esperanza de que el libro ayude a otros mostrando la coherencia de la fe y haciendo más comprensible la doctrina del pecado original. Si alcanza o no su objetivo, será el lector quien deba decirlo.
En el nº 2.649 de Vida Nueva.