Una obra Fernando Sebastián Aguilar (Sígueme, 2012). La recensión es de Alfonso Novo
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La fe que nos salva. Aproximación pastoral a una Teología Fundamental
Autor: Fernando Sebastián Aguilar
Editorial: Sígueme, 2012
Ciudad: Salamanca
Páginas: 512
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ALFONSO NOVO | Hace cuarenta años, el entonces profesor y rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, Fernando Sebastián Aguilar, publicaba Antropología y teología de la fe cristiana (Sígueme, Salamanca, 1973), en el que ya se advertía la urgencia de hacer una reflexión sobre la fe, particularmente en un mundo en el que ya no se puede dar por descontada: “En el mundo moderno la fe no se encuentra apoyada, favorecida, por la cultura dominante”.
Estas palabras tienen hoy, si cabe, mayor actualidad, y reflejan un estado de cosas que reclama una respuesta del teólogo, que no puede ignorar a los impugnadores de la fe so pena de recitar monólogos irrelevantes a un público cada vez menor.
Jubilado ya de su ministerio episcopal, monseñor Sebastián consideró la oportunidad de preparar una reedición actualizada de aquella obra. Pero, como él mismo confiesa, aquel libro ya no respondía a la situación del momento presente ni a la intención de su nuevo proyecto. Hay evidentes semejanzas entre el escrito de ayer y el de hoy, pero son mucho más notables las diferencias. Cuarenta años cambian las circunstancias y las personas.
En La fe que nos salva, si bien no ha desaparecido del todo la voz del teólogo, vibra con mayor intensidad el tono del pastor, lo que supone un cambio de énfasis y de método.
Si en el libro de 1973 se proponía “tomar en serio las impugnaciones modernas de la fe” y “no rechazarlas sino después de haber tratado de descubrir su razón y su fuerza”, en el de 2012 la preocupación académica por el análisis cede paso al acento convencido y hasta apologético del pastor que se dirige a un público muy distinto.
Así, los dos primeros capítulos, centrados en el conocimiento de Dios, no desmenuzan las causas y modalidades del ateísmo moderno (pese a las páginas que se le dedican), sino que parten de las razones de la creencia teísta, empleando argumentos en los que resuenan motivaciones agustinianas, tomistas y hasta rahnerianas: el hombre como pregunta, la contingencia como exigencia del Ser, el conocer y el querer finitos como etapas siempre penúltimas que apuntan hacia lo absoluto incondicionado…
Recorrido bíblico
El tercer capítulo sigue un recorrido bíblico de la idea de fe, empezando por la confianza total en el Dios personal que encontramos en Abraham, y que se encuadra en el marco de la gracia y el amor gratuito de Dios, pasando por la experiencia de Israel, hasta llegar a la fe cristiana tal como se expresa en el NT.
No teme el autor hablar de la fe de Jesús, aunque tal idea sea ajena a los evangelios, pues, si la fe es la adhesión filial del hombre a Dios, esto se da de modo eximio en el Hijo enviado al mundo, si bien la fe de Jesús es muy diferente de la nuestra. La fe no se reduce a creer lo que no se ve, sino que envuelve todas las dimensiones del ser humano, y por eso se concreta en la adoración y el seguimiento.
Si en la fe veterotestamentaria el reconocimiento de Yahvé como único Señor lleva consigo la alianza, la confianza y la obediencia permanente al Dios fiel y misericordioso, en el NT la fe es la aceptación cordial y efectiva de la gracia y la salvación de Dios que están en Jesucristo.
El capítulo cuarto, con mucho el más largo, aborda el análisis de la fe. Esta ha sido tradicionalmente una de las cuestiones más arduas de la teología, que ha tenido que conjugar tres aspectos que parecen sobreponerse y hasta contradecirse entre sí: intelecto, voluntad y gracia.
El autor, con todo, va más allá de ese modelo triangular para presentar la fe teologal en el horizonte –que no la abarca, pero sí la sustenta en cierta medida– de la fe como fundamento de las relaciones interpersonales. Partiendo de la idea del hombre como espíritu que se expresa a través del cuerpo, señala en la fe interpersonal el intento de superación de la limitación del individuo para ampliar las dimensiones de la propia existencia y entrar en la realidad humana universal.
En este marco, la fe cristiana se presenta ante todo como el reconocimiento de Jesús como salvador universal y definitivo enviado por Dios. Algo que es posible porque Dios mismo fortalece nuestro entendimiento y nuestra voluntad, y, además, porque el mundo nos conduce hacia el conocimiento de Dios.
Un conocimiento que no es meramente teórico, sino experiencial y salvador. Lejos de ser una opción irracional, “el acto de creer en Cristo y en Dios (…) es (…) la única forma de ser fieles al dinamismo intrínseco de la misma razón”.
Con ser algo tan personal, la fe cristiana es esencialmente una realidad eclesial (cap. 5). Lo es por su mediación apostólica y por su dimensión comunitaria, por lo que el primer sujeto de la fe es la Iglesia en su conjunto. De ahí la necesidad de las mediaciones de la tradición y de la autoridad, pero también de la fraternidad cristiana y de los sacramentos. De la fe brota la vida cristiana (cap. 6), que nos incorpora a la vida filial de Jesús, conforma la esperanza y conduce al amor, en comunión con la Trinidad.
La fe reclama también su espacio en la cultura: hace cultura y es cultura. La relación entre ambas es constructiva y, a la vez, mutuamente purificadora. Un terreno particular en el que se mantiene un permanente diálogo entre ellas es la teología.
Difícilmente pasará inadvertido el capítulo “Fe y Política”. Como ya había manifestado en ocasiones anteriores, Sebastián ve con simpatía (aunque no lo presente como única opción) la constitución de partidos políticos de explícita inspiración cristiana. En todo caso, el respeto y la democracia no justifican la eliminación de la religión del ámbito público.
Concluye el libro con una reflexión sobre el futuro de la fe, donde constata la situación preocupante, sin caer en el desánimo derrotista, y ofrece algunas sugerencias para la acción pastoral.
En el nº 2.827 de Vida Nueva.