Este libro de Atilano Alaiz (Perpetuo Socorro, 2009) es recensionado por Óscar Alonso Peno.
La misión de educar
Autor: Atilano Alaiz
Editorial: Perpetuo Socorro
Ciudad: Madrid
Páginas: 232
(Óscar Alonso Peno) Que vivimos un momento fascinante, complejo y difícil para las familias es evidente. Pero también lo es, precisamente por ello, que los padres y madres necesitan apoyos, herramientas y acompañantes para poder llevar adelante su tarea educativa, en un contexto instalado en el cambio de paradigmas y proclive a la dispersión de puntos referenciales educativos.
El sacerdote claretiano Atilano Alaiz, desde su extensa formación y amplia experiencia como acompañante de grupos de matrimonios y de vivencia cristiana, y fruto de su dedicación a la pastoral familiar, pone en nuestras manos una de esas herramientas que quiere ofrecer pistas para poder reflexionar, dialogar y comprometernos en la misión de educar. Todo ello sin olvidar, como él mismo afirma, que el fin de la educación es formar personas libres y autónomas, ayudar a alguien a ser persona, a ser más, colaborar en su crecimiento interior, para lo cual los padres han de capacitarse.
El libro va destinado, en primer lugar, a los padres y madres, pero también a los educadores en distintos ámbitos, a los catequistas, a los animadores de grupos de matrimonios y a los sacerdotes. Todo él está plagado de citas de especialistas y autores insignes que apoyan todos y cada uno de los argumentos: Sócrates, santa Teresa, Max Scheler, Juan XXIII, Tierno Galván, Juan Pablo II, E. Fromm, Orígenes, R. Baden Powell, J. A. Pagola, Phil Bosmans, J. L. Martín Descalzo, O. González de Cardedal, A. Francia, Bernabé Tierno, Bécquer, Khalil Gibran, san Juan Bosco, Teresa de Calcuta, Sartre, san Agustín, santo Tomás, Kierkegaard, C. G. Jung, entre otros.
La obra está estructurada en cuatro sugerentes capítulos. El primero de ellos (Padres psicológicos) se centra en los padres como primeros y principales educadores, llamados a educar educándose y a ejercer la tarea y misión educativa de sus hijos en colaboración. Siendo la familia –en palabras del Vaticano II– “madre y nodriza de la educación”, el autor recuerda que no hay ámbito mejor dotado que ella para ofrecer a la persona una primera experiencia positiva de la vida. La familia es el ámbito primario de personalización y de acogida de la existencia. Ningún grupo humano puede competir con ella a la hora de proporcionar al niño el cimiento religioso de valores, porque la familia puede ofrecer valores más afecto. La familia es la institución más y mejor valorada no sólo en España, sino en todos los países de nuestra área, pero es importante recordar que es cada vez más una institución concha, que tiene igual apariencia externa pero diferente contenido y funcionamiento. Por eso, es importante leer y reflexionar sobre algunas afirmaciones que Alaiz realiza en torno a la naturaleza, misión y responsabilidad de la familia cristiana, reconociendo en todo momento que el reto de la educación es hoy más arduo que nunca y, por eso, supone más empeño y preparación: la educación familiar es insustituible, una responsabilidad intransferible de los padres, una misión que no se improvisa. El autor recuerda, además, que existe otra paternidad y otra maternidad, además de la biológica: la del espíritu.
Desarrollo armónico
El segundo capítulo (Principios básicos de la educación) nos recuerda la importancia que en la educación de los hijos tiene conjugar bien verbos como formar, querer (amar), vivir, valorar, apoyar, impulsar, respetar, ser, convivir, mandar, corregir, etc. La buena combinación y ejercicio de todos ellos ayudan a formar hombres y mujeres completos, desarrollados armónicamente, logrando humanizar con cierto equilibrio todas sus facetas. Se nos recuerda que la excesiva permisividad y ausencia de límites en la educación de los hijos es contraproducente y termina minando las bases de la convivencia, del respeto y de la propia personalidad de los educandos. Sorprende gratamente encontrar en un libro de educación la expresión educar para la felicidad, insistiendo en que educar es también el arte de enseñar a ser feliz, y que la meta de la educación es la vida feliz.
El tercer capítulo (Transmitir valores), que termina con un decálogo para la pedagogía activa, entra de lleno en el universo axiológico que en la educación familiar debe estar presente. El autor define y distingue valores, señala los más valiosos, subraya el sentido de la gratuidad, la importancia de la educación afectiva y sexual, y concreta todo ello en algunas lecciones prácticas: los ejemplos arrastran y los niños aprenden lo que viven.
El cuarto y último capítulo (Educar en la fe) es el aterrizaje de todo lo anterior en la pedagogía cristiana en la familia. Educar en el Evangelio y desde el Evangelio no sólo implica transfundir los valores trascendentales de la fe, sino también valores humanos como la libertad, la solidaridad, la responsabilidad, la amistad, la honradez, el respeto, la paz, el diálogo, la gratuidad, la austeridad solidaria…, sin los cuales la experiencia de fe queda absolutamente vacía y estéril. Educar en la fe como un gran reto, como una apuesta por la felicidad, narrando la propia experiencia, integrando en la comunidad, avivando las brasas dormidas, siendo misioneros, celebrando, sin olvidar que los padres cristianos están obligados a educar en la fe, no a tener éxito en la educación. La esperanza y la paciencia del sembrador se sustentan en la confianza en Aquél que nos envía y en el recuerdo constante de que la fe es don suyo, oferta que se puede aceptar o rechazar.
Este libro es una bonita oportunidad para reconocernos educadores en camino, siempre necesitados de formación, de colaboración, de experiencia vital y de sabernos responsables y enviados con la misión fascinante de educar. Es una obra de lectura amena y muy válida para el trabajo con las familias, en las escuelas de padres o en los grupos de matrimonios. Ofrece muchas pistas sobre qué es y cuáles son los fines de la educación, recordando al lector que, para ofrecer una buena educación, no basta con tener buena voluntad, que ser padres es la profesión más difícil y de menor formación, y que padres y madres, a veces muy desorientados y desconcertados, deben ser formadores en formación permanente.
En el nº 2.677 de Vida Nueva.