Un libro de Fernando Sebastián (Ediciones Encuentro) La recensión es de Antonio Pelayo
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Título: Memorias con esperanza
Autor: Cardenal Fernando Sebastián
Editorial: Ediciones Encuentro
Ciudad: Madrid, 2016
Páginas: 470
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ANTONIO PELAYO | Este libro es una joya; recomiendo su lectura a cuantos quieran conocer la verdad de algunos de los hechos más importantes de la vida política y religiosa de la España de los últimos decenios. Como premio, podrán acercarse a un hombre cabal, a un religioso ejemplar, a un obispo y cardenal de una pieza, que ha redactado estas páginas sin pelos en la lengua pero sin denigrar ni atacar a personas o instituciones. “A mí no me gusta hablar mal de nadie pero tampoco soy amigo de decir las cosas a medias”, advierte en la presentación de Memorias con esperanza. Y añade: “Considero que uno de los males más graves de nuestra sociedad actual es el ocultamiento de la verdad y la legitimación de la mentira”.
Formo parte de ese “grupo de amigos” que, desde hace tiempo, le insistíamos a don Fernando Sebastián para que escribiera este libro. Mi argumento era: “La historia, o la escribes o te la escriben”. Al final cedió y el resultado son estas 470 páginas que recorren toda su vida: desde su niñez en Calatayud (conmovedor el recuerdo de su familia y los años de la Guerra Civil) hasta su activo retiro en Málaga antes y después de su cardenalato. El papa Francisco quiso hacer justicia a una biografía así resumida por él: “Jesucristo está en la base de lo que soy, de lo que he sido y de lo que espero ser… Él es literalmente mi memoria y mi esperanza”.
Naturalmente, la curiosidad del lector se centrará en el período de su vida en que fue uno de los protagonistas de la acción de la Iglesia española. Me refiero a los años de la transición política junto al cardenal Tarancón, de quien fue uno de sus más estrechos y leales colaboradores. Los lectores de Vida Nueva han tenido ocasión de conocer algunas de las páginas más sobresalientes del libro y eso nos evita, por ejemplo, insistir en cómo se gestó la histórica homilía de los Jerónimos.
El autor lamenta que se haya “olvidado un poco la aportación de la Iglesia española en el advenimiento pacífico de la democracia en España” y advierte que, en el momento presente, “en nuestra sociedad hay demasiadas tensiones, demasiados rechazos, demasiadas exclusiones “. Por eso hace un llamamiento para “recuperar la voluntad de consenso y de entendimiento como base de una convivencia sólida y pacífica, en libertad y justicia. Romper ese compromiso es iniciar de nuevo el camino de las confrontaciones”.
Ya dentro de los acontecimientos estrictamente eclesiales, hay aportaciones decididamente interesantes, como, por ejemplo, la actitud de la Conferencia Episcopal Española (CEE) sobre la decisión de san Juan Pablo II de erigir el Opus Dei como prelatura personal en 1982. Los obispos españoles eran contrarios a ello, y así se lo hicieron saber a Roma, primero por escrito y después con la visita al Papa en Castelgandolfo de monseñor Gabino Díaz Merchán, entonces presidente de la CEE, y de monseñor Sebastián, su secretario general.
El relato de todo este asunto es esclarecedor sobre el papel que entonces jugaron el cardenal Sebastiano Baggio y el entonces sustituto de la Secretaría de Estado, monseñor Eduardo Martínez Somalo. Volviendo a Roma desde Castelgandolfo, don Gabino le hizo a don Fernando este irónico comentario: “Con estas aventuras no vamos a ganar muchos amigos en Roma”. La pequeña historia posterior así lo ha demostrado.
Asamblea Conjunta
El libro también esclarece un punto tan controvertido en su tiempo como el presunto documento de la Congregación del Clero desautorizando los textos de la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes (Madrid, septiembre de 1971). “El documento –se dice en la página 173– no podía ser considerado un texto oficial de la Congregación, puesto que no cumplía los requisitos indispensables de procedimiento y, en segundo lugar, sus acusaciones no merecían ser tenidas en cuenta pues no tenían un verdadero fundamento en los textos aprobados por la Asamblea”.
Don Fernando afirma que es “falsear los hechos” afirmar, como ha hecho “un alto personaje de nuestra Iglesia” (¿quién?), que el “documento sigue vigente porque no ha sido derogado. Nadie lo ha derogado, pero tampoco nadie lo promulgó ni nadie se atrevió a presentarlo como un documento oficial de la Congregación”.
Es evidente que el autor sabe otras muchas cosas que no ha considerado prudente publicar para no comprometer a personas aún vivas. Es una opción muy respetable y comprensible, sobre todo cuando se considera la historia desde la altura de los años. “He descubierto la vejez –escribe– como un gran don de Dios. La vejez es distancia, serenidad, síntesis. La vejez es también soledad”. Estoy seguro de que este libro aumentará de forma muy sensible los amigos del cardenal Sebastián.
En el nº 2.976 de Vida Nueva