No pocos cristianos creen que no saben orar o les cuesta mucho no distraerse cuando lo intentan; asemejan la oración a los rezos de la infancia. Como si la relación con Dios estuviese constreñida a las prácticas infantiles o a los momentos de necesidad y angustia en los que llamamos a Dios atropelladamente para dejar de sufrir. Lo cierto es que Jesús da gran importancia a orar, mientras que no pocos seguidores suyos hemos relegado lo que Él nos transmitió como algo fundamental. El desánimo, las prisas, la desesperanza, el ambiente adverso, son lastres que condicionan la búsqueda de la comunicación con Dios. El objetivo de este libro es facilitar la reflexión sobre dicha importancia de la oración en el día a día, al margen del estado de ánimo que tengamos. Lo cierto es que Dios sigue llamando sin descanso y sentimos su anhelo de plenitud, la necesidad íntima existencial de comunicarnos con Él abiertos a su presencia sanadora. Orar es, sobre todo, una necesidad que nos coloca en disposición de escuchar a Dios confiada y humildemente para evangelizar según sus planes. Sin la actitud de escucha activa, no hay diálogo ni seguimiento evangélico con frutos. Y esto se nota.