Libros

‘Por mí y por el Evangelio’


Una obra de Luis E. Larra Lomas (San Pablo). La recensión es de Xavier Quinzà, sj

Por mí y por el Evangelio, Luis E. Larra Lomas (San Pablo)

Título: Por mí y por el Evangelio. Testimonios y reflexiones de Vida Consagrada

Autor: Luis E. Larra Lomas

Editorial: San Pablo

Ciudad: Madrid, 2015

Páginas: 600

XAVIER QUINZÀ, SJ | Dios hace a los seres humanos maravillosos regalos, pero no sabemos apreciarlos. Al menos, no suficientemente. Con mucha frecuencia nos privamos de ellos, porque somos inestables y mediocres, y nos cuesta tener una mirada atenta y un corazón íntimamente desprendido. Este magnífico libro es una cantera de grandes regalos en testimonios frescos y francos, de la vitalidad de la Vida Consagrada en España.

El autor, franciscano conventual y periodista muy conocido, Luis E. Larra Lomas, como un mago experto, hace vibrar nuestra mirada según el juego que se desarrolla entre su voz y sus interlocutores. Y va montando el escenario con cuatro palabras que nos pueden servir para enlazar esta somera presentación: entrevistas, conversación, testimonios y reflexión.

Entrevistas

Desde las personas maduras a las jóvenes que aparecen en las entrevistas, se nos recuerda que vivir el drama de nuestro tiempo es nuestra vocación, que la Vida Consagrada no encontrará su futuro sino en la mayor comunión posible con el sufrimiento y con el gozo de nuestros hermanos y hermanas, con sus expectativas y dolores, con los desafíos de nuestro tiempo.

Cada una de las entrevistas nos comunica que el sentido de la Vida Consagrada está vinculado precisamente a la experiencia íntima y doliente de responder a ese sufrimiento, pero que debe hacerlo como una manera de hacer transparente y visible la Presencia del reinado de Dios escondido en nuestro mundo doliente.

Buscamos a Dios en medio del mundo porque la humanidad está entrañada en el mismo corazón de Dios, y de un modo aún más inaudito: Dios está encarnado en el mismo corazón de la humanidad. Por ello se hace más necesario que articulemos mejor la única pasión que nos incendia el alma y, así, nos ayude a integrar el latir de nuestro corazón de consagradas y consagrados en un mismo ritmo, a la vez espiritual y encarnado.

Conversación

La segunda palabra de este goloso convite es el diálogo abierto, la frescura de cada encuentro y su conversación. La centralidad de Dios en nuestra experiencia vital de consagradas y consagrados es la que nos hace libres y dialogantes, fuertes para afrontar los cambios históricos y sociales. Por ello, como Dios es siempre “más”, hemos de darlo “todo” por conversar mejor con este pequeño mundo del que formamos parte.

Renovar nuestra relación con los demás en la Iglesia es fundamental en nuestro empeño de entrega generosa y radical, porque nos hace recuperar nuestra identidad, nos educa en los gestos del reinado de Dios: aunque siempre se trata de pequeñas y distintas formas de diálogo que nos abre a la compasión.

Por eso la mejor forma de amar, desde el mensaje de Jesús, es vincularnos a la vida de los otros, meternos en su piel, ponernos en su lugar, es decir: solidarizarnos con su gozo y también con su sufrimiento. El amor evangélico es una práctica de proximidad, es un estar junto al que nos necesita. Ello nos llevará inevitablemente a luchar para que su espacio vital no le sea arrebatado, para que su vida y sus aspiraciones quepan en este mundo, que nunca es la realización perfecta de la justicia y la paz.

Testimonios

La experiencia del amor es lo único que nos capacita para la rebeldía. Cada nuevo protagonista que aparece en estas páginas es un subrayado de que hace falta mucho coraje para afrontar el amor y sus responsabilidades. Porque, en esta sociedad, estamos en un campo de fuerzas siempre mayor que nosotros y sometidos a su acción que nos altera y revoluciona, que no nos permite pactar con la realidad tal cual es.

La experiencia espiritual del pobre que estamos haciendo las consagradas y consagrados es, primariamente, una experiencia física, corporal, que nos obliga a dejar de contemplar la realidad de la injusticia con gafas oscuras o deformadoras. En la familiaridad del Dios con nosotros se nos revela otra familiaridad, la del pobre y, a través de sentimientos de cordialidad y afecto, nace una solidaridad cristiana nueva. Estar con ellos, gozar con ellos, sufrir con ellos es el origen de nuestra espiritualidad. En el encuentro con el pobre se aúnan lo físico y lo espiritual, lo temporal y lo eterno. De ahí que sea hoy el territorio eclesial por excelencia.

Estar con los otros, los despojados, desatendidos, excluidos, para adquirir una perspectiva de visión diferente y una nueva manera de ver nuestro mundo desde el apego de nuestro corazón, desde el cariño y la cercanía que nos hacen vivir la implicación con los que sufren.

Reflexión

Como Jesús, las consagradas y consagrados de hoy y de siempre no nos contentamos con orar, con contemplar y vivir su misterio escondido, queremos hacer justicia. Lo que significa poder extender un espacio liberado para el reinado de Dios en nuestra sociedad y en nuestra cultura. Hacer justicia es un imperativo de la experiencia de la fe, del gusto interno por la persona de Jesús y su mensaje.

Recuperar el gusto interno por el trabajo a favor de la justicia evangélica es un imperativo de hoy. No podemos olvidar por más tiempo a los que sufren y esperan: tenemos demasiadas heridas abiertas en el seno de la humanidad, en el corazón mismo de la Iglesia.

Pero tenemos que decidirnos a recuperar el gusto por la compasión y las entrañas de misericordia. Es en nuestro cuerpo, en nuestras entrañas más heridas, en nuestras manos dolientes, en nuestra voz quebrada ante tanta indignidad y tanto daño, donde tenemos que sentir y gustar la implicación compasiva con los que lo necesitan.

En el nº 2.947 de Vida Nueva.

Actualizado
26/06/2015 | 03:59
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