Libros

Presencia cristiana en la independencia


BICENTENARIO Y CRISTIANISMO
Varios autores
Ediciones PPC – Celam
Bogotá 2011
462 páginas
$30.000

Los 15 ponentes que presentaron sus estudios sobre la presencia cristiana en la independencia de ocho países latinoamericanos, hicieron una panorámica histórica propicia para reflexionar y aprender sobre el papel de la Iglesia en momentos de crisis. El evento, convocado por el Celam y la Konrad Adenauer, ahora puede ser seguido  en las páginas de este libro, compendio valioso de unas jornadas de estudio.

El de la independencia fue un capítulo  de la historia de este continente latinoamericano, que tuvo todas las dolorosas y a la vez alegres características de un alumbramiento. Y la Iglesia estuvo allí sufriendo, entre otros, los dolores de una división interna.
En todos los países se acentuaron las diferencias entre alto y bajo clero; entre obispos realistas y sacerdotes independentistas, patriotas, o juntistas, términos diversos con un solo significado: rechazo de la autoridad real y apoyo a los nuevos gobiernos.
En Argentina los obispos Orellana y Lué y Riega, leales al Rey militaron en el bando opuesto al del clero secular y regular que apoyaban, entusiastas, la causa de la independencia. El patronato real, impuesto en estos países, convertía al Rey en el dispensador de títulos y nombramientos episcopales y, por tanto, en alguien de quien obispos y candidatos a obispos dependían.
En Colombia el canónigo Rosillo, o el fraile Mariño poco tenían que perder, pero el arzobispo Caballero y Góngora sí. En Chile hubo un sacerdote, Camilo Henríquez que, armado con las sagradas escrituras, enseñó que la libertad natural de los hombres les impedía obedecer a quienes no hubieran sido nombrados con el consentimiento libre de los pueblos; sin embargo desde los púlpitos fray José María Romo clamaba contra el espíritu revolucionario y altanero que negaba la obediencia al Rey. La misma contradicción se recuerda en la historia de Ecuador. Allí se enfrentaron el obispo realista Andrés Quintián, que organizó una columna de sacerdotes leales al Rey y el obispo José de Cuero y Caicedo que excomulgaba a los curas realistas que no adherían a la noble causa de la independencia.
Al padre Hidalgo en México lo compararon con Martín Lutero, los virreyes Venegas y  Calleja fusilaron a no pocos clérigos como si fueran malhechores comunes. Un canónigo en la catedral metropolitana puso en contra de Hidalgo y a favor del Rey su oratoria y su interpretación de las escrituras, pero fue interrumpido a gritos por un feligrés. Indignado, sufrió un ataque de apoplejía que lo paralizó el resto de su vida.
Allí, la gran guerra que ensangrentó el país entre 1810 y 1821 dividió a los sacerdotes y  creó la categoría de clero alto y clero bajo. En tanto que en Paraguay la división se dio entre sacerdotes y obispos que apoyaban al gobernador de Asunción y jesuitas al mando de los indígenas de las reducciones que sitiaron a la capital y la tomaron militarmente.
El vivo relato que hacen los distintos autores del libro sobre las historias de Bolivia, Argentina, Paraguay, Chile, Venezuela, Ecuador, Colombia y México deja entrever que la influencia de la Iglesia en la revolución de independencia aparece como una fuerza invisible, en las ideas más que en otras formas de apoyo a la causa de la libertad.
El movimiento independentista en Venezuela no se alimentó de la ilustración europea, ni de la revolución norteamericana o francesa, sino de la doctrina del teólogo Francisco Suárez sobre el origen indirecto del poder político, o doctrina de la soberanía popular. Comprueban los ponentes, además que los argumentos de las Juntas tienen una base cristiana. La doctrina del padre Juan de Mariana, se escucha donde quiera resuenan los llamados de independencia: “el poder del Rey no es legítimo sino cuando es consentimiento de todos los ciudadanos”.
En 1812 el congreso de Ecuador estudió tres proyectos de constitución que fueron obra de sacerdotes; en el proceso chileno se desarrolló lo que llama uno de los autores, “teología política de los sacerdotes”, o sea la interpretación que el clero hacía, desde la fe, de la turbulenta etapa de la insurgencia contra el Rey.
El obispo de Cartagena de Indias se valió de un catecismo para justificar teológicamente ante el pueblo, el compromiso con la independencia, y después de la lucha armada los conventos siguieron en sus obras educativas, atendieron enfermos y heridos, ayudaron a las familias deshechas, como parte de una operación de consuelo después de 25 años de guerra.
Los autores parecen sonreir  al consignar los detalles de la guerra de las vírgenes.
En México una mujer defensora de la corona organizó una liga de mujeres que reunió a 2.500 socias dedicadas a promover la devoción a la Vírgen de los Remedios, patrona del ejército real, mientras los rebeldes flameaban en sus combates el estandarte de la Vírgen de Guadalupe.
En el Nuevo Reino de Granada la batalla celestial la libraron el arcángel Rafael, con las ideas realistas que incluyó en su novena el cura de Pore, el padre Mendoza y Fontal, y la vírgen de los Dolores, defensora de los patriotas según la novena difundida por el cura de la catedral de Santa Fe, el padre Francisco Plata.
Sí, las distintas ponencias recogidas en este libro muestran el papel de sacerdotes y obispos en el proceso de la independencia. Ellos utilizaron su influencia pastoral a favor del Rey o de la revolución, pero esa actividad no hizo ni mejores, ni peores a las gentes de estos países. Fueron propagandistas de las ideas de uno y otro bando, y como tales, utilizaron la religión como un  mecanismo de manipulación a favor del rey o de la revolución. Aún queda por averiguar si la evangelización avanzó en estos años de guerra, salvo que se entienda que esta identificación con la causa de la libertad llegó a ser una forma de evangelización. VNC
VNC

Actualizado
26/03/2011 | 00:00
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