Un texto que se desborda en esferas concéntricas y elipses caóticas
Novela gráfica de Martin Rowson sobre la obra maestra de Laurence Sterne, la recensión es de Luis Rivas.
LUIS RIVAS | Solía decir Samuel Johnson, quien concebía la historia del hombre como un tapiz que habría de desenrollarse y culminar en algo parecido al paraíso, que “ninguna extravagancia perdura”. Y lo decía con esa insidiosa, taimada y eximente intención con que se proclaman las generalizaciones, es decir, apuntando a alguien, en este caso al Tristram Shandy de Laurence Sterne. Es humano renegar del progreso cuando a uno lo han encumbrado como cima y epítome del proceso, como natural es que visiones rectas del mundo alumbren obras literarias lineales, canónicas y enhiestas.
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Título: Vida y opiniones de Tristam Shandy, caballero
Autor: Novela gráfica de Martin Rowson sobre obra de Laurence Sterne
Editorial: Impedimenta, 2014
Ciudad: Madrid
Páginas: 176
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Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero no es nada de eso ni todo lo contrario; es solo un texto que se desborda en esferas concéntricas y elipses caóticas como una masa flácida, que sube y decae y brota y rebota sin atender a leyes de gravedad alguna. Con la distancia de los años, parece claro que la genialidad deconstructiva de Cervantes, Sterne o Joyce ha ejercido de tapia y puente entre distintos movimientos literarios, sobre los cuales, y ya con la seguridad de la tierra firme, han arraigado y florecido valores sólidos como el lúcido Johnson.
Así se las gastaban en la Pérfida Albión, tan orgullosa hoy de ese humor nacional y humoso suyo, sin estar de más la lección para España, donde lo satírico y lo cómico es perseguido y despreciado por la impostura del prejuicio. Tristram Shandy no es solo una novela divertidísima, sino también un clásico del Olimpo, adonde ha sido aupada por el sedimento de críticas seculares.
La narración, para qué negarlo, es tozuda –en otra ocasión, Johnson reprochó a Sterne su nulo conocimiento de la lengua inglesa, acusación que este reconoció sin problema: “En efecto, así es”–, una sucesión de anécdotas leves y pícaras hiladas de forma rocambolesca, unas veces, y que deja el resto al pegamento de la fe que cada lector le tenga a la obra.
En su disparatada coherencia interna, el caballero Tristram Shandy se nos presenta como un tipo abstruso e incapaz de comunicarse de forma sencilla y fluida, y asistimos de esta forma, entre párrafos prestados de Montaigne, Locke y Robert Burton, al genuino nacimiento de la metaliteratura, del monólogo interior y las digresiones sentimentales.
Sin olvidar que a Sterne también se le atribuye la paternidad de meandros radicales como los capítulos de una sola oración –de nuevo, el Ulises–, de la página en blanco –donde se anima al lector a dibujar un retrato de su amada– y del fundido a negro. Nietzsche, en un ejercicio de entregado eufemismo, la consagró como “la novela más libre de la historia”.
Cómic de ‘imposibles’
En el cómic, que de eso hemos venido a hablar –no se impacienten, pues, en el original, el caballero Tristram Shandy no aparece hasta el capítulo tercero–, las elipsis, historias colganderas y anécdotas sin conexión funcionan de fábula gracias al formato viñeta y a una adaptación rigurosa, por no hablar de la fuerza que aportan las imágenes a la provocadora herencia de Rabelais.
Martin Rowson, afamado dibujante de The Guardian, esculpe cada ilustración al modo y manera de los grabados barrocos en lo que el diario The Independent –donde también colabora– ha tildado de “obra más extraordinaria en la historia de la ilustración”.
En referencia al imposible argumento de los vagabundeos del protagonista, el propio Rowson asegura haber creado “un cómic sobre la imposibilidad de producir una adaptación gráfica de una novela sobre la imposibilidad de escribir la novela”. Con un enfoque propio de su género, por sus páginas desfilan una versión cinematográfica del libro rodada por Oliver Stone, una ballena que vomita barcos, un navío lleno de críticos y miembros del gremio como Martin Amis o T.S. Eliot.
La traducción de Juan Gabriel López Guix no desmerece a la muy estimable de Javier Marías para Alfaguara –una de sus más grandes aportaciones a la historia de la literatura–. Por último, diremos que el libro, editado por Impedimenta con apreciable encuadernación holandesa, funciona a la perfección entre quienes van o vienen del ex-tensísimo original, publicado a lo largo de ocho años en nueve volúmenes y sobre el que los investigadores sostienen que podría haber quedado inconcluso, en virtud de la correspondencia del autor con una amante.
Esta especulación podría tratarse de una penitencia por la ausencia de estructura o una broma póstuma de Sterne a aquellos que solo descansan sobre versos atados como cabos.
En el nº 2.896 de Vida Nueva