Hace 15 años que “asumimos el compromiso de una gran misión en todo el continente” (AP 362). Un compromiso renovado durante la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, cuyos desafíos consolidan una Iglesia de puertas abiertas que vuelva a la esencia del Evangelio desde el espíritu de Aparecida, con la opción preferencial por los pobres como hoja de ruta, porque ellos están y son el corazón de la Iglesia.
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Decir que el Papa que vino del fin del mundo nació en este querido santuario brasileño puede parecer un atrevimiento, pero la realidad es que el Documento de Aparecida es referencia inexcusable de la exhortación programática Evangelii gaudium. Más allá de responder a una realidad regional, este documento engloba la urgencia de una Iglesia en salida, una clave que resulta indiscutible para la Iglesia universal.
En Aparecida resonaron, en boca de Jorge Mario Bergoglio, esas expresiones que hoy resultan familiares en todo el mundo: periferias existenciales, autorreferencialidad… Aparecida también registró el término ‘discípulo misionero’, que hace corresponsable del anuncio de la Buena Noticia a todo el Pueblo de Dios.
Sinodalidad
El Documento Final fue fruto de otra obsesión de Bergoglio ahora en boca de todos: la sinodalidad. Aparecida certificó que es posible una Iglesia en debate y comunión. Y no solo posible, sino urgente, en tanto que solo desde el discernimiento compartido se puede romper con inercias que establecen las estructuras y los tiempos para responder al viento del Espíritu.
La renovación eclesial a la que nos sentimos nuevamente llamados no nace de un solo hombre, sino que cuenta con una solidez comunitaria probada en lo teológico, en lo pastoral y en lo espiritual. En un nuevo Pentecostés para el continente, volvemos a optar por una Iglesia desinstalada y comprometida “para que el mundo crea”.