El COVID-19 forma parte ya de la historia de la humanidad. Historia viva de una enfermedad de efectos letales que frenó nuestra vida en seco. Más de 1,6 millones de personas han muerto y más de 66 millones se han contagiado en América Latina y el Caribe.
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Además, la crisis derivada de la pandemia ha traído más pobreza a nuestro continente, con 22 millones de personas más en exclusión que antes de marzo de 2020. Se trata de 22 millones más de vidas que la Iglesia debe acompañar allá donde no llegan los Estados para no dejar a nadie atrás.
La Iglesia samaritana al estilo de Jesús de Nazaret nos pide en este momento de la historia estar cerca de los que sufren, aliviando, con nuestra presencia, las heridas provocadas por –en palabras del papa Francisco– la “globalización de la indiferencia”.
Al lado de los que sufren
La comunidad cristiana no puede permitirse salir de esta crisis de la misma manera que entró. Como Pueblo de Dios en salida, estamos llamados a llevar la caricia del Señor a todos los rincones de nuestro continente, siempre al lado de los que sufren, generando otras formas de anuncio y de denuncia, de presencia y de acompañamiento.
Durante estos dos años de pandemia, la Iglesia que peregrina en América Latina y el Caribe se ha ‘aprojimado’ a las realidades sufrientes transparentando a Cristo. Desde el CELAM no podemos sino agradecer a todos aquellos -laicos, religiosos, sacerdotes, diáconos y obispos- que no han dudado en arriesgar su propia vida por el bien de la comunidad.
En medio del dolor y la incertidumbre, muchos cristianos se han arremangado por los descartados huyendo de todo heroísmo, haciéndolo simplemente guiados por la radicalidad del Evangelio. Ahora, cuando las consecuencias sociales y económicas son más que evidentes, todos, discípulos misioneros, estamos llamados a redoblar esfuerzos por ser más que nunca “hospital de campaña”.