El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Una fecha en la que la Iglesia de América Latina y el Caribe no solo celebra, sino que también reivindica a quienes son la mayoría del Pueblo de Dios, tantas veces invisibles e invisibilizadas. Leyendo los signos de los tiempos, la Iglesia no puede más que hacer una defensa constante de la dignidad de las mujeres y de los valores de la igualdad.
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Queda mucho por hacer y las mujeres católicas tienen sobrados motivos para revolverse ante situaciones manifiestas de discriminación cuando han demostrado tener dotes más que probadas para un liderazgo casi siempre minusvalorado. Y es que cuesta reconocer a la Iglesia como madre si su voz y su rostro femenino permanecen en la sombra.
Misión CELAM dedica este número a ellas, laicas y consagradas, teólogas y catequistas, jóvenes y mayores. Estamos llamados a dejar de contar con ellas para hablar solo sobre el protagonismo de la mujer en la Iglesia, porque ellas, a veces más Martas y otras veces más Marías, están sobradamente preparadas. La presidencia del CELAM está convencida de los pasos dados para visibilizarlas en los puestos de liderazgo, al igual que lo ha hecho Francisco, con palabras –ha sido el primer Papa en denunciar el patriarcado eclesial–, y con hechos –nombrando a la religiosa Nathalie Becquart subsecretaria del Sínodo de los Obispos. Y, por tanto, primera mujer en la historia que votará en una Asamblea Sinodal–.
Más de Dios
La Iglesia universal ha dado ya un paso adelante sin vuelta atrás para quienes, sin ansiar cuotas de poder, han liderado siempre la mayoría de proyectos evangelizadores, de acompañamiento a las comunidades amazónicas, o en la pastoral migrante. Ni la comunidad eclesial ni la sociedad pueden ignorar ni esquinar el papel de la mujer si buscan ser más humanas y, en definitiva, más de Dios. Aunque haya quien todavía se resista a reconocerlo, la Iglesia tiene nombre de mujer.