El salesiano Oleh Ladnyuk encarna perfectamente la entrega de los 40 salesianos de Ucrania que, pese al horror de la guerra, jamás se plantearon abandonar el país. Pero, no solo es que siga al pie de la cruz junto a su pueblo, sino que cada semana, junto a un compañero de congregación, se interna en el frente para repartir ayuda humanitaria y, al regresar, ofrece llevar consigo a personas vulnerables, en buena parte niños. En estos meses ya ha salvado a 500 personas.
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PREGUNTA.- ¿Cómo surgió la iniciativa de acudir cada semana al frente para ayudar a los afectados?
RESPUESTA.- En 2014, cuando Rusia comenzó su invasión de Ucrania, me ofrecí voluntario para ir al frente como capellán militar. Desde entonces, he desempeñado esta función dos veces al año durante un máximo de un mes, principalmente en los períodos de Navidad y Semana Santa. Todos estos años he trabajado no solo con los militares, sino también con la población civil. De acuerdo con la espiritualidad salesiana, me centré en trabajar con los jóvenes: llevé a niños de los pueblos de la línea del frente al territorio de Ucrania occidental para que descansaran de los ruidos de la guerra durante al menos una semana; conseguí organizar un campamento de verano al estilo salesiano para niños en el pueblo de Muratovo, cercano a la línea del frente.
Dos semanas antes de la invasión total, en febrero del pasado año, nos dimos cuenta de que la guerra estaba muy cerca y empezamos a preparar nuestro plan para salvar a la gente. Basándonos en la experiencia de los años anteriores de guerra, vimos que la primera prioridad era salvar a los fieles de la Iglesia católica (a los que los rusos odian), a los profesores, a las familias con militares y a los niños, para que no vieran esta terrible guerra. Me ofrecí a sacar al menos a los niños unos días antes de la invasión total, pero todos esperaban que Rusia no llegara a la guerra global. Acordé con los sacerdotes de Donbás, que me conocían personalmente, que en cuanto comenzara la fase caliente, ellos recogerían a los niños y yo vendría desde la ciudad de Dnipro (adonde me había trasladado antes de la guerra) y los transportaría a los hogares salesianos del oeste de Ucrania.
El 24 de febrero de 2022, cuando Rusia invadió Ucrania, llevé a cabo mi primera evacuación de personas de la ciudad de Lysychansk. Entre los evacuados había un bebé al que solo le quedaban dos semanas de vida. Desde entonces, hemos conseguido evacuar a unas 500 personas. Durante los primeros días, vimos que no solo era necesaria la evacuación, sino también la asistencia a la población local en cuanto a medicamentos y alimentos, así que fuimos a Donbás para abastecernos de lo necesario y regresamos con las personas que huían de la guerra.
Cultivar el miedo
P.- ¿Su vida y la de su compañero habrán corrido peligro en alguna de sus incursiones? ¿Tiene miedo a la muerte o prevalece el deseo de servir a los más vulnerables?
R.- Hay que tener en cuenta que, desde el principio, nos impusimos la tarea de ir a lugares donde nadie va por el peligro, así que el peligro de muerte es constante. He llegado a decir adiós a mi vida tres veces en un día porque las bombas caían muy cerca de mí, pero las oraciones de muchas personas, de Don Bosco y de María Auxiliadora, me mantuvieron a salvo.
Los que dicen que no tienen miedo no tienen razón. El miedo es inherente a toda persona y salva vidas. Por desgracia, hay momentos en los que te acostumbras a la guerra y a la muerte y el sentimiento de miedo desaparece (las bombas explotan cerca de ti o ves cadáveres de personas, pero no sientes nada). En esos momentos, hago una pausa de una semana en silencio y oración para que el miedo y otros sentimientos vuelvan a mí.
P.- ¿Qué historia o testimonio le ha conmovido especialmente?
R.- En los primeros días de la guerra, mucha gente me preguntaba dónde estaba Dios y cómo había permitido que esto sucediera. Yo no tenía una respuesta concreta, porque todo lo que se me ocurría me parecía primitivo, así que guardé silencio. Unos minutos después, las mismas personas me decían: estás con nosotros y nos ayudas, gracias a ti vemos que Dios no nos ha abandonado.
Hubo muchos momentos que se me quedaron grabados en la memoria, como los de despedida entre familiares durante la evacuación, cuando los padres se separaban de sus hijos entre lágrimas, al son de las bombas que caían cerca, sin saber si volverían a verse. Es difícil expresar estos momentos con palabras.
P.- ¿Cómo valora el pueblo ucraniano el hecho de que los 40 salesianos presentes en el país permanecieran con ellos y no se marcharan, a pesar de la dureza de la guerra?
R.- La gente está agradecida a los salesianos porque ninguno de nosotros huyó de Ucrania, aunque cada uno de nosotros podría haber ido a Europa en cualquier momento con nuestros hermanos salesianos, que nos habrían acogido con mucho gusto. En cambio, desde el primer día, los salesianos nos organizamos para apoyar a la gente: con ayuda humanitaria, evacuación y poniendo nuestros locales a disposición de los refugiados. La gente en Ucrania ve esto y lo aprecia mucho.
Me gustaría añadir que esto no habría sido posible sin el apoyo de otros salesianos de Europa. En los primeros días de la guerra, recibí personalmente llamadas de muchos salesianos preguntando cómo podíamos ayudar. Sin este apoyo, no habríamos podido salvar a tanta gente.
Experiencia humana y espiritual
P.- ¿Cómo le está marcando esta presencia pastoral a nivel humano y en su vocación religiosa?
R.- La guerra cambia mucho a las personas, que se centran en las tareas principales: cómo sobrevivir hoy. Y empiezas a comprender la insignificancia de tus acciones y deseos en el período anterior a la guerra.
En cuanto a mi vocación salesiana, durante la guerra, cuando celebras liturgias en el frente, ayudando y salvando a la gente, sientes que estás viviendo tu vocación al cien por cien. Sientes que Dios actúa a través de ti y que tú eres su instrumento. Simplemente, disfrutas de tu vocación y piensas lo maravilloso que es ser un salesiano que siempre está ahí cuando más se le necesita.
P.- ¿Cómo combate el sentimiento de odio hacia los rusos?
R.- El odio a los rusos está presente en todas las personas, porque cada ucraniano, independientemente de dónde viva, ha oído explosiones de bombas y tiene un pariente que está en la guerra. Todo el mundo comprende que nos están matando, que nuestras ciudades están siendo destruidas y violadas, no solo por Putin, sino por toda la nación, y esto es triste y da miedo. Hablaremos de superar el odio en el pueblo ucraniano cuando acabe la guerra porque, cuando te están matando, es difícil reflexionar sobre los sentimientos que llevas dentro.
Mi experiencia personal es que, cuando vi a los prisioneros rusos, no sentí odio, sino un gran desprecio que no sé si había sentido antes. No entiendo cómo, en el siglo XXI, puede haber tantos nuevos partidarios de la ideología fascista que están dispuestos a ir a un país extranjero a matar y maltratar a la gente, destruir ciudades y, al mismo tiempo, disfrutar de lo que han hecho. Lo siento mucho por ellos, porque comprendo que hayan sido educados por una poderosa propaganda. Pero lo siento aún más por aquellas personas que, viviendo en Europa y disfrutando de los beneficios de la democracia, apoyan el régimen fascista de Putin.
P.- ¿Cómo sueña con la Ucrania de la posguerra?
R.- El sueño de una Ucrania de posguerra me parece tan lejano y al mismo tiempo tan deseable que me resulta difícil responder. Puedo decir con seguridad que Ucrania nunca volverá a ser la misma que era antes de la guerra. Actualmente, estamos pagando un precio muy alto por la oportunidad de vivir en una sociedad democrática con valores cristianos, no solo para nosotros, sino para toda Europa.