Dolor y oración

Arodriguez 20(Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)

“El dolor humano cuando lo siente un creyente se convierte en oración y tiene un interlocutor: el Dios que nos sostiene en la vida y en la muerte, en las alegrías y en las penas. Compartido con Él, el dolor se hace queja y esperanza al mismo tiempo y, sobre todo, se hace solidaridad…”

Sé que una semana es mucho tiempo para que una noticia lo siga siendo; pero hay acontecimientos que, más allá de su actualidad, se conservan en la memoria colectiva. Las tragedias producen una conmoción tal que permanecen en el tiempo y traspasan con creces el ámbito cercano de familiares y amigos de los afectados. Del mismo modo que se comparten los éxitos hasta convertirse en colectivos, hay tragedias que extienden su órbita de dolor a toda la sociedad.

Por eso, al escribir esta semana una reflexión en torno a la actualidad de la Iglesia en España, es imprescindible para mí elegir como tema el trágico accidente en el aeropuerto de Barajas. Lo hago, sobre todo, para expresar la condolencia (dolor con dolor) que nos ha enlazado a todos los españoles en un sentimiento común de solidaridad con los muertos, con los heridos y con cuantos ya van a vivir con el sello del recuerdo marcado en un día y en una hora trágicos. En esta columna sólo quiero decir que el dolor, más cercano de algunos, lo hemos compartido solidariamente todos cuantos sentimos como seres humanos.

No olvido, sin embargo, que el dolor humano cuando lo siente un creyente se convierte en oración y tiene un interlocutor: el Dios que nos sostiene en la vida y en la muerte, en las alegrías y en las penas. Compartido con Él, el dolor se hace queja y esperanza al mismo tiempo y, sobre todo, se hace solidaridad: la que se recibe del Dios de Jesucristo que siente con nosotros y comparte los sentimientos de nuestro corazón. También fortalece la oración compartida de cuantos se unen al rezar al amor y al recuerdo de los dolientes más cercanos. Ante el Dios de la vida, la Iglesia española hoy reza: dales, Señor, a los fallecidos el descanso eterno, la salud a los heridos y el consuelo a los familiares.

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