Es probable que, con independencia de la carrera que haya estudiado, el lector recuerde la teoría de las cinco etapas del crecimiento de Walt Rostow si en alguna asignatura –aunque fuese muy de pasada o de forma muy superficial– le hablaron de conceptos básicos de economía. Esto no tiene nada de extraño, dada su grandísima influencia no solo en el mundo intelectual, sino en las recetas económicas inspiradas en ella, que tanto el FMI como el BM han impuesto a centenares de países a lo largo y ancho del mundo.
Lo que sí es extraño, sin embargo, es que nunca nadie recuerde que el propio Rostow no habló de cinco, sino de seis etapas. Esa perfección atribuida en los manuales de economía a la quinta etapa, el autor realmente la desplaza a la sexta, una etapa que, sin embargo, será sistemáticamente suprimida de ellos. ¿En qué consistía esta misteriosa sexta etapa? Una vez alcanzada la madurez, nos dice Rostow en su libro, entraremos en una sexta que, aunque admite no saber exactamente en qué consistirá (el libro sale a la luz en el 59), intuye que supondrá un nuevo paso acorde con la dinámica de los Buddenbrooks.
En ella, como sucedía con la última generación en la famosa novela de Thomas Mann, comenzarían a olvidarse poco a poco los valores sobre los que se había construido la sociedad de consumo, como el dinero (primera generación de la célebre dinastía) o la obsesión por la posición social (segunda generación), y se comenzaría a otorgar importancia a otros centrados en la espiritualidad, el arte, la música, la realización personal… Lo que previó el autor ya a finales de los 50 no era otra cosa que la generación del 68, una generación que, ya sin miedo, a diferencia de la inmediatamente anterior a ella, muchos aún con recuerdos de guerra, bastantes también con recuerdos de hambre, plantó cara a un mundo que, tras dos guerras mundiales, parecía empeñado, igual que lo parece hoy, en empujar a la humanidad definitivamente al abismo.
Pero analicemos un poco más en profundidad la cuestión económica, esencial para comprender lo acontecido en el 68. Aunque los beneficios materiales y los efectos culturales tardasen mucho en ser percibidos, ya desde comienzos de los años 50, la economía mundial entra en una fase expansiva de crecimiento sin precedentes, la así llamada Era Dorada, que, ya en los 60, comienza a desarrollarse a un “ritmo explosivo”.
Una de las razones más importantes de ese milagro económico (así como de su colapso y su derrumbe en 1973) es que el precio medio del barril del crudo saudí era inferior a los dos dólares a lo largo de todo el período 1950-1973, haciendo así que la energía fuese ridículamente barata y continuase abaratándose constantemente. La producción mundial de manufacturas se cuadriplicó entre principios de los 50 y principios de los 60 y, algo aún más importante, el comercio mundial de productos elaborados se multiplicó por diez. Por otro lado, los salarios se disparan tanto en Estados Unidos como en Europa, llegando para el primer caso al máximo histórico de salario mínimo precisamente en el año 1968.
Con tal crecimiento económico, “todos los problemas que habían afligido al capitalismo en la era de las catástrofes parecieron disolverse y desaparecer”. El terrible y aparentemente inevitable ciclo de expansión-recesión, tan devastador entre guerras, se convirtió en una sucesión de leves oscilaciones gracias a las políticas económicas keynesianas y al surgimiento de los estados de bienestar. No obstante, no solamente se ha de tener en cuenta el ciclo económico en sí, sino el optimismo vinculado a él: no pocos economistas, analistas y observadores internacionales, desde las Naciones Unidas a la propia OCDE, “empezaron a admitir que, de algún modo, la economía en su conjunto continuaría subiendo y subiendo para siempre”.
A la vista de lo anterior, como es natural, la pregunta lógica sería: si todo iba tan bien, ¿se puede saber a santo de qué venían tantas manifestaciones, tantas protestas, tanta rabia? Precisamente por eso, porque –como preveía Rostow– las expectativas de la población, especialmente de la joven, aumentarían. Lo que Ronald Inglehart más tarde llamaría el “giro posmaterialista”, según el cual la extensión de la prosperidad económica a grandes proporciones de la población, así como la ausencia de guerras y duras experiencias de escasez, habían producido una “revolución silenciosa” cuya característica más notoria consistía en la emergencia de una nueva generación de valores y aspiraciones no materialistas: mayor interés por los valores estéticos y hedonistas, y creciente interés por las relaciones sociales y políticas (que se traduciría, a su vez, en una mayor participación).
ÍNDICE DEL PLIEGO
1. LA GENERACIÓN BUDDENBROOK
2. LA CUESTIÓN DE LA SINCRONÍA
3. 1968, ESTACIÓN CENTRAL
4. LA ‘MAGIA’ DE LA MASA CRÍTICA
5. PARÍS, AÑO CERO