Cuando Vicente de Paúl reflexionaba en voz alta sobre la autoría de sus obras e instituciones, siempre concluía con el mismo razonamiento: “Yo nunca pensé en fundar algo así, y tampoco la señorita Le Gras (Luisa de Marillac). Dios es el único autor de todo esto, porque cuando una obra no tiene autor, hay que decir de ella que es Dios el que la ha hecho”.
Alguien pudiera sospechar que esta frase del “gran santo del gran siglo” es un mero ejercicio de humildad. Pero, en realidad, es la forma que tiene Vicente de Paúl de referirse a lo que llamamos “carisma”. Vicente de Paúl nunca empleó el vocablo “carisma”. Es una expresión puesta en circulación a partir del Concilio Vaticano II y generalizada hasta la inflación. Vicente de Paúl, en sus cartas y conferencias, empleó expresiones tales como “fuerte inspiración de Dios”, “institución divina”, “obra de la Providencia”, “indicación propia de Dios”… Es decir, expresiones que, en cierto sentido, se pueden referir al carisma específico que el Espíritu del Señor le otorgó.
Sea como fuere, hay una cosa innegable: Vicente de Paúl emprendió, hace 400 años, una imparable revolución de amor, de justicia y de solidaridad. No le hizo falta explicar su “carisma” con argumentos teológicos, sencillamente lo manifestó desde la evangelización y la caridad.
Voy a aproximarme, desde diversos ángulos, a las raíces, a la intrahistoria y al desafío de este carisma vicenciano. Con una intención muy clara: animar a todos los miembros de la Familia Vicenciana a mantener, dinamizar y potenciar el fuego de este don del Espíritu que hoy tienen en sus manos.
Índice del Pliego:
- 1. Una realidad viva, dinámica y audaz
- 2. Dos polos inseparables y complementarios: la misión y la caridad
- 3. Un año, dos fechas y dos lugares
- 4. Marco referencial del carisma vicenciano
- 5. Tres coordenadas fundamentales
- 6. Una espiritualidad de “ojos abiertos”
- 7. Para leer el presente y el futuro a la luz del carisma vicenciano
- 8. Una palabra final