A raíz de su muerte el pasado 31 de diciembre, se ha dado a conocer el que es formalmente el ‘Testamento espiritual’ del papa Benedicto XVI, que lleva fecha de 29 de agosto de 2006.
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Tengo para mí que eran (o éramos) muchos los que esperaban un texto más largo, quizás a la manera de san Pablo VI, de quien se considera también parte de su testamento espiritual el magnífico texto de ‘Pensiero alla morte’. Pero no. Benedicto ofrece un texto de poco más de una página, con dos partes. En la primera, mira hacia atrás, con sentimientos de gratitud y reconocimiento de los dones y de los ejemplares testimonios que ha recibido en su vida. Y en la segunda, mira hacia adelante, animando a la comunidad creyente a mantenerse firme en la fe. Me interesa fundamentalmente este párrafo, del que marco en negrita las dos frases que van a ser objeto de mi atención:
“Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia –las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro– fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que solo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis (…). He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”.
Sensible a la exégesis bíblica
Cuando leí este párrafo, con el mayor respeto académico y eclesial y con una profunda simpatía personal, me dije para mis adentros: “Genio y figura”. En efecto, Joseph Ratzinger ha sido siempre especialmente sensible a los retos que la investigación histórica –y, concretamente, la exégesis bíblica– ha planteado a la fe. En este texto que nos ha querido dejar como herencia de última hora, advierte, una vez más, del peligro de dejarnos cautivar por cantos de sirena que contraponen la ciencia (sea natural o sea histórica) a la fe, en detrimento de la verdad de esta última y, en consecuencia, de su significatividad para el mundo de hoy.
Reconoce el papa Benedicto que el asunto de las ciencias bíblicas le ha ocupado durante décadas. Tenía que ser así en alguien que ha hecho “el camino de la teología”, pues – como dice expresamente ‘Dei Verbum’, 24–, la “Biblia es el alma de la teología”. Pero, más allá de este principio general, más obligado si cabe en quien ha estudiado a fondo a san Agustín, se pueden señalar algunos acentos significativos en el teólogo-prefecto-papa, de los que se deduce un perfil coherente y, al mismo tiempo, con acentos particulares según el momento personal y las circunstancias eclesiales.
Renovar la teología desde la Escritura
Semanas atrás, a raíz de su muerte, el cardenal Marc Ouellet declaraba a Vida Nueva: “(Benedicto XVI) será algún día doctor de la Iglesia por la calidad de sus escritos y el servicio que ha prestado a la Iglesia en la interpretación de la Escritura, porque el Concilio Vaticano II quiso que se renovara la teología a partir de la Palabra de Dios, pero en aquel entonces el desarrollo exegético era demasiado limitado a la investigación histórico-crítica; entonces, el sentido espiritual de la Escritura no sobresalía. Todo el trabajo de Ratzinger ha sido, a la vez, el mostrar los límites de la exégesis y completar con una interpretación eclesial y teológica de la Sagrada Escritura…”.
Mi propósito, en este Pliego, es señalar algunos de los jalones más importantes de la preocupación de Ratzinger por la investigación bíblica y su incidencia no solo en la teología como tal, sino en la vida de los creyentes.
De san Agustín a Guardini
Hay que prestar atención a la importancia que la formación bíblica jugó en su currículum académico estudiantil y que tenemos la fortuna de conocer por su propio testimonio personal en algunas publicaciones suyas de años posteriores (sobre todo, ‘Mi Vida’ y ‘La sal de la tierra’), por las que tenemos noticia de los que él considera sus principales “maestros”, aunque no haya sido necesariamente de forma presencial: es el caso de Agustín y Buenaventura, entre los Padres y los medievales, respectivamente.
Y en otro sentido, Mozart, con cuya música, ya desde niño, pudo acceder a Dios (sentía que, al oír su música en la liturgia, es como si se abrieran para él los cielos) no menos de lo que hiciera luego con su teología, como confesó el mismo. Por esa íntima relación, alguien ha hablado de Ratzinger como el “Mozart de la teología”. Habría que mencionar también a John Henry Newman y, de modo especialísimo, a Romano Guardini, que ocupa un lugar fundamental en la formación teológica de nuestro joven seminarista.
Ratzinger citará continuamente a Guardini en muchas de sus obras: “Una de mis primeras lecturas, después de comenzar los estudios de teología a principios de 1946, fue la primera de las obras de Romano Guardini, ‘El espíritu de la liturgia’, un pequeño volumen publicado en la Pascua de 1918 […]. Esta obra puede considerarse, con toda razón, el punto de partida del movimiento litúrgico en Alemania”.
Inquietud por la interpretación
Dejando de lado la influencia de otros profesores de distintas disciplinas, me quiero fijar en algunos nombres que le proporcionaron una buena formación bíblica y suscitaron en él la inquietud por el tema de la interpretación.
El joven seminarista Ratzinger, después de haber cursado el bienio filosófico, durante tres años a partir de 1947 realizó sus estudios de Teología en el Georgianum, un instituto teológico asociado a la Universidad de Múnich. Allí recibió una buena formación bíblica, además de litúrgica e histórica. Por aquellos años, el redescubrimiento de la Escritura por parte de la exégesis protestante tuvo su influjo también en los católicos, dando lugar a lo que luego se llamará el “movimiento bíblico”, anterior a la encíclica ‘Divino Afflante Spiritu’ (1943), del papa Pío XII. La exégesis vendrá a revolucionar la misma teología. (…)
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Índice del Pliego
INTRODUCCIÓN
EL PROFESOR RATZINGER
RATZINGER, PREFECTO DE DOCTRINA DE LA FE
EL PAPA BENEDICTO XVI
CONCLUSIÓN