Ibrahima Balde es su nombre, nacido en Guinea Conakri en 1994, protagonista de un emocionante mensaje de dolor y esperanza relatado en el libro ‘Hermanito’. Sobrecogedor camino en busca de su hermano pequeño. Sufrió hambre y sed, sufrió dolor, y padeció los abusos de las mafias que actúan impunemente. Tres años de camino hasta que llegó a Irún.
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El papa Francisco, como buen padre, no cesa de recomendar, a tiempo y a destiempo, la lectura de este asombroso libro, que es reflejo de la vida de miles de migrantes y refugiados.
He querido empezar estas reflexiones para este tiempo que la Iglesia nos regala, el Adviento, presentando la esperanza salvadora de esta criatura, de este hijo de Dios, materializada en este caso en la presencia divina a través de la caridad de quienes salieron a socorrerle.
Esperanza concreta
En la vida de Ibrahima, y en la de todos nosotros, se hace concreta la esperanza. Esa esperanza que, siendo la más pequeña y humilde de las virtudes teologales, tiene un nombre: Jesucristo, el Enmanuel, “Dios con nosotros”, que se hace pobre, desciende a nuestra pobreza y nos salva. ¡Bendito sea Dios y su santa Iglesia que nos regala este tiempo de Adviento para avivar las ascuas de nuestra esperanza, con tanta frecuencia tapadas y ofuscadas por las cenizas de la mundanidad!
Desde nuestra realidad concreta, tan sedienta y necesitada de Dios, he querido meditar este tiempo acompañado por las oraciones colectas de cada domingo. Solo espero que estas palabras que estoy escribiendo, cuando se cumple un año de ni nombramiento como obispo auxiliar de Getafe, os ayuden a vivir más profundamente este Adviento.
Valor mesiánico
“Nos visitará el Sol que nace de lo alto”, es la oración que rezamos cada mañana en Laudes, y hacemos la señal de la cruz porque ahí se produce una ruptura de nivel. Y lo rezamos despacio: “El Sol que nace de lo alto”. Une lo alto y el hecho de nacer, algo paradójico. Un mismo vocablo sirve para referirse tanto a la luz solar que brilla en nuestro planeta como al germen que brota. En la tradición bíblica ambas imágenes tienen valor mesiánico: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado (Is 9, 1). “A los que honráis mi nombre, se alzará un sol victorioso que trae la salvación entre sus rayos” (Mal 3, 20). Este sol “guiará nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 79).
Por tanto, con Cristo aparece la luz que “ilumina a toda criatura” (Jn 1, 9) y florece la vida. Pues en él “estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1, 4).
Comenta Beda el Venerable (siglos VII-VIII) en su ‘Homilía para el nacimiento de San Juan Bautista’: “Nos ha visitado como un médico a los enfermos, porque para sanar la arraigada enfermedad de nuestra soberbia, nos ha dado el nuevo ejemplo de su humildad. Cristo nos ha encontrado cuando yacíamos en tinieblas y en sombras de muerte”.
Conocer, amar e imitar
El Sol que nace de lo alto es Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es el Sol que hemos conocido, tenemos experiencia de él, nos ha llamado a trabajar con él y hace que nuestra vida cristiana no sea una carrera de escalafones, porque eso no se parece a Jesucristo. La vida cristiana, iluminada por su Luz, hace que el nuestro sea un camino de despojamiento, de servicio en la humildad.
Adviento es un tiempo de gracia y de conversión, de despojamiento interior y exterior: de los bienes de la tierra, de la familia, de las honras del mundo, de la propia imagen, de la salud e incluso de la vida. La oración perfecta, la verdaderamente filial, antepone el designio de Dios a cualquier otro interés. Hace que el discípulo entre en la dinámica de la sabiduría divina: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la conservará” (Mt 16, 25). Perder para ganar.
Del pesebre a la cruz
El despojamiento de Jesucristo, el Hijo de Dios, es la búsqueda absoluta de la gloria del Padre. La pobreza del Hijo es nuestra riqueza. La experiencia de la gracia de la contemplación asidua de la humanidad y la divinidad de Jesús, como pobre en el pesebre y humillado en la cruz, ha de desencadenar en nosotros un despojamiento progresivo para que nuestro asidero sea el Señor, el único Dios. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. No es más quien más títulos acumula y mayores puestos ostenta, sino el que se parece más a Jesús; el que se pone en actitud de servicio y humildad, porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir.
De este modo, las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad– son inseparables, en Adviento y en la vida de cada día, van de la mano. La esperanza va de la mano de la fe y de la caridad, aunque en estas semanas previas a la Navidad pongamos el acento en la esperanza.
Gratitud y vigilancia
Durante este tiempo, recordamos y agradecemos a Dios su fidelidad y amor incondicional. Reconocemos que, a través de la venida de Cristo, se cumple el plan de redención y se abre el camino de la salvación para todos los hombres. Esta gratitud debe estar presente siempre y en todo lugar, ya que la presencia de Cristo se manifiesta en cada hombre y mujer y en cada acontecimiento.
Además de la gratitud, el Adviento nos invita a esperar vigilantes la segunda venida de Cristo en su esplendor y grandeza. Debemos estar alerta, conscientes de su presencia y acción en nuestras vidas y en el mundo. No debemos estar distraídos o indiferentes, sino atentos a esa venida suya. Esta espera vigilante implica estar preparados, espiritualmente y moralmente, para encontrarnos con él en cualquier momento. Debemos vivir una vida de fe, en comunión con Dios y en obediencia a sus mandamientos. La espera vigilante implica también mantener viva la esperanza de su retorno, sabiendo que su venida traerá la plenitud de la salvación y la restauración final de todas las cosas.
Dar testimonio
En esta espera vigilante del Sol que nace de lo alto, debemos dar testimonio de Cristo por medio del amor. Testimonio que debe reflejar su presencia en nuestras vidas y mostrar al mundo su amor y misericordia. Aunque, para dar testimonio de Cristo, debemos vivir de acuerdo con sus mandamientos y enseñanzas. Debemos amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a nosotros mismos. Esto implica vivir una vida de santidad y fidelidad a sus mandamientos, mostrando compasión, misericordia y perdón hacia los hermanos en todo momento.
Durante el Adviento, también se nos invita a prepararnos para la Navidad por medio de la oración, el arrepentimiento, la reflexión y la esperanza en la venida del Salvador. Es una oportunidad para centrarnos en el verdadero significado de esta celebración, dejando atrás el consumismo y el estrés, y enfocándonos en el regalo más grande que Dios nos ha dado: la encarnación de su Hijo en nuestro mundo. (…)
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Índice del Pliego
I Domingo de Adviento: SALIR AL ENCUENTRO
II Domingo de Adviento: SIN AFANES
III Domingo de Adviento (‘Gaudete’): CON ALEGRÍA
IV Domingo de Adviento: ARREBUJADOS POR LA VIRGEN MARÍA
Misa de la Vigilia: LLEGA NUESTRO REDENTOR
A MODO DE CONCLUSIÓN