Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.201
Nº 3.201

Adviento en tiempos de Netflix

Una lectura altamente recomendable, para cualquier buscador de sentido, es la del filósofo surcoreano, afincado en Alemania, Byung-Chul Han. Hacía tiempo que no leía algo tan hermoso en torno al sacerdote y sus gestos en el rito eucarístico. Pero, más allá de la exploración de la trascendencia de este intelectual que se declara agnóstico, su libro, ‘La desaparición de los rituales’, es un auténtico relato inspirador y analítico de la sociedad contemporánea, así como de la pérdida que supone el desconocer o no valorar las prácticas rituales.



Lo curioso es que se crean ritos nuevos sin percepción sacramental o simbólica. El tiempo ritual entronca con lo eterno, mientras la llamada “percepción serial” no es capaz de apreciar la duración. Parecen universos distintos sin cauces de reconciliación. Sin embargo, como seres humanos, habitados o llamados al encuentro con el Otro, no podemos prescindir del ámbito o esfera del tiempo eterno, que es el más duradero, en el que de alguna manera estamos inmersos desde nuestro bautismo. El tiempo eterno y el efímero se juntaron gracias a la Encarnación del que es la Palabra que resuena en el silencio y también en los ruidos de un mundo revuelto.

Afirma Byung-Chul: “La percepción serial como captación sucesiva de lo nuevo no se demora en ello. Más bien, se apresura de una información a la siguiente, de una vivencia a la siguiente, de una sensación a la siguiente, sin finalizar jamás nada. Las series gustan tanto hoy porque responden al hábito de la percepción serial”. Añade, además, que la percepción serial es plana: “Hoy la intensidad deja paso en todas partes a la extensión. La comunicación digital es una comunicación extensiva. En lugar de crear relaciones, se limita a establecer conexiones”.

Vivimos en la moda de los 5.000 contactos de Facebook a los que confundimos con amigos. Se nos olvidó –o no conocimos– un período fecundo en el que había que esperar una semana para continuar con el capítulo siguiente de nuestra serie favorita. Nos daba pie a comentar en los recreos o en los descansos del trabajo cómo pensábamos que continuaría aquella historia que tanto nos atraía. Se despertaba el deseo, la imaginación y sentíamos que estábamos activos.

Podríamos decir que la percepción serial no se detiene en los contenidos, sino que, más bien, se interesa por el consumo de los mismos. Consumir y consumir, sin pararse casi, sin reflexión. Consumir como acto de evasión. Consumir tiempo del que no cuenta. Nos ponemos en modo Netflix toda la tarde-noche del viernes para ver estrenos de esas series cautivadoras que sirven como narcótico. ¡Cómo han subido los índices de consumo de las plataformas de ‘streaming’ durante la pandemia del coronavirus! Netflix, Movistar, Amazon, HBO se han adueñado del tiempo de muchísimos hogares. Me confesaba un joven: “Nos damos unos atracones tremendos de series. Entre capítulo y capítulo, intento comentar alguna impresión con mi hermana, pero lo cierto es que estamos deseando llegar al final de ‘La casa de papel’”. El tiempo extensivo es el que se utiliza para acumular contenidos. Nos convertimos en continentes anulados, en meros recipientes para el consumo.

El tiempo de Dios, sin dejar a un lado el tiempo de la humanidad, nos abre a una esperanza profunda. Es a lo que aspiramos en este tiempo de Adviento que se aproxima. La sensibilidad actual quiere privarnos de las cuatro semanas de esta etapa preparatoria de la Navidad. Podemos caer en la tentación de “consumir” rápidamente los cuatro domingos para llegar al nacimiento del Mesías, pero ese camino fácil no es la ruta más aconsejable. Os proponemos, al hilo de la Palabra dominical de este tiempo de preparación y espera, hacer un enlace con algún apoyo audiovisual de televisión, cine, YouTube o de otras plataformas. Ojalá nos den oportunidad para entrar en el sueño de Dios sobre la humanidad. (…)

En la película coral ‘Vidas cruzadas’ (1993), de Robert Altman, se nos narra la vida de veintidós personajes ensimismados o demasiado ocupados en sí mismos, que no nos resultan ajenos. El guionista opta por concluir su puzle narrativo con un terremoto que sirve de catarsis a las diversas tensiones narrativas. ¿Qué sucede después? El temblor concluye y todo sigue, sin más, como siempre, como si no hubiera pasado nada. Una cosa es velar, vigilar, estar atentos con serenidad, y otra bien distinta es permanecer impasibles ante las sacudidas de nuestra historia y de las que se cruzan con nosotros. Pareciera esto una parábola de lo que ha podido sucedernos con el largo confinamiento. A veces, da la sensación de que seguimos igual, como si no hubiera pasado nada. Ojalá aprendamos a estar más atentos, porque Dios llega cotidianamente de mil maneras y se hace presente en tantos que nos rodean y nos necesitan. (…)


Índice del Pliego

La percepción serial

La espiritualidad del terremoto

Del foco en el “yo” a las últimas preguntas

Una esperanza mortal

La alegría no es ruidosa

El “espíritu de ‘Ubuntu’”

Lo que de verdad importa

Experta en pañales

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