Aunque en España estamos ya en el inicio de eso que se ha dado en llamar “la nueva normalidad”, la pandemia del COVID-19 sigue azotando el mundo. El epicentro está ahora en América: las cifras son aterradoras. Nosotros tenemos algunos rebrotes. Los científicos temen una nueva oleada de contagios para más adelante.
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La prioridad inmediata tiene que seguir siendo, por consiguiente, evitar la propagación del virus, así como encontrar un tratamiento y una vacuna para esta enfermedad accesibles a todo el mundo, con independencia de territorios y de capacidad adquisitiva.
Por ello, puede resultar prematuro preguntarse qué hemos aprendido de esta crisis, como si ya hubiera finalizado. El drama está en plena ebullición: en aquellas latitudes, porque sigue causando miles de víctimas; en las nuestras, porque hay un ansia desbocada de “normalidad” y porque hay mucho dolor y estrés acumulados, por lo que psicológicamente no estamos en la mejor tesitura para pensar con calma sobre lo que ha pasado.
No obstante, me parece conveniente plantear ya algunas reflexiones para la recuperación y la superación, como una primera aproximación para ir preparando el terreno, como buenos agricultores del espíritu humano. Es mucho lo que nos va en ello.
Tal vez, el hecho más inquietante de nuestra historia sea que, a pesar del inmenso progreso intelectual y científico acumulado, el ser humano es tan inmoral y estúpido como siempre. La ambición excesiva es un rasgo muy común, junto con la arrogancia y el cortoplacismo. Por eso se hundieron civilizaciones tan eximias como la egipcia o la romana: la historia de la humanidad es un camino entre ruinas. ¿Será verdad que no aprendemos las lecciones de la historia?
El hartazgo por el estado de alarma y las restricciones anejas es obvio y natural, lo mismo que las ganas desbordantes por volver a una situación normal. Pero debemos preguntarnos por el concepto mismo de “normalidad”, si es que queremos evitar equivocarnos.
No olvidemos que esa “normalidad” a la que queremos volver incluía el cambio climático, los nacionalismos, el contraste brutal entre pobres y ricos, los retos de la inteligencia artificial, numerosas guerras con miles y miles de muertos, la carrera armamentística, una ética hedonista y utilitarista que auspiciaba una cultura del descarte, el drama de la soledad de los ancianos, los recortes en sanidad… Todo esto pone en peligro nuestra supervivencia en una civilización decente, tanto o más que el coronavirus.
Esa “normalidad” era el problema, es el problema. La conclusión resulta clara: necesitamos dar un giro a nuestra vida, tomar conciencia y evolucionar. La idea es tan hermosa como grande puede ser su oquedad. Por eso es tan importante impulsar la crítica constructiva, el análisis riguroso e interdisciplinar, la militancia y el compromiso.
Esta actitud está en el origen de la Bioética, aunque se nos haya olvidado. Para Van Rensselaer Potter (1911-2001), el investigador del cáncer a quien consideramos el padre de la Bioética, una de las causas que origina el nacimiento de la nueva disciplina es la necesidad imperiosa de repensar la racionalidad científico-técnica y la idea de progreso. El crecimiento de los dos últimos siglos no significaba para él un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida; muy al contrario, estaba ocasionando serios problemas medioambientales y de equidad en la distribución de recursos.
“Si la inteligencia es nuestra salvación, la estupidez es nuestra gran amenaza”, sentenció José Antonio Marina. “El empecinamiento de nuestra especie en tropezar no dos sino doscientas veces en la misma piedra da mucho que pensar”, añade el filósofo español.
Pues bien, “la inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos, o sociales, o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas o se empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o la violencia (…). Hay unas dinámicas de grupo expansivas y otras depresivas. Las sociedades pueden ser inteligentes y estúpidas según sus modos de vida, los valores aceptados, las instituciones o las metas que se propongan”.
Lograr claridad, más que cortesía filosófica, es simplemente una urgencia elemental. Creo que el principal mensaje que tenemos que lanzar en estos momentos es la necesidad de forjar el carácter de las personas y de los pueblos para poder hacer frente a las adversidades. Los clásicos nos dejaron un muy buen consejo hablándonos de justicia, de fortaleza, de prudencia y de templanza… de virtud.
Todo cambio pasa, en primer lugar, por hacer memoria de los pecados, de las debilidades: resulta cínico apelar a la disciplina social, al consenso político y a la responsabilidad individual cuando se lleva años sembrando lo contrario. Está claro que no se reaccionó a tiempo y que no se hizo un análisis adecuado de lo que acontecía en China y en Italia. Está claro que se permitieron concentraciones masivas cuando no debían haberse celebrado. Seguidamente, hay que hacer memoria también de las fortalezas, de todo aquello que hemos hecho bien, que ha funcionado. Me quedo con la ejemplaridad de quienes, a pesar de la pandemia, estuvieron trabajando.
Pero vayamos más atrás en nuestro recuerdo. El papa Francisco, durante su viaje apostólico a Japón, afirmó el 24 de noviembre de 2019 en Nagasaki: “En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo”. Cierto. No olvidemos los millones de muertos caídos en la Primera Guerra Mundial, en la Segunda, en la Guerra Fría…
Hablamos mucho de la paz y de un futuro común de prosperidad para todo el planeta, pero nuestras acciones no van parejas. Resulta imperativo que el dinero público destinado a la carrera armamentística y a las batallas ideológicas –incluida la ideología de género– se invierta en ciencia, medicina, educación y servicios sociales. (…)
Índice del Pliego
1. Repensar la normalidad
2. Recuperar la memoria
3. ¿Para qué sirve realmente la Bioética?
4. Una cura de humildad
5. El utilitarismo mata
6. Nadie se salva solo
7. Ciencia, medicina y política
8. Humanismo cósmico