Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.163
Nº 3.163

Cambio de época en la Iglesia

Un buen amigo se me acercó y me susurró al oído, entre misterioso y confidente: “¿Qué tal va la Iglesia? Mal, ¿verdad?”… Quedé sorprendido y sin palabras. Es evidente que no esperaba una contestación y tampoco era cuestión de defraudarle. Pues bien, a distancia y tras alguna que otra lectura y reflexión, trataré de ensayar una respuesta simple –¿simplista?– y sin querer sentar cátedra. En todo caso, algo más matizada. Así lo espero.



“Vivimos no solo una época de cambios, sino un cambio de época”. Esta frase ha hecho fortuna. Desde hace un tiempo la leemos o escuchamos repetida como un eslogan y aplicada a distintos ámbitos sociales: educación, ciencia, economía, tecnología, demografía… Es un juego de palabras que, en su sencillez, nos lleva a valorar el presente y entrever el futuro. Marcando, eso sí, una diferencia notable: una época de cambios se refiere a aquellos que son parciales, previsibles y están a nuestro alcance; por el contrario, el cambio de época es global y nos sobrepasa. Alude a un futuro incierto, en el que no se repetirán las soluciones del pasado, pero ignoramos qué nuevas metas nos aguardan.

La consabida frase se ha colado en el lenguaje eclesiástico, siendo utilizada frecuentemente por el papa Francisco1, proveniente de los documentos magisteriales latinoamericanos, en especial de Aparecida (DA 33-34). Con ella nos referimos preferentemente a la realidad sociológica, afectada por las grandes transformaciones de nuestro tiempo. La expresión “cambio de época”, tal como se suele emplear, se dirige a la sociedad en su globalidad para designar un fenómeno exterior en sí a la misma Iglesia, pero que esta ha de acoger e interpretar como signo de los tiempos.

La intención de este ‘Pliego’ es demostrar humildemente que “el cambio de época” afecta no solo a la sociedad, sino a la Iglesia católica en su propia entraña. Un desafío que, como veremos, viene de lejos en la historia, ha anidado en su seno y le ha configurado hasta nuestros días.

La fe cristiana se desarrolla con el dinamismo de la encarnación, siguiendo estos tres pasos sucesivos e interconectados:

La adhesión por la fe a la persona viva de Jesús. Esta relación personal se halla en el arranque, en el crecimiento y en la culminación de la vida de todos los cristianos.

La incorporación a la Iglesia, que es la comunidad de los bautizados creyentes en Cristo, la cual, movida y guiada por el Espíritu, confiesa, celebra y encarna esta vida en el seno de la historia.

El sistema católico. Los cristianos, por el dinamismo de su propia vida, generan un universo mental y estructural (doctrinas, normas morales, una concepción antropológica, una espiritualidad, unos ritos y unas instituciones) necesario para vivir coherentemente las propias creencias. Este conjunto nacido de la genuina experiencia cristiana (al que aquí denominaremos sistema católico) se proyecta a la sociedad mediante el testimonio personal de los cristianos y la influencia de las estructuras de la Iglesia y de sus instituciones visibles.

Desde sus orígenes, en cada ciclo histórico de su vida, se han de implantar los tres pilares –Jesucristo, la Iglesia y el sistema católico– de forma estable y duradera. Esta es premisa necesaria para que la fe se inserte en una cultura concreta, o en un área geográfica, o bien en el conjunto de la sociedad mundial. A esto nos referimos cuando hablamos de “época” en la historia de la Iglesia. Al período en el que se mantiene la fe en Jesucristo en la comunidad eclesial apoyándose en un “sistema” determinado. Su duración, mayor o menor, no depende de las posibles fases de la historia civil, aunque haya una interconexión.

El final de una “época” de la historia eclesial –y el comienzo de la siguiente– se produce cuando el tercer pilar se debilita, entra en descomposición y ya no sirve ‘ad intra’, para expresar la fe de los creyentes en Jesucristo y para sostener su experiencia eclesial, y ‘ad extra’, para conectar con la sociedad y con las culturas circundantes.

Si aceptamos esta tríada como marco conceptual, hemos de convenir que el deterioro, e incluso la desaparición de un “sistema católico” dado, no implican ni la desaparición de la Iglesia ni, mucho menos, la anulación de la fe en Jesucristo. Sin embargo, tampoco es un episodio banal que no afecte a la vivencia de la fe o a la comprensión interna de la Iglesia en sus miembros y estructuras. Pues bien, el actual “sistema católico” hace tiempo que da síntomas de agotamiento. Vivimos unas condiciones internas y una proyección externa extremadamente frágiles. (…)

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Índice del Pliego

CAMBIO DE ÉPOCA

JESUCRISTO, LA IGLESIA Y EL SISTEMA

      • La adhesión por la fe a la persona viva de Jesús
      • La incorporación a la Iglesia
      • El sistema católico

1. La renuncia al pontificado de Benedicto XVI (2013)

2. La marea de los casos de abusos sexuales por parte de eclesiásticos

3. La nueva perspectiva moral de ‘Amoris laetitia’ (2016)

¿DESDE LA CONTRARREFORMA TRIDENTINA?

SISTEMA CERRADO, SISTEMA ABIERTO

EL “FRACASO” DEL CONCILIO

¡NO SE DEJEN ROBAR LA ESPERANZA!

RECOMENZAR

¿UN NUEVO SISTEMA CATÓLICO?

¿CÓMO SERÁ EL FUTURO?

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