La frase es real: “Lo siento, tengo muchas preguntas, pero creo que eres el último que puede ayudarme”. Me la dijo una joven profesora hace unos meses cuando no le quedó más remedio que hablar conmigo, en un encuentro de innovación educativa. Naturalmente, mi pregunta fue un inocente “¿y eso?”, a lo que ella respondió, con toda su sinceridad y asertividad: “Bueno, eres un cristiano, lo que me digas ya me lo sé… y no me gusta”.
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Hubo varias cosas que me llamaron la atención en esta primera –de varias, afortunadamente– conversaciones con esta interesante compañera: es inteligente, no habla “sin saber” ni desde el mero prejuicio… pero no quiere saber nada de un cristiano. En algún momento pensé si estaría dando el Evangelio como amortizado: “Ya me lo sé… y no me gusta”. También cuáles serían esas “muchas preguntas”. Y, por supuesto, me temía si mucho de lo que sabe es por ser “antigua alumna” de un colegio religioso, como me dijo después…
La JMJ de Lisboa
Llevamos más de un año preparando nuestra participación en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa, como tantas diócesis, congregaciones y movimientos que, con mayor o menor intensidad, apuestan por llevar a los jóvenes a una gran experiencia de Iglesia y, ojalá, de encuentro con Jesús de Nazaret.
¿Es una experiencia para “convencidos”? Desde luego que no (ya quisiéramos tener “convencidos” a la mitad de los jóvenes con los que participamos en torno al Papa). ¿Nuestra pastoral juvenil corre el riesgo de reducirse a “macroescenarios”? Es posible, pero este tipo de acontecimientos son también necesarios y pueden ser una plataforma excepcional para atisbar qué significa ser cristiano hoy (como todos los “grandes eventos” –véanse los macroconciertos veraniegos–, aportan mucho a la construcción de la identidad de unos jóvenes que viven la dicotomía entre la soledad y la virtualidad). ¿Respondemos con nuestras ofertas pastorales a las preguntas que sin duda tienen los jóvenes? Espero sinceramente que sí, aunque me da que la desconexión va en aumento, a veces también en el mismo vocabulario que utilizamos.
Felipe y el etíope
Como siempre, la Palabra nos puede iluminar. No estoy seguro de que en nuestra reflexión pastoral tengamos muy presentes algunas de las historias de los primeros cristianos, ya después de Jesús. En la segunda parte de la gran obra de Lucas, los Hechos de los Apóstoles, se habla sin duda de Pedro, Juan, Santiago y, sobre todo, de Pablo, pero entre medias aparecen otros personajes secundarios muy sugerentes.
Uno de ellos es Felipe el diácono, del que se narra el encuentro providencial con un joven en búsqueda, con muchas preguntas, que tampoco encontraba a nadie que pudiera ayudarle: el eunuco de la reina Candace (cfr. Hch 8, 26-40). Este relato será nuestro hilo conductor para volver a soñar nuestra pastoral con jóvenes, a través de una lectura tipológica superficial.
En la narración de Hechos, el relato de Felipe y el etíope aparece después de la lapidación de Esteban, un momento especialmente dramático, pero que es el pórtico de un sorprendente éxito en la siempre sospechosa Samaría. Las autoridades y un tal Saulo persiguen a la Iglesia y buscan destruirla, pero los seguidores de Jesús no dejan de anunciar “la palabra dondequiera que iban” (Hch 8, 4). Se acercan a los discípulos muchas personas con preguntas, como Simón el Mago, que quería ser tan poderoso como los Apóstoles (parece que se imaginaba ya con mitra, al poco de ser bautizado), y los que pronto serán llamados cristianos son cada vez más conocidos, para bien o para mal.
Un encuentro que transforma
En ese momento, desde Samaría, un mensajero –un ángel– ordena a Felipe que vaya hacia Gaza, pero sin llegar a la costa, hacia el desierto. Allí, en un lugar inhóspito y poco habitual en el Nuevo Testamento, se produce un encuentro que transforma las dos vidas: la del que pregunta y la del que está en el momento adecuado dispuesto a dejarse preguntar.
El preguntado es un seguidor de Jesús, aunque no apóstol. Era uno de los nuevos diáconos recién elegidos para atender a las comunidades de habla griega, como su propio nombre indica. Ya había estado en la exitosa misión samaritana y parece que, a pesar de formar una familia (tenía “cuatro hijas que profetizaban”, según Hch 21, 8-9), viajó mucho anunciando a Jesús, dejándose “arrebatar por el Espíritu” varias veces. Era, por lo tanto, un agente de pastoral en el que pueden verse reflejados no pocos de nuestros catequistas, animadores y educadores en la fe.
En busca de respuestas
El que se hace preguntas era un “eunuco”. Ciertamente, esta palabra se usaba para designar a los funcionarios de la corte, y a eso se dedicaba en el gobierno de la reina Candace. Pero estos servidores eran de confianza precisamente por haber nacido con deformidades en sus órganos sexuales o, más frecuentemente, por haber sido castrados. Han existido, sobre todo en Oriente, hasta hace muy poco… y siguen existiendo en algunos lugares de la India. No son varones ni hembras, sino de “otro género”.
Alguno podría pensar que es una de las muchas identidades de género, con sus propios pronombres, pero sin entrar en detalles está claro que su encaje social sería particular. Cuando los eunucos aparecen en las Escrituras, es casi siempre en tono despectivo, puesto que nadie “impuro de cuerpo” podía ser miembro de la ‘qahal’, la comunidad de llamados que había recibido la Torá en el Sinaí (Dt 23, 2). Como mucho podía ser un “prosélito en la puerta”, alguien que se queda en el umbral, pero siempre fuera. Sin embargo, es un buscador lo suficientemente preocupado por su vida espiritual como para viajar una larga distancia hasta Jerusalén para adorar a Dios. No es difícil de comprender que su corazón aún no estuviera satisfecho. Este buscador es un tipo entre muchos otros, sobre todo de los que no encuentran fácilmente su nicho.
Mostrar el camino
Si nos fijamos en el contexto, parece muy real. El etíope lee las Escrituras y, buscando la seriedad y sinceridad, ¡le cuesta entenderlas! (como a muchos de nosotros). Felipe está ahí sin saber muy bien por qué: porque toca, porque no ha quedado otro remedio, porque está disponible, porque no saber decir que no…
El caso es que está. Y, entonces, se produce el encuentro transformador: el eunuco necesita alguien que le muestre el camino. El servidor del Evangelio necesita oportunidades para llevar a otros la Palabra, que ha puesto patas arriba su vida y sabe que es “viva y eficaz”. Entre medias, el Señor ya había empezado a preparar los corazones para recibir y ser testimonio: Él va delante, abriendo los caminos y haciendo posible que Felipe pueda acercarse al carruaje. (…)
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Índice del Pliego
UN CAMINO LLENO DE PREGUNTAS
PARTIENDO DE LA REALIDAD: “¿QUIÉN PUEDE EXPLICARME ESTO?”
CON UN HORIZONTE BIEN CLARO: “LE ANUNCIÓ EL EVANGELIO DE JESÚS”
“Y YENDO POR EL CAMINO…”
“AQUÍ HAY AGUA; ¿QUÉ IMPIDE QUE YO SEA BAUTIZADO?”
“Y SIGUIÓ GOZOSO SU CAMINO”