“Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp 3, 20-21).
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Reflexionar sobre el cielo puede parecer que es tratar sobre un tema evasivo y espiritualista, cuando incluso tenemos la advertencia de los personajes celestes, que se dirigen a los apóstoles después de la Ascensión de Jesús: “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Hch 1, 11). Y puede parecerlo más aún cuando da la impresión de que los problemas sociales, políticos y familiares nos deben ocupar enteramente.
Sin embargo, la realidad del cielo se ofrece como meta del camino cristiano. “No os espantéis, hijas, de las muchas cosas que es menester mirar para comenzar este viaje divino, que es camino real para el cielo” (Santa Teresa, CP 21, 1). El mismo Jesús, a la hora de despedirse de los suyos, les promete el cielo: “No se turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn 14, 1-3).
Este tiempo, cuando parece que nos deben ocupar y preocupar las cosas del mundo presente y la sociedad se materializa, se distingue, sin embargo, por el aumento de personas que buscan el silencio, la interioridad y la meditación. Crece el número de quienes creen en la reencarnación; otros piensan que, al final de nuestra vida terrena, nos diluimos como energía y nos fusionamos en un ente mayor. Es verdad que también hay quienes piensan que todo se acaba en este mundo y viven el presente intentando agotar la posibilidad que da el disfrute de las cosas temporales.
Vivimos momentos necesitados de esperanza, de saber que la sociedad en la que nos toca vivir es una circunstancia abierta y no fatalista, porque somos peregrinos. En el camino no se puede detener el paso. Por atractiva que sea la visión del paisaje o la estancia confortable de cada momento, es ley de vida avanzar hacia la meta o, como señala el Evangelio de manera figurada, debemos cruzar a la otra orilla.
Ante el creciente número de suicidios entre los más jóvenes y del síndrome depresivo entre los mayores, según las estadísticas, se necesita más que nunca la profecía de la esperanza, el testimonio de quienes en medio de la ciudad terrena se atreven a ser testigos de realidades espirituales y, sobre todo, de la vida que no acaba. El papa Francisco advierte sobre la enfermedad de la acedia: “Otros caen en la acedia por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida” (EG 82). “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (EG 2).
Sin menoscabo de una opción cooperadora con el Dios creador, que nos ha mandado crecer, multiplicarnos y trabajar la tierra, un principio creyente es entregarnos, según nuestras diferentes vocaciones y dones, a acrecentar los bienes de la tierra, como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios, mientras aguardamos la venida gloriosa del Señor Jesús.
Dios se ha revelado de muchas maneras y, últimamente, lo ha hecho en su Hijo. Él se autentifica como el enviado por su Padre, para revelarnos la realidad del cielo. Él nos advierte: “Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 12-13). No se trata de imaginar ni de hacer hipótesis sobre el cielo; la revelación positiva que hemos recibido a través de Jesús nos deja descubrir el significado esencial del cielo, que es vivir en Dios. (…)
Índice del Pliego
I. INTRODUCCIÓN
II. LIBERACIÓN DE PROYECCIONES NATURALES
III. EL CIELO ES UN ESTADO DE VIDA DIFERENTE
IV. LA CIUDAD DE LOS SERES CELESTES
V. EL CIELO, UNA NECESIDAD DE JUSTICIA
VI. LA BELLEZA, ANTICIPO DEL CIELO
VII. PROFETAS DEL CIELO
VIII. TESTIGOS DE LOS VALORES DEL CIELO
IX. LA HORA DEL CIELO
X. HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO