Antes de plantear la pregunta que encabeza este encuentro, quizá debamos cuestionarnos algo previo: ¿Estamos acompañando a las víctimas de abusos como se merecen?
CARLOS OSORO.- La envergadura del drama de los abusos sexuales está reclamando precisamente la mirada que Luis Alfonso Zamorano muestra en este libro, una mirada humanizadora. Resulta fundamental abrir caminos de esperanza para todos los que están implicados. He leído hasta cuatro veces el libro porque aporta una manera de acompañar a quienes luchan por sanar estos dolores e irradiar luz en nuestro camino a partir de esas heridas tremendas.
Durante mi segunda lectura, vino a mí el encuentro de Jesús con Bartimeo, aquel ciego que está tirado al borde del camino, que está gritando y al que nadie le hace caso. Es más, recuerdo cómo los apóstoles quieren impedir a Jesús que se acerque. Pero Jesús se vuelve y le dice a Bartimeo: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Esta es la gran pregunta que la Iglesia tiene que hacerse siempre, pero especialmente en esta situación de la que hablamos. Jesús le ha dado a la Iglesia en este mundo la misión de sanar, de acompañar, de situarnos en la verdad y no vivir en la mentira.
“¿Qué quieres que haga por ti?”, me pregunto yo también hoy al reflexionar sobre ‘No te llamarán abandonada’ (PPC), que es para mí una obra musical con letra. No es un tratado teórico, sino que parte de la vida misma, del dolor que Luis Alfonso ha conocido en primera persona. Esto hace que cuando te asomas al libro, te metas dentro y te lleve a situaciones y a rostros concretos. Estrella, nombre de la víctima que hila el relato, no es una sola persona. Hay muchas “Estrellas”.
Bartimeo le responde a Jesús: “Quiero ver, Señor”. “Quiero dejar de sufrir, quiero dejar de estar aquí tirado, quiero que alguien me haga caso, quiero ver lo que nunca he podido ver, quiero decir lo que nunca he podido decir”, nos dice hoy quien ha sido abusado. Las víctimas han callado por miedo, por el ‘qué dirán’ o porque les han hecho tener miedo, porque les dijeron que si hablaban, sus palabras podían tener consecuencias en su familia o en terceros… Por eso, hoy más que nunca, en la Iglesia tenemos que salir a su encuentro y escuchar. La primera lección que nos da Jesús con Bartimeo es la escucha, que es la actitud que aparece en este libro. Tenemos que tomar la decisión firme de escuchar. Tenemos que “perder el tiempo” para lograr que la gente hable. Porque esa herida también es nuestra.
Solo desde la escucha podremos acompañar a las víctimas y no dejarlos al margen. Pero, para ello, hay que saber acompañar, hay que dar tiempo a ese ser humano que ha sufrido tanto y generar confianza… Porque ante cualquier detalle o gesto, se reabre su herida y sangra. Tenemos que acompañar todo el tiempo que fuere, de forma permanente, porque cuando menos lo esperas, esas heridas vuelven a brotar, porque la marca del abuso queda para toda la vida.
Por eso, evitemos acercarnos a estas personas como si de un juicio se tratara. En muchas ocasiones no lo hemos sabido hacer, o ni siquiera hemos creído su relato. Vayamos con el deseo de encontrarnos con ellas para que la persona se abra completamente. Es una encomienda que forma parte de la cultura del encuentro a la que nos llama el papa Francisco. La Iglesia tiene que aprender a escuchar, pasar por la vida escuchando a la gente y haciéndole la pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Esta es la gran misión de la Iglesia. Y cuando los hombres de Iglesia tapamos o no nos interesa lanzar esta cuestión, no estamos cumpliendo el envío que nos hace Nuestro Señor.
Don Carlos ha subrayado cómo la persona abusada queda marcada de por vida. Sin embargo, el título del libro conlleva una mirada esperanzadora y de sanación.
LUIS ALFONSO ZAMORANO.- Este libro es un grito de esperanza. En 2009 hice mi tesis doctoral sobre el acompañamiento de víctimas en Chile. Un año después, estalla el caso Karadima y me pongo en contacto con algunos sacerdotes cercanos a él y con algunas víctimas. Más tarde fui destinado a España. Regresé a Chile en mayo del año pasado, tras la visita del papa Francisco al país, su audiencia a las víctimas y la dimisión en bloque del Episcopado chileno. ¡No os imagináis la sensación de orfandad de la gente!
En este viaje, todas las conversaciones en todos los círculos eclesiales o no donde me moví, el único tema que se abordaba era el de los abusos. A la par, constaté que pocos lograban entender el drama que había detrás, no por mala voluntad sino por ignorancia. En todos los foros, surgían las mismas dudas: ¿Por qué hablan las víctimas ahora después de tanto tiempo? ¿Cómo permite una víctima que su abusador le case y bautice a sus hijos? ¿No sería consentido? ¿No sería también homosexual? ¿El Papa les premia acogiéndoles en Santa Marta después de las pestes que han dicho sobre la Iglesia? Esto lo escuchaba yo: una y otra vez veía como se revictimizaba a quienes habían sufrido abusos. Nunca vamos a lograr entender que, hagamos lo que hagamos, para una víctima nunca va a ser suficiente, nunca.
Con esta preocupación, durante una oración nocturna en la capilla, surgió la idea: ¿Por qué no escribir algo? Así nació un texto que busca dar herramientas para entender el drama del abuso sexual y honrar el dolor de las víctimas. Porque si no las entendemos, no podremos honrarlas.
A pesar de que a veces no llegamos a tiempo para darles esperanza y que, en ocasiones, acaba en el suicidio, estamos llamados a gritar que hay esperanza. Este es el grito que lanza Dios: a pesar de todo lo que la vida nos puede golpear, hay esperanza. Pero tenemos que llegar a tiempo, y ahí es donde resultan imprescindibles las medidas que adopte la Iglesia. Por ejemplo, si el sacerdote o el religioso que ha cometido abusos, de alguna manera sigue campando a sus anchas dando retiros y charlas, se le sigue haciendo homenajes o se le sigue rodeando de un halo de santidad, ¿cómo va a poder sanar la víctima? En España, hemos visto casos en los que se ha reconocido el daño indemnizando a la víctima y posteriormente se ha homenajeado al abusador.
En el caso del obispo chileno de Osorno, Juan Barros –del que puedo decir que en lo personal es un hombre bueno de verdad–, fue parte de un sistema abusivo y con mayor o menor conciencia fue de alguna manera cómplice. Pero también víctima, porque el abusador tiene la habilidad de lo que yo llamo el ‘síndrome del hechizo’ para hacerte perder cualquier juicio crítico, a través del lavado de cerebro, de la manipulación de la conciencia. Porque el abuso sexual es el último eslabón de otros abusos previos que hacen perder la autonomía absoluta: yo he acompañado a víctimas que me han contado que les decían hasta qué color de pantalón se tenían que poner.
Por todo esto, si hay una persona que ha sido mano derecha de esa estructura corrupta, estéticamente hablando no puede continuar ocupando cargos de responsabilidad, porque es revictimizador para las víctimas en tanto que les estamos mandando el mensaje de que no nos estamos tomando en serio su dolor.
A pesar de todos estos episodios, creo en la sanación, no como la superación definitiva de todos los recuerdos y dolores, sino como aquello que aprendo a integrar en mi vida, a resignificar e incluso, a descubrir que de allí puede salir alguna bendición.
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