Enmarcado en los coloquios que esta revista viene organizando desde el pasado año en colaboración con Banco Sabadell, el pasado 24 de junio se celebró el Encuentro Digital Vida Nueva bajo el título Consejo de cardenales: Un plan para resucitar. La emergencia sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus propició que, por primera vez, esta mesa redonda fuera completamente telemática. En ella tomaron parte purpurados de tres continentes.
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“Tres cardenales claves en el pontificado de Francisco”, tal y como señaló en su alocución inicial el director de Instituciones Religiosas de Banco Sabadell, Santiago Portas. Por un lado, desde América, tomó la palabra el cardenal jesuita Pedro Barreto, arzobispo de Huancayo (Perú). Además de ser el primer vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana y vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM). La voz de África se alzó desde Marruecos, donde reside el cardenal salesiano Cristóbal López Romero, arzobispo de Rabat. Por su parte, la mirada europea la aportó el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, actual presidente de la Conferencia Episcopal Española.
Moderados por el director de Vida Nueva, José Beltrán, los tres pastores abordaron en primera persona los principales desafíos que plantea el documento papal tanto para la Iglesia como para la sociedad. Un compromiso compartido para que, como señala Francisco en ‘Un plan para resucitar’, volvamos a “sentirnos artífices y protagonistas de una historia común y, así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a millones de hermanos alrededor del mundo”.
Ser signo de esperanza
Al comenzar la lectura de ‘Un plan para resucitar’, Francisco se cuestiona: “¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? El impacto de todo lo que sucede, las graves consecuencias que ya se reportan y vislumbran, el dolor y el luto por nuestros seres queridos nos desorientan, acongojan y paralizan”. Este es el contexto en el que hoy se mueve Perú, convertido en uno de los principales focos de América Latina. ¿Cómo ser signo de esperanza y alegría en medio de tantas huellas de muerte?
PEDRO BARRETO.- En realidad, no es fácil decir “alégrense”, tal y como el Papa reconoce en la meditación. La misión de la Iglesia es anunciar la alegría del Evangelio, pero, como el mismo Francisco reconoce en su “plan para resucitar”, no resulta sencillo transmitírselo a una persona que está sufriendo las consecuencias de la pandemia en un país como Perú que ya tiene más de 260.000 contagios y cerca de 8.000 muertos.
Lamentablemente, Perú no es un caso aislado, y la expansión a nivel mundial hace que todos estemos experimentando este sufrimiento global. Y frente a esta tragedia palpable, también es real y posible el “alégrense”, porque, en medio del dolor, encontramos la posibilidad de mirar a Jesús, que ya pasó por el sufrimiento y la muerte, y, ya resucitado, nos da este mensaje de alegría.
Así como hay un contagio del COVID-19, también percibo un contagio de esperanza, de solidaridad, que se está experimentando por todos los rincones de Perú. En nuestra diócesis, tenemos varios comedores en salida que llevan comida desde las Cáritas parroquiales. Es admirable ver la entrega, por ejemplo, de las carmelitas descalzas del Monasterio de San José de Huancayo, que preparan los alimentos para tantos que tienen hambre.
Este gesto de caridad de las religiosas contemplativas, de tantos laicos comprometidos y de tantas mujeres es testimonio de cómo aportan esta alegría en medio de la angustia. Estoy convencido de que Perú, como toda la humanidad, está aprendiendo a vivir una experiencia en la que comienza a reconocerse el valor de la vida.
También hemos caído en la cuenta de la necesidad del cuidado del medio ambiente, al comprobar los efectos directos en la naturaleza ante este respiro que se le ha dado a la Casa común con el aislamiento social obligatorio. Todo ello nos pone en el camino de resurrección y de vida.
¿Esa misma sensación de estar en camino es la que vive Cristóbal López? No será fácil gritar a los cuatro vientos que tiene un “plan para resucitar” en un país de mayoría islámica…
CRISTÓBAL LÓPEZ.- La palabra ‘resurrección’ y la realidad que conlleva no se puede expresar de la misma manera en un ambiente cristiano que un entorno musulmán. Para nosotros, la Pascua es fundamental, es el dinamismo esencial de la vida cristiana. Sin embargo, a los musulmanes no les dice mucho como tal el término ‘resucitar’, pero con ellos podemos compartir otras expresiones equivalentes que también pueden ayudar a compartir la vivencia resucitadora que nosotros encarnamos.
Por ejemplo, construir un mundo nuevo, hacer realidad el sueño que Dios quiere, cumplir su voluntad… En definitiva, entre mis vecinos, me siento llamado a vivir la experiencia pascual, que es morir y resucitar, pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, del odio al amor… Es decir, por eso queremos hacerles ver que es posible pasar de la muerte a la vida, morir al hombre viejo, al mundo viejo, y resucitar a una vida nueva, tal y como recoge Francisco en la meditación.
Sea en Marruecos o en cualquier otro lugar, tenemos que alimentar la esperanza utópica de que un mundo nuevo es posible. Ya está naciendo, aunque aparentemente no lo veamos mucho. Ya lo decía el profeta, en una de las citas que lanza el Papa en el documento: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” (Is 43, 18b). Deberíamos ser especialistas en descubrir los brotes verdes de ese mundo nuevo que empieza a germinar, para animar a todos a sumarse a esta gran empresa de convertirnos. Para resucitar está claro que hay que morir, no podemos ahorrarnos el paso duro de la conversión.
En mayo debería haberse constituido oficialmente el Pacto Global por la Educación, que se ha tenido que posponer hasta otoño por la pandemia. En el documento preparatorio, se hablaba de una conversión a un triple nivel o dimensión: una conversión personal, que consiste en cambiar el estilo de vida; una conversión ecológica, pasando del antropocentrismo al biocentrismo, es decir, que el hombre no se crea el principal elemento de la creación, sino que forma parte, está inserto en ella; y una conversión social, que debe conducirnos a la fraternidad cósmica, universal.
Como cristianos, debemos alimentar la esperanza utópica de que otro mundo es posible. Para llegar a la resurrección hay que morir al mundo y a la persona vieja que somos a través de estas tres conversiones. Es más, me atrevo a añadir, desde otra categoría paralela, la urgencia de una conversión política y religiosa. En cualquier caso, estamos intentando ser signos del Reino de Dios que el Señor vino a inaugurar y a poner en marcha. Aun con dolores de parto, sigue naciendo en nuestro siglo XXI.
España afronta la llamada ‘nueva normalidad’ con una recuperación frenética de la actividad. ¿Se parece esta normalidad a la vieja pero con mascarillas? ¿La sociedad ha entrado en esa dinámica de conversión de la que habla Cristóbal López?
JUAN JOSÉ OMELLA.- Todo depende de cada uno. Hace poco me decía una persona que ha pasado por el hospital, enferma a causa del coronavirus: “Yo no me planteaba muchas cosas en mi vida, pero sentir que estaba en la cama en un pasillo, y escuchar a los médicos decir ‘acaba de morir’, refiriéndose al vecino de la habitación de arriba, y, al rato, volver a oír otro ‘acaba de morir’, refiriéndose al que estaba en la cama de al lado, me hizo pensar muchísimo qué sentido tiene la vida, hacia dónde vamos, y me hizo plantear cuestiones espirituales”.
Este testimonio que he vivido en primera persona no es aislado. Todos nos hemos hecho esta pregunta, hayamos sufrido o no la enfermedad. Quizás en este tiempo hemos visto morir muchas actitudes, valores y circunstancias que ahora ya no las podemos tener de la misma manera. Nos pasa lo que expone el refrán: a veces, vemos más los árboles viejos que se caen y hace ruido y no somos capaces de apreciar lo nuevo que está naciendo. Pero, ¿qué es eso nuevo que está brotando y que el Papa nos plantea en Un plan para resucitar?
Me quedo con una frase que escribe Francisco: “Hemos visto la unción derramada por médicos, enfermeros y enfermeras, reponedores de góndolas, limpiadores, cuidadores, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas, abuelos y educadores, y tantos otros que se animaron a entregar todo lo que poseían para aportar un poco de cura, de calma y alma a la situación”. Es verdad.
Hemos visto el gran amor y solidaridad que están brotando en estos días de confinamiento y duro trabajo en los hospitales, por parte de los sanitarios, de tantas empresas, de las familias… Algo nuevo está brotando en todos estos espacios, que nos dice: “No podemos seguir así, como antes”. Tenemos que encontrarnos más, relacionarnos, abrirnos a los valores espirituales… Por ahí va la conversión. Como decía Dostoievski: “Solo el amor salva”.
La belleza del amor es la que salva, y hemos descubierto una gran belleza de amor en todas estas personas entregadas. Ojalá que eso que brota ya, que se está viendo y sintiendo en los corazones de la gente, arraigue bien en el corazón de nuestra sociedad y nos vaya haciendo cómplices a cada uno de nosotros para transformarla. Ya Pablo VI hablaba de la civilización del amor, una propuesta que desarrolló después Juan Pablo II.
Por ahí tenemos que ir avanzando. Ya estamos en ese camino. Estoy convencido de que en estas semanas todos hemos tenido a alguien cerca que ha atravesado una situación de muerte, de no encontrar la salida y, en esa coyuntura, hemos sido capaces de transmitir a esa persona necesitada la luz de la Resurrección. Veremos si sabemos aguantar y permanecer. Que cada uno se escuche a sí mismo y discierna sobre esta invitación.
Seguro que en este tiempo se han topado con personas a su lado que, en medio de la dificultad, han desarrollado “los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad”…
CRISTÓBAL LÓPEZ. Nosotros hemos tenido una avalancha de solidaridad. En Rabat, desde la parroquia, se ha puesto en marcha un sistema de distribución de alimentos para las personas en situación de emigración sin recursos. Recuerdo a una de las personas que vino en demanda de ayuda. Cuando vio la organización que se estaba poniendo en marcha a través de voluntarios, lo primero que hizo fue decir: “Yo también puedo ayudar”, y se apuntó para colaborar con ese gran grupo de 120 personas que trabajaban alternándose para atender las demandas.
Esto es un signo mínimo, pero suficiente, para caer en la cuenta de que, si cada uno de nosotros pone de su parte lo que está en su mano, se puede llevar a cabo la revolución de la ternura, la globalización de la solidaridad, la erradicación de lacras como el hambre y el desempleo… Cuando nos juntamos para hacer el bien, somos una fuerza imparable.
JUAN JOSÉ OMELLA. Soy testigo cada día de cómo se está dando a mi alrededor una resurrección tanto espiritual como material. Ha crecido en muchísima gente el deseo de orar, de ser escuchado, de tener acompañamiento espiritual y sacerdotal, de querer comulgar… Tanto en quienes han pasado por el hospital como entre los que han vivido la cuarentena en casa. Hay hambre de la Palabra de Dios, hambre de celebración, de encontrarse con los hermanos…
Basta con ver tantas conexiones para seguir la eucaristía por YouTube y la televisión, para comprobar que muchas familias han sentido que la Palabra de Dios les sostenía, cuando antes pasaban de largo. En este sentido, hay que poner en valor la gran respuesta por parte de sacerdotes y catequistas, que se las han ingeniado para conectar de mil maneras y saciar esa hambre.
Por otro lado, al hablar de lo material, hace unos días les preguntaba a las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta de Barcelona: “¿Cómo están? ¿Tienen necesidad para sus pobres en las parroquias de San Agustín y Santa Ana?”. Su respuesta fue: “Mire, eso es el milagro de cada día: la solidaridad. Nos quedamos ayer sin alimentos. Por la noche un gran empresario nos llamó y nos dijo: ‘Hermanas, ¿tienen comida?’.
Le contestamos: ‘Se nos ha acabado, el almacén que tenemos en casa está vacío’. ‘No se preocupen, mañana por la mañana irá un camión con alimentos’”. Cumplió su palabra y les facilitó provisiones para un mes. Cuando me lo contaron, me quedé impresionado de la generosidad de la gente que está brotando. ¡Es maravilloso! En los momentos de más dificultad, crece la bondad en el corazón de la gente, de todos.
Es más, cuanto más pobre es uno, más quiere compartir. Yo estoy viendo esos gestos de la viuda del Evangelio, que da los dos reales que necesita para vivir pero que los comparte con los demás. Nos necesitamos todos, y solo el amor, la solidaridad, eso nos salvará. Así, por un lado, hemos sufrido porque las parroquias no tenían colectas, pero, por otro, se han multiplicado las donaciones a través del portal digital Donoamiiglesia.es
Cuando uno se pone frente a nuestro mundo con una mirada atenta y contemplativa, va descubriendo tanta belleza de amor en el corazón de la gente… No está tan mal la humanidad como algunos nos hacen ver, no es tan mala. Hay mucha bondad que nace del corazón de Dios.
PEDRO BARRETO.- Tengo grabada la imagen de una reunión virtual en la que un párroco comentó que una persona tocó la puerta de la parroquia y le dijo llorando: “No tengo nada que darles de comer a mis hijos”. Esta imagen golpea el corazón de cada uno de los que conformamos la Iglesia, pero también a las personas de buena voluntad y a las personas de otras religiones. No estamos viviendo un tiempo de desgracia, como muchos puedan pensar, sino un kairós.
Dios nos hace sacar lo bueno que hay en nosotros. Frente a los signos de corrupción que indigna y se aprovechan del dolor y el hambre de la gente, hay un caudal más fuerte de gracia que Dios nos ofrece. En el encuentro con el hermano de carne y hueso, vemos, como dice Francisco, el rostro sufriente de Jesús. Urge palpar esas llagas sangrantes para que podamos realmente convertirnos al otro, a la solidaridad.
En este tiempo de pandemia, los comedores en salida son signo del esfuerzo de la Iglesia, la expresión de la respuesta de Dios al hambre de muchas familias. Es verdad que no podemos solucionar todos los problemas, porque solo tenemos cinco panes y dos peces. No nos agobiemos: Dios se encarga de multiplicarlos. En estos tiempos, de manera especial, tenemos que ser instrumentos de esta caridad de Dios en la persona de Jesús para dar de comer al mismo Jesús que está hambriento.
San Pablo nos dice: “Venzan el mal a fuerza de hacer el bien. Si hay desesperanza, pongan esperanza, si hay tristeza, pongan alegría…”. Este es el espíritu que debe reinar en esta conversión a Dios, dar de comer a los hermanos en nuestra Casa común.
En ‘Un plan para resucitar’, el Papa interpela al lector con varias preguntas que ahora les dirijo a cada uno de ustedes. Cardenal Omella, Francisco le pregunta, en medio de esta pandemia social y económica: “¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos?”.
JUAN JOSÉ OMELLA.- Este es el gran reto que tenemos. Esta pandemia nos hace sufrir, tiene unas consecuencias muy duras, pero nos tiene que hacer abrir los ojos y ver que hay muchos hermanos en el mundo que sufren desde hace años la pandemia del hambre, de la guerra… Hay una respuesta personal que tenemos que dar cada uno. Por ejemplo, nosotros los obispos y los sacerdotes hemos dicho: “De nuestro sueldo, compartamos una parte con Cáritas y con los pobres”.
Es el punto de partida para ir más allá, para que nuestros países desarrollados seamos más solidarios con los más pobres, con todos los que están muriendo de hambre en el mundo. El papa Francisco nos pregunta una y otra vez: “¿Qué hacen ustedes con el comercio de armas? Mantener las guerras y la destrucción”. No seamos hipócritas, Hablamos mucho de solidaridad, por un lado, pero acabamos vendiendo armamento por el otro.
Está claro que esta crisis nos llama a aprender a vivir con menos cosas y con más corazón, más abrazos y fraternidad. Este es el reto que nos plantea este coronavirus: ¿seréis capaces de, habiéndolo descubierto, ir por ese camino de mayor pobreza, pero de mayor amor? La pandemia nos ha globalizado. En Cataluña estamos padeciendo el cierre de la factoría de Nissan, pero son otras muchas las fábricas que cierran en otros puntos de España y del planeta.
Ante esto, hermanos gobernantes, hermanos que tenéis empresas, hermanos que tenéis casas y familias, ¿por qué no trabajar juntos, gobiernos e instituciones públicas? Unámonos y, juntos, podremos transformar el mundo, nuestra Casa común. De alguna manera, a través de esta emergencia sanitaria global, la naturaleza también nos ha hablado, como lo hizo el Sínodo de la Amazonía: “Todos somos hermanos, ayudémonos”.
Precisamente, el propio papa Francisco se plantea en relación a la Casa común: “¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia?”. Cardenal Barreto, ¿nos estamos tomando en serio la exhortación ‘Querida Amazonía’ dentro y fuera de la Iglesia?
PEDRO BARRETO.- La Amazonía es uno de los pulmones del mundo que hay que cuidar, al igual que otras partes del mundo. Al lanzarnos esta pregunta, Francisco ya nos ha respondido mucho más profundamente. Muchos pensábamos que el Sínodo de la Amazonía se iba a convocar en alguno de los nueve países amazónicos. Pero cuando nos cita en Roma, en el centro de la cristiandad, nos lanzó un mensaje claro: la Iglesia se está ‘amazonizando’ y tiene que ‘amazonizarse’.
Al convocar este Sínodo, el Papa nos hace sentir a toda la Iglesia la importancia de proteger la naturaleza y el agua, pero, sobre todo, a unas culturas indígenas de las que tenemos mucho que aprender. Por eso llama a su exhortación Querida Amazonía, porque pasa por querer de verdad al que tenemos alrededor. Porque la Amazonía no es solo el bioma que proporciona el 20% del oxígeno del mundo, sino una amalgama de culturas, de vida, de poblaciones.
Yo he sido testigo de cómo los indígenas le dicen “hermano Francisco” al Papa con un gran cariño, porque ven que es una persona que no está alejada de sus necesidades, que representa a Cristo y a la Iglesia. Este Papa les ha abierto los brazos y les invita a participar activamente en la experiencia eclesial del Sínodo. No debemos olvidar que el Papa nos invita a leer el Documento final del Sínodo y a asumirlo íntegramente como parte integrante de su exhortación.
Tenemos que hacer realidad esos cuatro sueños que nos propone en Querida Amazonía: social, cultural, ecológico y eclesial. Es tiempo de una hermandad de respeto de los derechos humanos. Reconocer las culturas milenarias pasa por defenderlas hoy más que nunca, porque se sienten amenazadas por ese apetito voraz de recuperar la inversión económica a través de la explotación de minerales. Es un grito de solidaridad y de esperanza el que nos lanzan las poblaciones indígenas, que están entusiasmadas e identificadas con el hermano Francisco y su causa.
No olvidemos que la Amazonía ha sido a la vez querida y herida por la Iglesia. Desde el inicio de la evangelización, la Iglesia ha estado presente en la Amazonía, con numerosos mártires, al estilo de san Ireneo, que fueron semilla de nuevos cristianos y que hoy también son semilla de personas solidarias que piensan y sienten la urgencia de cuidar la vida desde su concepción hasta su término natural, de respetar la persona y las culturas, de cuidar nuestro entorno natural y crear esta Iglesia nueva que soñó Juan XXIII en el Concilio Vaticano II.
A cada uno de nosotros nos corresponde ahora vivir esta invitación del Papa a valorar la Amazonía. Que Europa y otros continentes vean que es un regalo de Dios a la humanidad, lo que requiere dar un paso cultural, ecológico y eclesial para la renovación de la Iglesia y la humanidad.
Marruecos es país de tránsito para miles de personas que quieren llegar a Europa desde todos los rincones de África. El Papa habla: “¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos?”.
CRISTÓBAL LÓPEZ.- Espero y deseo que sí, pero no sé si seremos capaces. Hay una frase de una canción de mi paisano Carlos Cano que dice: “Sin amor, no somos nada. Sin justicia, somos menos”. A las personas, a las comunidades, se nos pide amor, solidaridad, gestos concretos, ayudar al vecino. Pero, a escala mundial, los gobiernos e instituciones políticas deben proporcionar justicia. No se acabará con el hambre si no se cambian las leyes del comercio y la economía internacional.
La desigualdad entre continentes, poniendo como ejemplo Europa y África, no se colmará jamás dando una limosna de 600 millones de euros para el desarrollo como escuchamos estos días. Es ridículo. Sobre todo, cuando uno sabe que las multinacionales europeas sacan de África 20.000 millones de euros al año. Por eso, es urgente globalizar la justicia, la solidaridad traducida en justicia.
Así como en esta pandemia se han barajado cifras de hasta billones de euros para afrontarla, para acabar con el hambre hace falta mucho menos que eso. Los recursos están, basta ponerlos a disposición de todos. Para ello hay que vencer lo que yo llamo el nacionalismo egoísta, raquítico y ridículo. Me refiero al nacionalismo español, francés, alemán…
¡Cómo es posible que, ante una emergencia sanitaria como la que estamos viviendo, unos países les roben las mascarillas a otros, unos detengan a otros en sus aeropuertos el envío de respiradores…! ¿Sálvese quien pueda? Es duro admitir que no somos capaces de hacer una política común para hacer frente a una pandemia.
Esta crisis nos ha obligado a cerrar las fronteras, cada región, cada casa, cada persona… No sé si después seremos capaces de abrir todas las fronteras hasta que no existan, de manera que los bienes sean capaces de colmar el hambre en el mundo. Todavía hay millones de personas que mueren de hambre cada año y más todavía que crecen mal nutridos y enfermos para siempre a causa de la malnutrición.
Los recursos están, pero no puede ser que el objetivo de los políticos sea buscar únicamente el bien de su nación. Me repatea cada vez que escucho decir a un político: “Esto lo hacemos porque es bueno para España y los españoles”. De alguna manera están lanzando otro mensaje: “Si lo que es bueno para mí, les molesta a los marroquíes o a los chilenos, que les parta un rayo”.
Esto me hace preguntarme: ¿somos o no somos una familia, una humanidad toda entera hecha de hermanos? El desafío es construir una fraternidad universal, una globalización de la solidaridad que se concrete en cambiar las leyes del comercio internacional, que son profundamente injustas y hechas por los países ricos contra los países pobres.
Estoy convencido de que se puede terminar con el hambre y con otras tantas lacras, para facilitar que todos tengan asistencia médica, el acceso a la educación primaria… En estos años, se han hecho grandes progresos, pero hay que sensibilizar todavía más a los gobiernos y organismos internacionales. Hay que dar pasos adelante. Por ejemplo: ¿qué hace hoy la ONU ante estos problemas? ¿Qué autoridad tiene la ONU para decirle a Trump que no puede actuar así, que lo que es bueno para usted no es bueno para el mundo?
No pierdo la esperanza porque me la da el Espíritu, me la da Cristo resucitado, pero humanamente sé que es una lucha muy dura, porque seguimos muy aferrados a lo nuestro, a defender nuestro territorio, llamémoslo país o nación, y no somos capaces de ver todavía el mundo como nuestro. Nos va a costar salir de esta mientras no interioricemos un eslogan de una jornada del Domund de hace muchísimos años, del tiempo de Pablo VI: “Todo hombre es mi hermano, mi casa es el mundo; mi familia, la humanidad”.
Es el turno de las preguntas de los internautas. Cristina Inogés, desde Zaragoza, envía este mensaje: ‘Un plan para resucitar’ arranca hablando del duelo de las mujeres transformado en alegría por Jesús. ¿Cuándo y cómo van a transformar el duelo actual de las mujeres en alegría en una Iglesia que cuenta poco con nosotras?
CRISTÓBAL LÓPEZ.- Las mujeres son como los hombres. Tenemos que redescubrir el bautismo y la dignidad de hijos de Dios que ese bautismo nos da. Nuestra alegría no está en ser obispos o cardenales, o en ser ordenados. La alegría debe brotar de ser y sentirnos hijos de Dios y después, seamos esto o lo otro, no tiene la menor importancia. Tenemos que cambiar la eclesiología.
Somos Pueblo de Dios, y en ese Pueblo de Dios tenemos todos la misma dignidad, y las mujeres la tienen. Por ser cardenal, yo no soy más ni menos que cualquier otro u otra. Hay que superar ese clericalismo que está también en las mujeres y que consiste en creer que el ser sacerdote o más son como peldaños que se suben.
Yo pongo a disposición mi birreta cardenalicia y mi sotana para la mujer que quiera utilizarla si eso le hace ilusión, pero que sepa que eso no le va a añadir nada; que si quiere ser una mujer plena, basta con ser mujer y cristiana. Que no base su sensación de plenitud en creer que no está completa si no tiene el orden sacerdotal. Tenemos que redescubrir la dignidad de hijos e hijas de Dios.
JUAN JOSÉ OMELLA.- Tenemos un concepto equivocado de que el ministerio sacerdotal o cardenalicio es poder. Es servicio. Jesucristo lo ha dicho muy claro en el Evangelio, pero desgraciadamente lo hemos interpretado y vivido mal a lo largo de la historia. Francisco y el Concilio Vaticano II lo repiten: el verdadero poder es el servicio. Podemos servir todos desde el gozo de ser hijos de Dios, esto es lo importante.
Sirven igual un hombre y una mujer si tienen amor, no buscan poder y respetan al otro. En algunas congregaciones de Roma, cuando va un cardenal, se somete también a la mujer laica o religiosa que está en esa congregación de secretaria y tiene que rendir cuentas ante ella… Avancemos por ese camino.
PEDRO BARRETO.- Estoy de acuerdo con los dos cardenales, y yo también pongo mi birreta sobre la mesa. Si la mujer en Latinoamérica se retirara del trabajo pastoral y el servicio que hacen por amor a Jesús, la Iglesia no tendría ningún tipo de fuerza en el continente. En Huancayo hay laicas y religiosas, mayores y jóvenes, que hacen de todo y son las que transmiten la alegría del Evangelio a las comunidades.
En la Amazonía, la mujer cumple un rol muy importante. Tanto es así que podríamos decir que son sacerdotisas, no en el sentido litúrgico, sino desde el concepto de que son ellas las que fortalecen la vida familiar, asumen un servicio de amor y sostienen la preocupación por los pobres. La mujer tiene mucho que ofrecer, y está ofreciendo mucho a la Iglesia y a la sociedad.
No creo que las mujeres indígenas tengan la ilusión de ser sacerdotes. Viven y defienden la dignidad y la equidad de los derechos de las mujeres y los hombres. Hay que caminar por este sentido de comunión, y cualquier responsabilidad que tengamos en la Iglesia hay que vivirla desde un servicio humilde, desinteresado, sin llamar la atención, como lo hacen ya las mujeres en la Iglesia y en el mundo.
JUAN JOSÉ OMELLA.- Es verdad que nos podemos llenar de palabras bonitas sobre el papel de la mujer en la Iglesia. Pero demos un paso en hacerlo realidad en nuestras diócesis y nuestras parroquias, donde realmente contemos con todo el mundo con más eficacia y más responsabilidad. Nos queremos comprometer no solo en dejar la birreta, sino en dejar verdaderamente responsabilidad a los demás.
Desde Madrid, Laura Ramírez plantea: ¿Necesitamos un ‘plan para resucitar’ la política? ¿Cómo se aterrizarían estos principios en un encuentro como el que ha mantenido el cardenal Omella con la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, en el que se plantean temas que podrían generar confrontación, como la reforma educativa, los abusos, la fiscalidad y las inmatriculaciones?
JUAN JOSÉ OMELLA.- La política es una de las actividades más nobles del ser humano, pero hay que ejercerla desde el amor; no para sacar dinero o tener poder, sino desde el servicio al bien común, que en una sociedad plural pasa por el diálogo, el encuentro con todos y el escuchar a todos. Yo deseo que la política no se convierta en un lugar de exclusión, de insultos, del ‘y tú más’…
Se trata de que todos aporten, gestionando el bien común, contando con todos para el bien común. Ojalá lo hagamos, sabiendo que, aunque hay políticos que son corruptos, también los hay muy entregados, que aman el servicio al pueblo y buscan el bien común. Sigamos por ese camino y resucitemos esa noble tarea de la política desde el servicio al bien común. Sobre la reunión con la vicepresidenta, me quedo con una sensación de búsqueda de encuentro más que de desencuentro.
Ojalá lo mantengamos así. La Iglesia no busca privilegios en estas relaciones, sino ponerse en actitud de trabajo con los demás, codo a codo. Eso no quiere decir que algunas veces no coincidamos, sobre todo en temas morales, pero, desde el respeto, queremos colaborar y trabajar por el bien de la sociedad y los hermanos. Para eso hemos venido, para servir y no para ser servidos.
CRISTÓBAL LÓPEZ.- Yo estoy viendo todo esto desde la barrera, porque no estoy en España. En Marruecos están trabajando en un clima de disciplina y unidad muy grande. El partido en el Gobierno tiene que pactar con otros cinco partidos para tener mayoría y eso da una obligación de trabajar en conjunto. No se dan los debates bruscos y crispados como en el Congreso español.
Hay que acabar con esa manera de hacer política en la que la oposición necesariamente tiene que estar en desacuerdo con todo lo que hace el gobierno, en la que es imposible que se apruebe una cosa que no haya salido de nosotros mismos. Hay que levantar la mirada hacia arriba, ver el bien común como el horizonte utópico que nos moviliza y ser capaces de hacer camino con aquellos que son adversarios.
En Paraguay aprendí una frase muy plástica: “Tenemos que dialogar hasta que nos sangre la boca”. Eso sería muy necesario en nuestra política actual. Sobre todo, hay que trabajar el respeto. Yo sufro tanto cuando oigo insultos, acusaciones sin probar… Nada de eso construye. Es habitual escuchar en los ciudadanos esta expresión: “Se insultan y después se dan la mano, salen y se toman una cerveza juntos…”.
Desde ahí, ¿el Parlamento se convierte en un teatro? ¿En una aparente guerra declarada? Tenemos que ayudar a los políticos a ser de otra manera, a elegir a los que son capaces de dialogar, de trabajar juntos, de escucharse, que sean los que lleven la voz cantante… Lamentablemente, los que hasta ahora cantan están desafinando bastante.
María Pilar Linde, desde Málaga: “¿Qué palabra darían a las religiosas y sacerdotes mayores para contribuir a la resurrección en tiempos de pandemia?
PEDRO BARRETO.- Yo quiero darles una palabra: gracias. Veo en los más mayores de nuestras comunidades un tiempo entregado de manera sencilla en los puestos más recónditos. Un gracias que va unido a una petición de autenticidad. Estamos viviendo un tiempo en la Iglesia de renovación que todos debemos vivir en el lugar donde Dios nos ha puesto: en la familia, en la vida consagrada, como obispos… Todos mirando a Jesús y a los pobres y, desde ellos, poder decir que el Reino está presente. Porque los pobres nos evangelizan.
Último turno de palabra. Después de meditar un “plan para resucitar”, quédense con una una reflexión exprés para llevar a casa…
CRISTÓBAL LÓPEZ.- El Reino de Dios está en medio de nosotros. Trabajemos para hacerlo más grande y pidamos a Dios: “Venga a nosotros tu Reino, Señor”.
JUAN JOSÉ OMELLA.- El centro es la persona humana, que es imagen de Dios. Sea desde el punto de vista de la ecología, de la economía, de la política… Que respetemos a la persona en su dignidad. El Papa nos dice que, para conservar esa dignidad, es necesario hacer realidad las tres T: techo, trabajo y tierra. Porque el ser humano es imagen viva de Dios.
PEDRO BARRETO.- La conversión a Cristo, a los hermanos y hermanas, especialmente a los pobres y el cuidado de nuestra Casa común. Todo está conectado: nuestra propia vida con el Señor, entre nosotros y la naturaleza.