El proyecto del Reino de Dios es el proyecto de la convivencia pacífica, del respeto a los otros seres humanos y a todos los seres vivientes. Proyecto que no quiere víctimas ni sacrificios, sino que opta por las víctimas de la historia (Zechemeister M. 2011).
En la historia del mundo redactada desde la lógica de los vencedores y sobresalientes, en el camino y en el olvido han quedado los pobres y las víctimas, a quienes se les niega su calidad de sujetos de la historia. Esta es una historia pensada, narrada y contada desde la lógica de la violencia.
El Dios de la historia, el que se revela en la historia, el que se hace historia en Cristo, asume la historia desde otras lógicas, que pueden llamarse noviolentas, porque la narra y a la asume desde las víctimas, desde su liberación. Toda la historia de la salvación es la historia de la opción de Dios por las víctimas de la historia. Historia que tiene un momento fundamental en la liberación del éxodo. Historia que en Cristo se abre a otras formas de hacerla: desde el amor gratuito y desinteresado, desde la solidaridad y el servicio. Amor, servicio y solidaridad que se orientan a superar toda forma de exclusión. Es la victoria del amor sobre la violencia.
La misericordia es el principal atributo de Dios. Ello hace necesario superar la herejía marcionita, que no reconoce el Antiguo Testamento por atribuirlo a un dios malvado y violento, completamente opuesto al misericordioso revelado en el Nuevo Testamento (Bravo A. 2016). El tema de la misericordia y de la opción por las víctimas no es algo coyuntural o esporádico en la Biblia, sino que es algo central. Además, ese Dios misericordioso llama a su pueblo a ser coherente con las entrañas de misericordia. El estilo de vida del pueblo de Dios debe ser acorde con el estilo del actuar de Dios que libera al pueblo oprimido y es misericordioso. De esto modo, para Israel, pero lo es también para todo creyente en Jesús, la cuestión de Dios es de primer orden, ya que muestra la alternatividad del Dios revelado como la alternatividad de la vida de fe. Cuando el creyente se olvida del Dios misericordioso, deja de lado el estilo misericordioso y gratuito de Dios, con graves repercusiones sociales: se olvida de las víctimas.
Este modo de ver la vida y de hacer la historia desde el Dios misericordioso que opta por las víctimas es propio de la parábola del buen samaritano. Ella nos muestra a un Dios compasivo, que se conmueve desde lo más profundo del ser por el herido del camino, por quien sufre.
El buen samaritano es el tipo de Iglesia y de cristiano que se propone para hoy, para una sociedad globalizada, abierta a la universidad, plural, diversa y excluyente. Es la imagen de una Iglesia que se pone al servicio del otro, especialmente al servicio de ese otro pobre que olvida y relega la globalización. Es el tipo de una comunidad que no pasa de largo, que no es insensible, que no es indiferente. De una comunidad abierta a todos, a los otros, especialmente a los pobres. Es una Iglesia que solo será de todos si es de los pobres.
El teólogo alemán Johann Metz (1999) afirma que la compasión ha de ser el programa universal del cristianismo en esta época de pluralismo cultural y religioso y de profundas exclusiones. En este contexto la pregunta sobre Dios y el discurso sobre Dios solo serán creíbles y significativos si se hacen desde las víctimas y desde quienes sufren. Sólo será creíble desde un Dios sensible al sufrimiento de los otros. Es la postura propia del buen samaritano y de todas las demás parábolas de la misericordia. Donde el centro de atención en ellas no es el pecado, sino el sufrimiento. Hablar de Dios y de Jesús en esta época es hablar del sufrimiento de los otros, porque hablar de un Dios que se conmueve y sale al encuentro no no pasa de largo.
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