Esta cuarentena está siendo para muchas familias un auténtico calvario. Un largo viacrucis salpicado de caídas y resurrecciones, con una agridulce mezcla de dolor y grandes dosis de esperanza sanadora.
- EDITORIAL: Semana Santa virtual, pero real
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- Consulta la revista gratis durante la cuarentena: haz click aquí
- Regístrate gratis para leer el Pliego completo
Caminamos hacia la Resurrección sobre una cinta de correr. Parece que nunca llegamos a la meta, pero hay que seguir adelante. Paso a paso. De alguna manera, todos somos “siervos sufrientes” desde el sofá, sedentarios activos por amor hacia quienes no pueden quedarse o no tienen una casa donde cobijarse.
Toca contemplar una Semana Santa ‘doméstica’, con tiempos para barrer la mundanidad interior y asear el alma. Para ver cómo Jesús carga con nuestras ‘coronacruces’, aplaude cada gesto solidario, inspira cada palabra alentadora y acompaña en el silencio que nos rodea.
Un calvario ‘con olor a pueblo’. Un Pueblo de Dios sacrificado, hecho cordero por su entrega sin miedos, y con un amor sin medida. Con el corazón y los guantes agrietados por tantas lágrimas enjugadas desde el teléfono que alivia los pulmones del Espíritu, afectados por el moho de la injusticia y de la cerrazón insolidaria. “Me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad” (Salmo 57). Me refugio en casa, sí, pero no para rehuir de mi prójimo, sino para darle fuerzas y reconfortarle en su sufrimiento.
“El Señor soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores” (Is 53, 4).
Un itinerario que podemos hacer en zapatillas o descalzos ante Dios, sabiendo que pisamos tierra sagrada en nuestros hogares. Con la luz de la Palabra para que ilumine los signos de unos tiempos difíciles de interpretar. Un ‘kairós’ extraordinario que nos desafía; extraordinario como esta inusual Cuaresma prolongada que padecemos. Jesús, el Señor, nos invita a resistir esta cuarentena con fe creativa, esperanza alegre y una gran carga vírica de caridad contagiosa.
El ‘coronacrucis’ quiere ser una invitación al aplauso y a la oración interior, una meditación repetitiva sobre una letanía de rostros anónimos pero reales que encarnan la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Microrrelatos y analogías para remover y reforzar la fe de nuestro sistema inmunológico y para configurarnos más con Cristo en este itinerario hacia el Gólgota.
“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios, hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena” (Is 40, 1-2).
Sirva este Pliego como una oración de súplica y grito agradecido al Jesús samaritano, que no abandona a su pueblo sufriente. Evangelio encarnado en los sanitarios, celadores, fuerza de seguridad, transportistas, cajeras, limpiadoras… que guardan y viven la Palabra sin saberlo, con independencia de sus credos.
Nos asomamos con María, nuestra Madre, salud de los enfermos, a las ventanas existenciales de esta pandemia. Observamos, junto a ella y a los pies de su Hijo, la fe de los valientes. Una súplica a María, la madre del Resucitado, que acompaña cada parada con una presencia necesaria. Con la Palabra de su Hijo que es luz para nuestros pasos en esta cuarentena llena de cruces, y que concluirá, porque todo pasará, con una Pascua en la calle llena de besos y abrazos. Paso a paso, saldremos adelante.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré (Mt 11, 28).
I. ESPINAS Y ESPERANZAS (Jesús condenado a muerte)
“De nuevo Pilato intentó convencerlos de que debía soltar a Jesús. Pero ellos gritaron: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo’. Por tercera vez les dijo: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré’. Pero ellos insistían a grandes voces, pidiendo que lo crucificara; y sus gritos se hacían cada vez más violentos Entonces Pilato decidió que se hiciera como pedían. Soltó al que habían encarcelado por sedición y homicidio, es decir, al que habían pedido, y les entregó a Jesús para que hicieran con él lo que quisieran” (Lc 23, 20-25).
En tiempos de pandemia condenamos injustamente, con alevosía. Gritamos al prójimo con ojos violentos, le vemos como el Barrabás victorioso frente a Cristo. Ante la extensión del coronavirus, hay que contener la preocupación, el miedo, la incertidumbre de pensar si va a entrar en casa o si vamos a contagiar. Las espinas, aunque duelan, nos recuerdan que aún estamos vivos y que podemos cambiar la condena, inmerecida o no, en absolución.
Las manos de Manuel y de Mercedes no se tocan, están separadas por una fina capa de cristal. Ella, desde el interior de la residencia de las Hijas de la Caridad; Manuel, desde el jardín que da a la ventana. Tan cerca y tan lejos. Sonríen, pero la cosa es seria. Mercedes ha empeorado, esperan a la ambulancia para que se la lleven. La angustia traspasa el vidrio. Cincuenta años casados, sin separarse. Todo es nuevo para ellos. “Tranquila, Merche, vas a estar bien, no vas a estar sola”. Mercedes mira confiada desde su confinamiento. Asiente con los ojos. Promesas que recaen como condena sobre la nueva familia de sanitarios que harán lo posible para no fallar. Miguel se pincha con el rosal bajo el alféizar. ¡Condenada espina!
Sebastiana vive en un primero. El tinte se le ha ido, pero las canas manchadas de caoba no le impiden salir cada tarde al balcón para aplaudir. Asoma su figura frágil cubierta con una rebeca oscura sobre un batín rosa de angorina. Sus aplausos apenas suenan, pero son fieles, constantes, con ritmo. Supera las setenta primaveras y no hay día que falte a la cita. En el bajo C sale el señor Martín con otro batín, más recatado, con los auriculares puestos para no perder hilo de lo que dicen los medios, a la espera de cazar buenas noticias. A la izquierda de Martín vive un grupo de estudiantes que saca los altavoces para amplificar los aplausos con canciones. En el ático, una familia al completo vigila los movimientos del resto del vecindario. Terminan los aplausos, las ocho y dos, Sebastiana mira hacia mi ventana y con una sonrisa picarona se despide. Le grito fuerte para que me oiga: “¡Hasta mañana!”; y me responde: “Si Dios quiere”. La esperanza nunca se pierde. (…)
Índice del Pliego
A MODO DE APLUSO
I. ESPINAS Y ESPERANZAS (Jesús condenado a muerte)
II. CRUCES EN LOS BALCONES (Jesús carga con la cruz)
III. CAER EN LO ESENCIAL (Jesús cae por primera vez)
IV. ENCUENTROS (Jesús encuentra a su madre)
V. JAVI, EL MÉDICO DE URGENCIAS (Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz)
VI. LÁGRIMAS (La Verónica limpia el rostro de Jesús)
VII. TROPIEZO INVOLUNTARIO (Jesús cae por segunda vez)
VIII. CONSUELOS (Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén)
IX. EN CASA TAMBIÉN CAEMOS (Tercera caída)
X. BURLAR LA CALLE (Jesús es despojado)
XI. CLAVADOS SIN PALIATIVOS (Jesús es crucificado)
XII. TIEMPO MUERTO (Jesús muere en la cruz)
XIII. LA CURVA DESCENDENTE (Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su madre)
XIV. EL DIOS ESCONDIDO (Jesús es sepultado)
XV. VUELTA CON LOS AMIGOS (Jesús resucita de entre los muertos)