Mi condición de emérito, desde julio de 2015, me está permitiendo vivir momentos de silencio y reflexión que considero muy necesarios y beneficiosos. Como decía san Pablo VI: “Estamos demasiado aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que solo Dios ve”.
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Confieso que me ha supuesto de gran ayuda la lectura orante de unas páginas sobre la jubilación (que ya agradecí en su momento) para ver algunas de las riquezas que conlleva pasar a formar parte del grupo de los que llaman “prescindibles”, aunque tengo muy claro que ninguno de nosotros puede prescindir de seguir dando gloria a Dios y ayudando a vivir a los demás. Intento aprender y practicar lo que allí se dice sobre “la sabiduría del mayor”, haciendo menos cosas con más gusto, frenando prisas y procurando dar ánimos a otros, creciendo en la relación amorosa con Dios y mi entorno.
También he podido valorar más evangélicamente las inevitables experiencias de desapropiación que acompañan la vida del jubilado, disminuyendo añoranzas, apreciando lo que tengo a mano y recordando con agradecimiento y confianza (cfr. Flp 1, 6), sin caer en el error de confundir actividad con misión. En este tramo culminante de la vida, nuestra fecundidad no radica tanto en el hacer como en el ser.
Tiempo de servir
En una sociedad cada vez más plural, resulta providencial encontrar voces serenas, objetivas, capaces de reconocer errores, pero también de entender la vida como una posibilidad de servir y de ayudar a vivir.
Cuando yo era joven, hizo fortuna entre nosotros aquello de ‘creer es comprometerse’, o sea, ‘por sus obras los conoceréis’. Lógicamente, este planteamiento no permite ni siquiera soñar en jubilarse como cristiano, porque, aunque por la edad disminuya la tarea, siempre permanece el encargo de Jesús (Mt 28, 19). Un cristiano puede valorar su conciencia y su pertenencia eclesial viendo en qué medida siente y vive como luz que ilumina o levadura que fecunda y transforma.
Por eso, el apóstol Pedro nos insiste en poner el mayor empeño en afianzar nuestra vocación y elección (1 Pe 1, 10). Un cristiano siempre tiene que preguntarse de qué manera renovar e intensificar su presencia en el mundo y su misión evangelizadora. El Concilio Vaticano II (1962-65) subrayó de muchas maneras que vivir la fe en las promesas de Dios y vivir la caridad lleva a los cristianos a comprometerse en la construcción de un mundo digno del hombre (cfr. GS 34.38-40.43).
La misión del Reino
En los evangelios queda claro que Jesús viene con la misión de instaurar el Reino de Dios en el mundo. Una misión que ha vivido siempre en estrecha relación con el Padre (cfr Jn 4, 34; 6, 38; 7, 39; 8, 29), y que ha querido compartir llamando a colaboradores desde el primer momento.
Hemos de seguir asumiendo hoy también esa maravillosa realidad y con muchísimo agradecimiento: Jesús nos llama como llamó al pueblo de Israel, que no era el mejor de los pueblos. Oseas lo define como “pueblo ingobernable”.
Estamos hablando de la vocación en sentido amplio. Todos los cristianos, independientemente de su edad o condición, estamos llamados a vivir con fidelidad la propia vocación, ocupando el puesto que el Señor asigna a cada uno en el Cuerpo Místico. Somos llamados a participar en una tarea de la que no somos protagonistas, y se trata de acertar a hacer lo que Dios quiere de cada uno y como Él lo quiere.
Seguir la llamada
El Señor nos sigue invitando a compartir con Él su misión: conseguir un mundo reconciliado y enemigos convertidos en hermanos e hijos. Mirar al mundo ha de ser una constante; y el encuentro con Jesús ha de hacer de nosotros cooperadores entusiasmados y conscientes de que establecemos con Él una vinculación personal.
Porque nos llama una persona y no una idea. Con una idea podemos establecer una relación de conocimiento, de entusiasmo, pero nunca de seguimiento personal. Y tampoco se trata de ‘una causa’ por la que, desde un punto de vista humano, merecería la pena comprometerse; ni de una ideología o un proyecto a realizar, ni de una tarea que hay que hacer, aunque ciertamente no faltan retos urgentes. La llamada que hace Jesús supone una realidad relacional y personalizada. Por eso, el único camino hacia la fe es el de la obediencia a esta llamada (¿quieres hacerlo porque yo te lo pido?). No hacen falta más indicaciones ni exposición de motivos. Y toda la vida habrá que tener muy presente esta dependencia radical de Aquel que nos llama: “Permaneced” en mí y yo en vosotros…; “si no permanecéis en mí…”, no hay vida.
Esto exige al cristiano mantener el ánimo orientado siempre a un futuro para una misión. Por el Bautismo quedamos incorporados a un proyecto que no es nuestro: es el sueño de Dios. Y además, con una invitación permanente a ser productivos, a dar frutos y abundantes… Por tanto, hemos de procurar discernir para ver en cada momento qué quiere el Espíritu.
De Simeón a san Agustín
El anciano Simeón, cuando encontró a Jesús en brazos de su madre, dijo que ya podía acabar su historia en este mundo (cfr. Lc 2, 28-30). Nosotros, al contrario, estamos llamados a hacer ver que haber encontrado y seguido a Jesús es justamente lo que nos da ganas de vivir. Que seguir el camino de Jesús es la solución para acertar a encontrar sentido a la vida y para poder llevar a efecto aquel mandato que recibió la humanidad desde el primer momento de la creación: “¡Creced!…”.
Como escribe san Agustín en las ‘Confesiones’ (L 7, 16) hablando de la llamada de Dios: “Me vi lejos de ti, en la región de la desemejanza, donde me pareció oír tu voz que venía desde el cielo: yo soy manjar de adultos. Crece y me comerás. Pero no me transformarás en ti como asimilas corporalmente la comida, sino que tú te transformarás en mí”.
Haríamos bien en pensar más en esta transformación a la que el Señor nos invita y para la cual no hay límite de edad. Es más, Él nos pide ser bien adultos para poder aprovechar mejor toda su fuerza. Y nadie nos puede sustituir en esta tarea. Es algo muy personal, que exige por nuestra parte querer y demostrarlo por encima de toda inercia y cansancio. Dios, cuando nos llama a crecer, nos da las capacidades necesarias. Hemos de darle gracias y corresponder con generosidad. Podría ser bueno empezar el día diciendo: ‘Concédeme luz para ver lo que he de hacer y la fuerza necesaria para llevarlo a término’.
Un decisión libre
Ser cristiano es una gracia de Dios… pero pide la decisión libre por nuestra parte. Sin decisiones que nos impliquen a cada uno, resultará difícil construir entre todos una sociedad de más calidad y cimentada en valores más altos, más nobles. Por eso es bueno identificar aquello que realmente mueve nuestras decisiones.
Tenemos capacidades sorprendentes y hemos de plantearnos continuamente aquello que podemos y hemos de ser. Ciertamente, todos tenemos mucho que corregir y no podemos vivir satisfechos, ni como individuos ni como Iglesia. Pero siempre es posible (y necesario) mejorar. Hace falta que abramos los ojos también a todas las realidades positivas y a los pequeños crecimientos de cada día: las nubes no nos pueden llevar a negar las estrellas. Con esta actitud esperanzada sigamos realizando nuestra misión de cristianos en la Iglesia en el mundo, porque los seguidores de Jesús “tal como él nos ha prometido, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, donde reinará la justicia” (2 Pe 3, 13).
Son muchos los cristianos de edad avanzada que actúan, movidos por el Espíritu, haciendo presente y eficaz el mensaje del Evangelio para el bien de los demás. Y hemos de admirar y agradecer su testimonio de personas generosas que siguen estando a pie de obra, en el silencio y en el anonimato, cuidando al enfermo, atendiendo al necesitado, acompañando al abandonado, acercándose al excluido… Multitud de hombres y mujeres que, ya jubilados, se suman al ejercicio de la solidaridad, de la justicia social, del compromiso con los más frágiles. (…)
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Índice del Pliego
Jesús viene con una misión y, desde el primer momento, llama a colaboradores
A la luz de la Biblia
Libérate y sal… de ti mismo y de tus circunstancias
Una imperiosa necesidad: reavivar la calidad de nuestra fe