¿Podremos vivir juntos? Esta es una de las cuestiones que hoy en día se plantea con gran fuerza en nuestras sociedades. La llegada de migrantes a nuestras costas arriesgando sus vidas, las deportaciones en Estados Unidos y la construcción del muro, atentados de grupos extremistas en diversas partes del mundo, la guerra en Siria, las caravanas migrantes, el éxodo del pueblo venezolano huyendo del hambre y de una ausencia de horizonte vital, la violencia generalizada entre algunos colectivos en Centroamérica… Todas son señales que parecen llevarnos a un callejón sin salida.
Pero entonces, ¿podremos vivir juntos? La respuesta suele situarse entre estos dos extremos. Las personas que ven en lo diverso una amenaza, y la única solución para la convivencia es un refuerzo de la identidad nacional y de las fronteras; y aquellas que descubren en la diversidad una oportunidad para nuestras sociedades plurales, en las cuales el acento se centra en la acogida y la integración, sentando las bases de una verdadera cohesión social.
Normalmente, como cristianos nos acercamos a la realidad migratoria no tanto como un signo de los tiempos o desde nuestra experiencia de fe, sino como una realidad que se nos plantea vitalmente y de la cual tomamos conciencia a través de los medios de comunicación, las conversaciones en el centro de salud, etc. Pero, ¿qué nos dice nuestra fe sobre la realidad migratoria?
En este sentido, hoy en día parece indispensable integrar la realidad migratoria desde una mirada comprometida con la realidad. Una realidad compleja, que enfrenta tensiones legales, políticas, culturales, económicas o sociales, generadoras en ocasiones de desigualdad y exclusión. Pero, al mismo tiempo, una realidad llena de oportunidades y de desarrollo, en la que se hacen presentes elementos centrales de la misión de Jesús y de la Iglesia, como la hospitalidad, la misericordia y la reconciliación.
En la actualidad hay más de 740 millones de personas en movimiento en nuestro mundo. Alrededor de 250 millones son migrantes internacionales, de los cuales más de 68 millones se han visto forzados a abandonar su hogar por persecución o conflictos. Asimismo, se cree que el cambio climático habrá desplazado a más de 250 millones de personas en el año 2050. Estamos viviendo un momento clave de la historia, una gran encrucijada. Sin duda, las migraciones se han convertido en el rostro humano de la globalización.
La Iglesia católica vive la realidad de los migrantes y los refugiados como “un signo de los tiempos” en el mundo actual. La Biblia se reconoce como una realidad en movimiento, con experiencias migratorias, de exilio, de acogida y de hospitalidad. Los textos bíblicos nos presentan al Pueblo de Dios como un pueblo peregrino.
El papa Francisco, hijo de una familia migrante, ha animado a la Iglesia a acompañar a todas las personas que se ven obligadas a huir de su hogar. En 2017, estableció la Sección de Migrantes y Refugiados (M&R) para ayudar a implementar este gran objetivo pastoral. Si bien esta sección forma parte del nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, bajo la dirección del cardenal Peter Turkson, por el momento el Papa está guiando personalmente dicha sección. En 2015, se constituyó en España la Red Migrantes con Derechos, una respuesta global y coordinada de Iglesia a la realidad de las migraciones y refugio en nuestro país.
Desde esta mirada profunda de la realidad migratoria, se plantean cinco grandes encrucijadas en nuestro mundo hoy: la de la identidad, la de la dignidad, la de la justicia, la de la hospitalidad y la de la integralidad. El emigrante, el refugiado, la persona que huye de la pobreza o de la guerra nos desafían: ¿quién es mi familia? ¿Cómo nos ha creado Dios? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos? ¿Con quién comparte su mesa Jesús? ¿Está todo conectado?
Índice del Pliego
LA REALIDAD MIGRATORIA COMO SIGNO DE LOS TIEMPOS
I. IDENTIDAD: ¿quién es mi familia?
II. DIGNIDAD: ¿cómo nos ha creado Dios?
III. JUSTICIA: ¿cuándo te vimos forastero y te acogimos?
IV. HOSPITALIDAD: ¿con quién comparte la mesa Jesús?
V. INTEGRALIDAD: ¿está todo conectado?