Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.292
Nº 3.292

Cultivar el asombro por la “vía de la belleza”

Decía Kafka: “La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad”. Janouch le preguntó: “¿Entonces la vejez excluye toda posibilidad de felicidad?”. Y Kafka respondió: “No. La felicidad excluye a la vejez. Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece”.



El término ‘asombro’ es escurridizo y presenta matices oscilantes, tanto si se acentúan vertientes positivas como negativas. Es difícil no mezclar la intuición, el lenguaje lúcido y plástico, y la metáfora. A veces muy distantes, como el éxtasis y el espanto; la disipación de la sombra y el desvelamiento de la verdad. En el asombro se agudizan los sentidos, especialmente el oído y la vista. El asombro está vinculado a lo imprevisto, a la sorpresa, al descubrimiento de algo insólito y maravilloso que nos sobrepasa. Es una irrupción de lo inesperado. También va unido al encanto por lo nuevo que sorprende y agrada.

Para J. W. Goethe, “el punto más alto al que puede llegar el hombre es el asombro”. El asombro es una conmoción interior que nos estremece, fecunda la calidad de la vida humana y abre la puerta a la veneración de la dignidad de la persona y del misterio de Dios. El asombro suscita una nueva conciencia en quien lo experimenta. Tiende al reconocimiento de algo distinto y maravilloso en los pequeños acontecimientos de la vida ordinaria que remite a nuestras raíces y a nuestra plenitud.

Volver a la infancia

Volver a tener capacidad de asombro es volver a la simplicidad, a la inocencia, al frescor de la infancia, donde no hay cálculo, y todo es gratuidad y espontaneidad. Pero, ¿quién nos devolverá a ese estado de inocencia que se asombra ante lo desconocido, que vibra ante lo nuevo, que se admira ante lo sublime y que se queda encantado ante el amor? ¿Quién curará la ceguera e insensibilidad ante las carencias y sufrimientos humanos? ¿Cuánto colirio habrá que comprar? ¿Quién romperá las cadenas del secuestro ético, estético y religioso que padece nuestra sociedad?

Para cultivar el asombro, conviene recorrer la “vía de la belleza”. De hecho, la belleza es siempre sorprendente; estremece, dinamiza y ensalza, aunque también descoloca.

Hablar sobre la belleza es solo balbucear. Por muchos aspectos que abordemos, siempre nos parece que lo mejor, lo más encantador y sublime, ha quedado por decir. Sin embargo, la contemplación de la belleza, aun entre balbuceos, siempre suscita el asombro y el encanto de vivir.

Vida enraizada en Cristo

De hecho, argumentamos sobre ella abordándola desde innumerables ángulos, y siempre nos parece que lo mejor, lo más bello y sublime, ha quedado por decir. Sin embargo, la contemplación de la belleza siempre suscita el asombro. De ahí, que sea la ‘pulchritudo’ una vía sublime para cultivarlo. La vida, y de modo especial la vida enraizada en Cristo, es bella, muy bella. Su belleza inunda la creación. ¿Cómo es posible que no seamos capaces de verla y disfrutarla?

En nuestra limitación, tan solo podemos acercarnos a ella por aproximaciones. De hecho, la belleza es aparición, no apariencia. Como nota el sacerdote y poeta italiano D. M. Turoldo, religioso de la Orden de los Siervos de María ya fallecido: “La belleza se contempla, no se define. Más que la palabra, le conviene el silencio. Ni siquiera soporta parangones. Se compagina, eso sí, con el bien y la verdad”. La belleza no lo es todo, pero sin ella es difícil poder apreciar lo verdadero y lo bueno. Sin la belleza no hay armonía ni comunión; no hay unidad.

Don gratuito de Otro

En una conferencia pronunciada en Madrid hace unos años, el monje suizo Mauro-Giuseppe Lepori, actual abad general de la Orden Cisterciense, afirmó: “El hombre que no se asombra ya no es hombre. Pero, para asombrarse, el hombre necesita de una belleza delante de sí, una belleza que no produce él, que no posee, es decir, una belleza donada. El verdadero misterio de la belleza, que identifica el hombre desde el origen, es su gratuidad. El hombre está hecho para percibir y acoger la belleza como don, para reflejar y, por tanto, manifestar la belleza como gratuidad dada, como gratuidad de Otro”.

La naturaleza, el hombre y el arte siempre se han considerado fuentes de la belleza, y a ellas va unida la forma de expresarse, percibirla y manifestarla. Es bella la naturaleza y es bello lo elaborado por el hombre: la música, la poesía, la escultura, la arquitectura…

En el centro de las culturas

Aunque no siempre ha brillado en todo su esplendor, ha estado desde sus orígenes en el centro de las grandes culturas, especialmente en la historia del pueblo israelita. Recordemos que, en el relato de la creación, Dios da nombre a todas las cosas “y todas son bellas”. Crea a Adán y a Eva, hombre y mujer, a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 27 y 31). Resplandece –la belleza– en el rostro de Cristo, de su Madre y de los santos, lo que significa que, para el cristiano, la creación es inseparable de la recreación, de modo tal que, en las celebraciones litúrgicas vividas en fe, contempla la belleza del Misterio.

Belleza, Hermosura, Gloria… llegan a ser sinónimos cuando nos referimos al misterio de Dios, que es misterio de amor, y que es quien causa asombro.

“La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro”. Y es que “la ‘vía de la belleza’, a partir de la experiencia simple del encuentro con la belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de Dios, y disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, Belleza de la santidad encarnada, ofrecida por Dios a los hombres para su salvación”. (…)

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Índice del Pliego

Asombro y belleza

Las fuentes de la belleza

Hacia el misterio escondido

La belleza llama y establece un diálogo permanente

Superar la ambigüedad y asumir las paradojas de la belleza

Belleza que hiere y belleza herida

Recorrer el camino de la belleza con elegancia

  • Estar despierto e incorporarse
  • Dejarse mirar y mirar
  • Buscar, gustar y contemplar
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