Este es el tercer libro que nuestro equipo publica sobre los orígenes del cristianismo. En la introducción se ha dicho que el historiador estudia el pasado porque le interesa el presente y el futuro. El cristianismo es una fe religiosa que se cultiva en las iglesias cristianas, pero está también en la base del sistema cultural más sólido y extendido de la historia.
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Nuestros libros pueden dar pie para ulteriores reflexiones históricas, sociológicas y teológicas; y tienen consecuencias sociales, culturales y eclesiales. No es nuestra tarea desarrollar a fondo todos estos temas, pero sí es oportuno plantear, con cierta sobriedad, algunos puntos relevantes para el presente de los estudios que hemos ido realizando. Como también se dice en la introducción, lo hacemos porque consideramos que el estudioso tiene una responsabilidad social, que en nuestro caso se traduce en deshacer interpretaciones sobre su origen que han legitimado actitudes supuestamente cristianas inaceptables e incluso aberrantes, en sacar a la luz perspectivas positivas y también posibilidades que han permanecido marginadas o dormidas, que pueden iluminar y enriquecer el presente del cristianismo.
Interdisciplinar y exegético
Para situar este capítulo más teóricamente, señalamos dos puntos. En primer lugar, el planteamiento de este libro, como el de los anteriores, tiene un notable carácter interdisciplinar. No hemos recurrido solo a las ciencias del lenguaje para interpretar unos textos, sino también a la antropología, a la sociología, a la historia y a la teología. La categoría misma de “marginalidad”, tan presente en este libro, procede de la sociología. El estudio interdisciplinar implica que el estudioso no se confina en su especialidad, sino que dialoga, interpela y se deja interpelar por otros saberes. Las reflexiones de este capítulo responden a esta voluntad de interdisciplinariedad en la medida que se realizan apreciaciones sobre el presente y propuestas de futuro. Sociólogos y teólogos pueden sentirse invitados a criticar y desarrollar lo que en este capítulo se dice.
Hay un segundo punto que dice relación a la naturaleza del trabajo exegético, que, como es bien sabido, tiene como paso primero e inexcusable determinar en lo posible el sentido de los textos en su contexto originario. Pero también se le pide al exegeta que, al menos, abra o sugiera el sentido que esos textos pueden tener en el presente. Nuestro trabajo no ha pretendido hacer una tarea exegética completa y ha consistido fundamentalmente en descubrir un proceso histórico, el surgimiento y características esenciales del cristianismo en sus orígenes. Pero también a este tipo de trabajo exegético se le puede pedir que señale las posibilidades de evolución de los fenómenos del pasado estudiados y que explicite qué sentido pueden tener en el presente.
Cristianismo humanista
Es decir, estas reflexiones no son un apéndice arbitrario, sino que pueden verse como exigencias internas de los estudios previamente realizados. Pero son reflexiones parciales, no agotan los temas que plantean ni abarcan todos los que podrían ser relevantes en el presente.
Los autores de este libro coincidimos en considerar un deber promover lo que podríamos llamar un cristianismo humanista y, en la medida en que nos importa vitalmente su presente y su futuro, el estudio de sus orígenes debe servir para impulsar un cristianismo más fiel a aquella esperanza que irrumpió en Galilea con Jesús de Nazaret, sobre todo entre las gentes más pobres y desvalidas del pueblo judío.
Así pues, se presentan de forma esquemática, algunos retos, exigencias o posibilidades, que de todo hay en lo que se va a decir, que el estudio crítico de sus orígenes plantea al cristianismo de nuestros días.
Un proceso histórico
El cristianismo no cae ya hecho desde el cielo ni responde a decretos fundacionales de Jesús de Nazaret. Es el resultado de un proceso histórico, contingente, conflictivo, entusiasta, que tiene como punto de referencia la personalidad históricamente excepcional de Jesús. Este proceso se puede explicar histórica y sociológicamente, y es susceptible de una interpretación teológica.
Como sucede en muchos grupos sociales, en el cristianismo existe una visión idealizada y mítica de sus orígenes, que cumple la función social de ser referente de la identidad del grupo. El estudio crítico de estos orígenes es una exigencia cultural ineludible y plantea un reto muy serio porque cuestiona radicalmente la visión tradicional.
Nuestra convicción es que el cristianismo de los orígenes, críticamente estudiado, conlleva exigencias de envergadura, pero puede ser un referente obligado y muy iluminador para la fe cristiana de épocas posteriores.
La fase constituyente del cristianismo, que abarca los dos primeros siglos, tiene un valor especial, pero en la medida en que es un proceso no puede considerarse clausurado, sino que descubrimos sus valores, sus condicionamientos, sus limitaciones y sus posibilidades de desarrollo posterior.
Historicidad y pluralidad
Nos hacemos muy conscientes de la historicidad del cristianismo y también de sus referencias esenciales. Desde un punto de vista sociológico, un movimiento perdura si es consciente de su historicidad y se abre a la posibilidad de cambio y evolución. Desde un punto de vista teológico, la historicidad es el lugar para discernir la acción del Espíritu, que remite siempre al pasado de Jesús (“os recordará todo lo que yo os he dicho”), pero va más allá porque las situaciones sociales cambian y el hombre Jesús no agota la mediación de Dios en la historia (“os llevará a la verdad completa… hay cosas que ahora no podéis comprender”).
El cristianismo de los orígenes era enormemente plural. Había comunidades y tradiciones teológicas muy diversas. La misma vinculación a Jesús, que era el elemento central y definitorio de su identidad, se entendía de formas distintas. Las comunidades eran de libre adhesión, muy vivas, con conflictos internos muy serios propios de un movimiento entusiasta que aún no ha definido su identidad institucional.
Con el paso del tiempo, el cristianismo se fue dando unas estructuras, lo que es sociológicamente necesario, y que, en algunos casos, pueden considerarse teológicamente normativas, lo que no depende meramente de los estudios históricos. Por eso estas reflexiones necesariamente tienen que afrontar el cristianismo institucionalizado en iglesias. Pertenecemos a una cultura y a una sociedad en la que la presencia de la Iglesia católica sociológicamente es muy mayoritaria y, por tanto, las referencias fundamentalmente están realizadas pensando en ella. Pero nuestro grupo es ecuménico y tenemos presentes también a otras iglesias cristianas.
Europa se apaga
En el mundo globalizado de nuestros días, asistimos al fin del cristianismo eurocéntrico. Es la hora de un cristianismo más plural, con capacidad de encarnarse en culturas y países muy diversos. Tendrá que ser un cristianismo más vivo y participativo que el que se apaga en Europa.
Somos herederos de un cristianismo con un exceso de institucionalización y con carencia de vida comunitaria. A las iglesias generalmente les sobra carcasa y les falta vida. El cristianismo de los orígenes se convierte en denuncia y apremio para las iglesias cómodamente instaladas en los países más ricos del mundo. (…)
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Índice del Pliego
1. El carácter histórico del cristianismo
2. La reforma de la institucionalización del cristianismo
3. Pluralismo y unidad
4. El carácter laical del cristianismo
5. Experiencia–rito–forma de vida–doctrina
6. La dimensión social del cristianismo de los orígenes
7. La insostenible situación de las mujeres en la Iglesia
8. La marginalidad del cristianismo de los orígenes
9. Un cristianismo minoritario y marginal en Europa