En primer lugar, y aceptando el tema para la Jornada Pro Orantibus (“de los que oran”): La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo, como monje cisterciense que soy, me alegra poder contribuir con algunas ideas, que espero sean provechosas para contemplar, desde una perspectiva personal, una realidad que afecta a quienes se denominan “orantes”, que entiendo son los contemplativos que viven en monasterios.
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El lema citado, en realidad, es una llamada a los “contemplativos” para que se unan a todos los “orantes” del mundo, cristianos o no, ante una realidad que afecta cada vez a más número de personas en el mundo: “los que sufren”.
Pero no basta que los contemplativos aparezcan una vez al año requeridos por una función que les es muy particular, aunque no exclusiva. En una jornada como esta, cabe lanzar a todos los cristianos un mensaje sobre la realidad que vive el monacato occidental hoy día, una notificación y llamada de que los contemplativos no están en la cima de algo, aislados y reducidos a una oración de alabanza o intercesora (tarea, ciertamente, digna e importante).
Para ayudarme en alguna de las reflexiones que siguen, contaré con el apoyo de otro monje de mi Orden, Thomas Merton, a quien a lo largo de su vida preocupó mucho la tarea de los contemplativos en el mundo y las características de la vida monástica hoy.
Solidaridad orante
Las personas que son consideradas como “orantes” en esta jornada promovida por la Conferencia Episcopal Española (CEE) y muy arraigada ya en nuestra Iglesia, viven hoy en sus casas y ambientes unas realidades no desdeñables para la atención de todos los creyentes, y que condicionan mucho su presente y su futuro, así como su tarea de solidaridad orante con el llamado mundo, especialmente el de los que sufren todo tipo de “dolores”: en sus personas físicas, en su integridad moral, en sus derechos y en su dignidad humana.
La oración intercesora no justifica la vida de un contemplativo, sino que es de su consagración a Dios, un Dios “mundial” (y no un Dios solitario y a quien se busca en soledad), de donde surge una enorme y profunda necesidad de comunión y participación con todos los hombres en la tarea de la construcción de un mundo conforme a lo que llamamos “plan de Dios”.
En realidad, la opción del contemplativo no es el aislamiento para desempeñar una tarea espiritual con “comodidad”, sino una toma de actitud –compasiva, doliente y arriesgada– que también podría ser considerada “política” o, al menos, “social y solidaria”.
De estas cualidades participan los monasterios. Pero cabe preguntarse si esto es lo que realmente trasciende al exterior o lo que los monasterios significan en la sociedad posmoderna y poscristiana.
Tres datos sobre el monacato
Convendría apuntar tres datos que me parece importante tener en cuenta al hablar de lo que entendemos por monacato. Muchas personas creen que los monasterios son todos iguales y tienen las mismas características y fines (especialmente, los llamados “de clausura”), y ven estos lugares como reductos intemporales y sometidos siempre a las mismas reglas. También hay una idea generalizada de que estos lugares “viven de sí mismos”, en el sentido que les lleva a pensar también que los monasterios no desempañan ningún papel relevante en las estructuras, tareas y preocupaciones de las iglesias locales.
El primero de ellos es que “monacato” es un término extremadamente amplio y complejo, tanto en su significado como en su manifestación social o externalización. El monacato está compuesto de muchas formas y maneras distintas de vivirlo, y el primer peligro a evitar es querer reducir el todo a una parte, o proyectar lo que es propio de una parte sobre el todo. Para que lo comprendan con un ejemplo sencillo y un poco simple: se cierra un monasterio, pero no se cierra por ello el monacato. Desparece una congregación, pero no por ello desparece la vocación y la vida monástica.
En segundo lugar, sí he de insistir en que las circunstancias que afectan al monacato de hoy día son “universales”, y se corresponden con un cambio de paradigma social y religioso que afecta a todas las culturas y civilizaciones. Este aspecto no es nuevo, pero lo que sí es nuevo es que afecte al monacato en general, de diversas formas, y no solo a una parte de él, localizada en una latitud o cultura particular. Pongo otro ejemplo: pudiera ser que el monacato sufriera una crisis de identidad o supervivencia en Occidente, pero estuviera pujante o “normal” en Oriente. O que el monacato pasara por un mal momento o esplendor en una nación tradicionalmente religiosa y en otras no.
Merton ya lo adelantó
Por último, y en tercer lugar, las circunstancias que ahora afectan al monacato, y las eventuales directrices a seguir, ya fueron previstas hace muchos años por figuras importantes de la vida monástica (oriental y occidental, cristiana y no cristiana) y por expertos en sociología religiosa. Thomas Merton no fue el único, aunque sí uno de los escritores más importantes de la segunda mitad del siglo pasado.
Otra cuestión es que no todo el monacato, quizás una parte mínima de él, ha tomado conciencia al mismo tiempo –o, al menos, progresivamente– de este nuevo paradigma monástico y religioso anunciado (no solo por estas personas significativas y proféticas, sino por las propias congregaciones monásticas). Permítanme otro ejemplo: el gran número de personas que en los últimos años ha “abandonado” la vida monástica una vez comenzada o habiéndose comprometido en ella de diversos modos, sin que las instituciones o comunidades monásticas se hayan planteado el porqué o hayan tomado medidas alternativas para favorecer la integración y desarrollo de sus miembros. (…).
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Índice del Pliego
EL MONACATO COMO FENÓMENO GLOBAL PERMANENTE
EL MONJE COMO ESTEREOTIPO Y COMO UTOPÍA
IDENTIDAD Y CRISIS
RENOVACIÓN: ENTRE EL REALISMO Y LA UTOPÍA
- Hacia dentro
- Hacia fuera
CONCLUSIÓN Y UN APUNTE FINAL