Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.165
Nº 3.165

El nacionalcatolicismo, de ayer a hoy

Estudiando la historia constitucional de España, parece mentira que, bien comenzado el siglo XXI, todavía estemos hablando de la ‘confesionalidad’ del Estado, cuando la Constitución de 1978 la definió de forma clara. Parecía que la situación se encontraba regularizada y superada. Incluso, se llega a hablar de la necesidad de romper con un concordato, aunque ya se van dando cuenta de que este no existe y de que lo que viene regulando las relaciones con la Santa Sede desde 1979 son los llamados Acuerdos Iglesia-Estado, aprobados por las Cortes.



Además, el mencionado texto constitucional recogió la libertad religiosa, por una parte, y el reconocimiento social hacia la Iglesia católica, lo que no contradecía la anterior aconfesionalidad del Estado. No significaba otorgarle a esta confesión ninguna prioridad, sino plasmar la realidad cultural y sociológica de un país, ahora más plural que hace cuarenta años.

Todavía de mayor actualidad es el debate de la libertad de enseñanza y, sobre todo, del derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo a sus convicciones religiosas y morales. Como indica el cardenal Fernando Sebastián en sus ‘Memorias’ –de recomendable lectura–, con este articulado se respetaba la religiosidad de los españoles.

El término ‘nacionalcatolicismo’ se utiliza en numerosas ocasiones con escasa precisión. Una primera aproximación permite abordar la vinculación entre la dimensión nacional, más o menos compartida por los nacidos o moradores de una nación, y una religión determinada, en este caso cristiana, la católica, disponiendo esta de una innegable presencia en su definición histórica.

Alfonso Álvarez Bolado lo conceptualizó de forma temprana en un libro muy próximo a la muerte de Franco. No era un término nuevo y, como ideología, disponía de su propia teología política: será español aquel que es católico, y el que no es católico difícilmente podrá compartir las esencias nacionales, las claves interpretativas de su pasado y de su hacer presente y futuro.

Un nacionalcatolicismo que, aunque en España contó con sus propias peculiaridades, no es exclusivamente propio de este territorio nacional. Así lo podíamos comprobar en Polonia –y no solo para el período de ocupación soviética– o en el Portugal del Estado Novo de Oliveira Salazar, que se encontraba muy cómodo dentro del tradicionalismo católico. Su lema era omnipresente: “Deus, Pátria e Familia”; o, más bien: “Fátima para la religión, canciones sobre el fado para la nostalgia y fútbol para la gloria de Portugal”.

Según Álvarez Bolado, la teología política de esta ideología se caracteriza por la mediación nacionalcatólica de la fe, el carácter eclesiocrático en la relación de la Iglesia con la sociedad civil, su explícita y militante antimodernidad, y su dimensión reconquistadora. En esta ideología, la patria católica sustituía a la Iglesia universal, pero también esta, desde sus tradiciones, había considerado lo que era propio del “ser de España”.

Nada que fuese ajeno a lo católico podía ser propiamente nacional. Todo ello suponía el descarte de lo cristiano foráneo y de lo español que no era católico. No eran dos Españas, sino más bien una España y una anti-España. Se consideraba menester una reestructuración de una nación que tenía que salir del caos y, por eso, se presentaba un proyecto de nacionalización de factor católico.

Un nacionalcatolicismo que poseía un carácter mesiánico. Ese pueblo elegido –el de Israel y el español no fueron los únicos– contaba con una misión como apuntó el primado Isidro Gomá en ‘Lecciones de la guerra y deberes de la paz’: “España creada por la mano amorosa de Dios, que quiso hacer de ella un pueblo para sí, para que publicara sus alabanzas”. Una Iglesia-Estado que desconocía el pluralismo social e ideológico de la modernidad democrática.

Por eso, Álvarez Bolado habló de su “carácter eclesiocrático”. Llegaba el combate frente a la modernidad –ya había existido un pontificio catálogo de “errores modernos”– y una dimensión contrarrevolucionaria, recelosa de lo europeo, capaz de rechazar el proceso histórico que pensaba había arrancado desde Lutero y había culminado en Marx y la posterior Revolución rusa.

Los principios en los que se basaba la conciencia nacional de España, según el nacionalcatolicismo, eran el III Concilio visigodo de Toledo, el proceso de la Reconquista, la reafirmación de sus creencias frente a la herejía protestante en el siglo XVI, la resistencia frente a la invasión militar francesa o esas otras guerras civiles decimonónicas que enfrentaban –según proseguía el cardenal Gomá– el “rancio espíritu cristiano y los principios de una democracia” que decía haber nacido de Calvino y que nada tenía que ver con la fe católica.

Abanderaba este nacionalcatolicismo una dimensión de “reconquista tradicionalista”, pues la revolución había propiciado un terremoto, por lo que era menester reconstruir la situación desde la filosofía cristiana. Una reconquista que se unía a un “imperialismo ideológico”, a través de una vocación de universalidad que se abría a la Hispanidad.

Un planteamiento de teología política que se habría de encontrar con contradicciones en el interior, además del posterior desmoronamiento de sus pilares. No se podía mantener un principio de antimodernidad en un proceso de globalización política y económica, pero todavía menos desde la constitución ‘Gaudium et spes’, nacida del Vaticano II.

Y si resultaba problemático definirlo, más lo era observar su origen. (…)

Pliego completo solo para suscriptores


Índice del Pliego

CONFESIONALIDAD DEL ESTADO

HACIA UNA DEFINICIÓN DE NACIONALCATOLICISMO

ORIGEN DEL NACIONALCATOLICISMO

LAS RELACIONES IGLESIA-ESTADO

HITOS INTELECTUALES EN LA CONSTRUCCIÓN DEL DISCURSO NACIONALCATÓLICO

CAMINOS DE EXPANSIÓN

EL ESCENARIO, UNA NUEVA SACRALIZACIÓN QUE LO INVADÍA TODO

DESMANTELAMIENTO DEL NACIONALCATOLICISMO

FRUTOS, CONSECUENCIAS, PERVIVENCIAS…

Lea más: