Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.380
Nº 3.380

El Sínodo hace comunidad al ‘estilo Betania’ en la Capilla del Hospital de Santa Marta de Lisboa

Tardaron en entrar en la casa. Les gustaba ver a Jesús y a su grupo de amigos y amigas hasta que se perdían a la vuelta del camino. Habían sido unos días tranquilos, felices, alegres, de encuentro y risas, y conversaciones, y confidencias.



Lázaro, como siempre, había escuchado más que hablado, pero había disfrutado del encuentro. Sus tiempos con su amigo Jesús habían sido intensos. Jesús se sentía bien compartiendo con Lázaro alguna preocupación y alguna confidencia. A Jesús le gustaban las personas que escuchan, las que asienten sin interrumpir. Lázaro, con su carácter sosegado, era de esas personas. Acoger no siempre es hacer. También es escuchar, sentarte junto a una persona y, en ocasiones, solo acompañar mientras esa persona piensa en voz alta. Lázaro era experto en hacer eso.

María aprovechó esos días para pasar el mayor tiempo posible junto a Jesús. Fueron días de confidencias mutuas, de silencios llenos de sentido. Para ella, era tiempo de ser más que de estar haciendo. Solo ser. Contemplar no es cualquier cosa. La contemplación es muy exigente, es más que concentración. No es abandono de la realidad, olvido de las obligaciones, ni oposición a ninguna actividad. Es pertenencia mutua entre lo contemplado y quien contempla.

María y Marta

María era tranquila, no tan silenciosa como Lázaro, pero un poco reservada. El jardín de la casa era su lugar preferido para estar con Jesús. Vivir ese instante que despide un día y da la bienvenida a otro, junto a su amigo Jesús, era para ella un tesoro. Jesús lo sabía y, siempre que podía, se lo regalaba.

Capilla del Hospital de Santa Marta, en Lisboa

Capilla del Hospital de Santa Marta, en Lisboa

Marta ejercía de señora de la casa. Siempre pendiente de todo para quien necesite sentirse acogido, querido. Y todo preparado para cuando llegasen Jesús y su grupo de amigos. En realidad, nunca se sabía cuántos podrían ser. Daba igual. La casa era espaciosa y parecía que se ensanchaba si hacía falta.

Entregada a los demás

Marta era extrovertida, alegre, entregada a los demás, pero siempre atenta a lo que Jesús decía, aunque fuera rodeada del ajetreo de la casa y, sobre todo, pendiente de lo que Jesús hacía. Le fascinaba esa forma de ser de Jesús, tan coherente entre la palabra y la acción.

Jesús la conocía bien, por eso, en una ocasión, le dijo: “Marta, Marta, ¿por qué no te permites sentarte? ¿Acaso crees que no eres digna de estar a mis pies como discípula? No tienes que conquistar mi amor con tus obras, no me tienes que demostrar nada. Venga, ahora siéntate; luego entre todos servimos1. A Marta le enamoraron esas palabras de Jesús…

¿Un Dios que ora?

Alguna vez lo había escuchado perdida entre la gente, sin acercarse a él, y prestaba atención a los comentarios que se hacían cuando terminaba de hablar, mientras se alejaba. Todo aquello le llegaba muy dentro y le invitaba a pensar, a sentir. Marta intuye que Jesús es más que un hombre. En su corazón ha llegado a la convicción de que es Hijo de Dios. Sí, ella sabe que Jesús es Hijo de Dios. Sin embargo, le ha visto orar en soledad en varias ocasiones, y eso la desconcierta. ¿Un Dios que ora?

Eso no lo ha comentado ni con sus hermanos. No busca, es más, no quiere una explicación. No quiere una respuesta certera, absoluta, que le impida seguir en ese camino de acercarse más a Jesús, aunque sea lentamente, entre dudas, pero sabiendo que esa es la forma, el camino. Por otra parte, este Jesús, este Hijo de Dios tan desconcertante, le atrae mucho más que ese otro Dios del que hablan los sacerdotes del templo, al que solo parecen importarle las normas, leyes y ritos. No es un Dios muy cercano…

Acoger y servir

Viendo a ese Jesús que lo daba todo cada vez que alguien se acercaba a él, sin importarle quién era o qué era de su vida, Marta había descubierto que acoger era una forma de servir a los demás, que tener abiertas las puertas de su casa era un poderoso mensaje no solo para dejar entrar, sino también para salir y ver la vida que hay fuera, la vida que viven otros. No le había costado mucho convencer a sus hermanos para hacerlo.

Alguna vez recibían a desconocidos, a los que proporcionaban espacio para descansar, comida y agua mientras lo necesitaban o querían permanecer con ellos. Otras veces, recibían a algunas personas que les enviaba Jesús. Este sabía que allí serían bien recibidas, sin preguntas impertinentes que podían esconder juicios previos y, sobre todo, eran tratados con toda compasión y misericordia. Daba igual quiénes fueran. Llamaban a la puerta y con eso bastaba.

Una mujer con su niña

Una vez llegó una mujer con su hija, una niña asustada y tan pequeña como bonita. La mujer le dijo a Marta que la enviaba ese hombre que ayuda a todo el mundo –creía recordar que se llamaba Jesús– y a quien había visto hacía poco buscando ayuda para su hijita. Necesitaba descansar junto a la niña porque, aunque ahora estaba bien, una grave enfermedad la había puesto en peligro no hacía mucho. Marta la acogió con todo el cariño y cuidó de las dos, pero, sobre todo, de la niña que, poco a poco, empezó a sonreír. Solo llegó a saber que la mujer era una cananea, pero no le importó.

Otro día llegó un hombre que se llamaba Zaqueo. También de parte de Jesús. Este hombre necesitaba recomponer su interior, hacerse a la idea de los cambios que se empezaban a dar en su vida tras conocer de cerca a Jesús. ¡Qué bien lo comprendía Marta!

Joven triste

Un joven apareció lleno de una gran tristeza. Llegó por casualidad porque pasaba cerca. Marta dejó que pasaran unos días, porque el joven no tenía ganas ni fuerza para hablar. Un día, al inicio de la tarde, se acercó a él e intentó hablar y, sobre todo escuchar. El joven rechazó la presencia de Marta. Según él, no necesitaba ayuda de ningún tipo. Se consideraba capaz de bastarse por sí mismo.

Claustro del Hospital de Santa Marta, en Lisboa

Claustro del Hospital de Santa Marta, en Lisboa

Ahí fue donde Marta comprendió que lo peor que le puede pasar a una persona es creer que puede con todo sola. Esa soberbia es lo que realmente llega a matar, aunque no sea en un sentido literal. Pocos días después, se marchó. Marta sintió una pena inmensa por él, pero entendió que tampoco se puede obligar a nadie. También eso lo había visto en Jesús. Cercanía, ternura, comprensión, y libertad y respeto hacia las personas. Eso formaba parte del gran cambio que proponía Jesús: respetar los tiempos que cada uno necesita.

El buen samaritano

Una de las personas que más impactó a Marta fue un hombre que llegó acompañado de otro hombre herido. La ternura con la que trataba al lesionado y magullado, el cuidado con el que curaba sus heridas, la impresionaron.

Le contó a Marta y a sus hermanos, mientras compartían una cena, que lo había encontrado herido en el camino y que lo había dejado al cuidado de un posadero, pero que, al acabar el asunto que lo ocupaba en aquel momento, regresó para hacerse cargo del herido él mismo. Cuando regresaba con él hacia su casa, se cruzó con un hombre bueno –así definió a Jesús– que le indicó que fuera a casa de unos amigos suyos que estaba muy cerca. Y allí se presentó. (…)

Pliego completo solo para suscriptores


Índice del Pliego

MARTA, MARÍA Y EL SILENCIOSO LÁZARO

¿ADIÓS A LÁZARO?

LA CAPILLA Y LA COMUNIDAD

HACERSE COMUNIDAD TAMBIÉN CON LA LITERATURA

PARA REFLEXIONAR

Lea más: