La eficacia en la comunicación es el gran objetivo de las instituciones que, como la Iglesia, tienen como misión compartir conocimientos y transformar actitudes y comportamientos.
En estas páginas se podrá comprobar que los que observan a la Iglesia desde fuera coinciden con los que lo hacen desde dentro, al afirmar que corren malos tiempos para la eficacia en la comunicación de la fe. Para los de fuera, esto comporta una imagen poco atractiva de la institución. Para los de dentro, una sensación de frustración.
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La aproximación a la problemática de la eficacia en la comunicación de la fe se realiza aquí mediante tres recursos. En primer lugar, con los resultados obtenidos en una investigación realizada hace tres años y coordinada por el autor de estas páginas, en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, a partir de la distribución de más de 1.200 cuestionarios entre profesionales de la comunicación persuasiva pertenecientes a dos instituciones clásicas (Iglesia y escuela) y a dos de más reciente aparición (periodismo y publicidad).
Luego, se confrontan esos resultados con los descubrimientos de la neurociencia en torno al funcionamiento de la mente, sobre todo en cuanto a procesos de comunicación y toma de decisiones. Finalmente, se contrastan todos estos resultados con lo que sabemos por los evangelios sobre la manera de comunicar que tenía Jesús.
Doble fidelidad
El creyente es enviado a comunicar: “Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros” (Jn 20, 21). Al comunicar la fe, se ha de compaginar una doble fidelidad: a Jesús como referente y al hombre como destinatario. En estas páginas se verá que hoy se es poco fiel a esta doble obligación, pero también que, pese a la confusión, hay motivos para la esperanza.
Queremos poner de manifiesto que confrontar el estilo comunicativo de la Iglesia con las aportaciones de la neurociencia o con las estrategias usadas por otros profesionales de la comunicación persuasiva no representa una amenaza para la fidelidad a la tradición cristiana. Al contrario, es una oportunidad para recuperar lo mejor del estilo comunicativo de Jesús.
De los resultados de la aplicación del cuestionario se desprende que muchos sacerdotes viven su experiencia comunicativa con un sentimiento de frustración, basado en su incapacidad para hacer frente a las dificultades que comporta su misión, pero derivado también de observar la opinión que los demás colectivos tienen sobre la capacidad comunicativa de la Iglesia.
Punto de débil de los sacerdotes
Cuando se preguntó a los comunicadores “¿Cuál cree que es el punto débil de su profesión como colectivo desde el punto de vista comunicativo?”, los términos relacionados con la falta de habilidades y de formación fueron con mucho los más repetidos entre los sacerdotes (37,4%), un porcentaje superior al de los demás colectivos, incluido el de los educadores (33,6%).
Cuando se pidió que valoraran el grado de influencia de cada colectivo en la manera de ser, hacer y pensar de la mayoría de la gente, los sacerdotes fueron los peor valorados, incluso por su propio colectivo.
Cuando se preguntó “Desde su profesión, ¿cuánto cree que debe aprender de los diversos agentes comunicadores?”, los sacerdotes fueron también los que obtuvieron los resultados más bajos.
Cuando se pidió que definieran con una sola palabra a cada colectivo, los términos vinculados al campo semántico de la ineficacia fueron los que obtuvieron el porcentaje más alto para definir a los sacerdotes, por parte de todos los colectivos, incluido el de los sacerdotes: “No creíbles”, “Obsoletos”, “Prehistóricos”, “Aburridos”, “Desactualizados”, “Anticuados”, “Lejanos”, “Ajenos”, “Pesados”, “Ineficaces”, “Desprestigiados”…
Cuando se preguntó “¿Quién cree que conseguiría convencer más fácilmente a alguien sobre la bondad de un determinado valor social?”, los sacerdotes obtuvieron el porcentaje de votos más bajo (8,2%), por debajo de periodistas (12,1%), publicistas (32,7%) y maestros (45,2%).
Sentimiento de frustración
El sentimiento de frustración que generan estos datos remite a aquel pasaje evangélico en el que los apóstoles echaron las redes y en toda la noche no pescaron nada (Jn 21, 2-3). Una sensación de fracaso similar a la del educador de este relato de ‘Las mil y una noches’: “Una vez enviaron a un lobo a la escuela para que le enseñaran a leer. El profesor empezó por pedirle que repitiese después de él las primeras letras del alfabeto: ‘Alef, Ba, Ta…’. Pero el lobo siempre contestaba: ‘Oveja, cabrito, cordero…’. Y es que aquellas criaturas de carne vivían en su pensamiento y no se las podía quitar de la cabeza”.
El sacerdote, como el educador, acude al encuentro de sus interlocutores con su “Alef, Ba, Ta…”. Y ellos siguen anclados en su “Oveja, cabrito, cordero…”. Dos mundos divergentes, que no confluyen.
En este contexto de frustración, se abre una brecha para la esperanza. El neurobiólogo Giovanni Frazzetto dice que por primera vez en la historia tenemos la oportunidad de conocernos a nosotros mismos (y a los demás) a través de la ciencia. Se enciende, pues, una luz para aquellos profesionales cuya eficacia depende de su capacidad para influir en las mentes de los demás.
La oportunidad de la neurociencia
La aparición de la neurociencia no es solo una oportunidad. Es una exigencia. Para el experto en ‘neuromarketing’ Douglas Van Praet, pretender influir, sin conocer y sin saber gestionar los mecanismos mentales emocionales e inconscientes de las personas, es como tirar contra un muro conceptos y valores para ver si se pegan.
Por descontado, el concepto de eficacia es resbaladizo cuando se aplica a la educación de la fe. La fe es un don gratuito y, en la comunicación de la fe, hay factores que escapan a su control. Hoy más que nunca, pesa la pérdida de credibilidad de la Iglesia a causa de la vinculación con el poder, el clericalismo, los escándalos sexuales o las discriminaciones de género.
Pero esto no exime al creyente de la responsabilidad de sacar el máximo partido de los factores que puede controlar. Las aportaciones de la neurociencia son talentos que Dios pone en sus manos para que saque de ellos el máximo rendimiento (Mt 25, 14-30). Ha de conocer los contenidos que comunica y apasionarse con ellos, pero también debe conocer cómo funciona la mente de las personas con las que se ha de comunicar. (…)
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Índice del Pliego
Introducción
La frustración como punto de partida
Un motivo para la esperanza
Paradojas en la confrontación con la publicidad
La publicidad, modelo de asunción de responsabilidades
Un equívoco en torno a los mensajes potentes
La importancia del deseo
Potenciadores del querer
La sintonía, componente esencial del mensaje potente
La transferencia como componente del mensaje potente
La potencia comunicativa del ‘storytelling’
La potencia comunicativa del testimonio de fe
A modo de síntesis