No hace mucho que estrenamos un nuevo año y, para muchos de nosotros, la sensación es de incertidumbre, de no saber muy bien qué nos deparará el futuro. Hasta en algunos anuncios radiofónicos se ha recuperado la canción ‘Qué será, será’. Al enorme desconcierto del año 2020 se ha sumado un 2021 que empezó fuerte… y lo que todavía nos espera. Políticos, tertulianos, epidemiólogos, “opinadores” en general llenan los medios de comunicación, que parecen atrapados en un eterno día de la marmota, repitiendo a diario casi lo mismo. Todo ello sazonado de acontecimientos que nos dejan de vez en cuando con la boca abierta: el asalto al Capitolio por una horda de desarrapados, la enésima ocurrencia del ‘youtuber’ de moda, un contrato deportivo que como mínimo parece vergonzoso o una desgraciada explosión que podía haber sido aún más trágica.
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Me pregunto si todos estos acontecimientos –mientras vivimos la descomposición de un sistema que nos parecía tan robusto, en el que incluso los cimientos más seguros de nuestra vida se ven afectados (familia, trabajo, proyectos…), con pocos asideros a los que aferrarse y una constante tensión entre “salvar” la economía y “salvar” personas– no nos hacen sentirnos perdidos y, por lo tanto, con miedo. El miedo es perfectamente humano y un mecanismo útil e imprescindible, pero es un mal consejero cuando hay que avanzar. Tiende a hacernos apretar los puños y a dejar inmóvil a la persona, sobre todo cuando lo de ahora nos da pavor, pero ¡ojo a “lo que nos espera”!
Surge entonces la imagen y el recuerdo de estar perdidos, realmente desorientados, en un terreno totalmente desconocido, sin saber siquiera si hay caminos de salida o si vamos a ser capaces de recorrerlos. Si el miedo nos atenaza, la respuesta no es siempre el grito de terror, también lo es la apatía, las caras grises, incluso la salida de tono con quien menos lo merece. Y todo ello es perfectamente comprensible.
Entonces llega, muy pronto, de forma casi sorpresiva, cuando muchos no sabemos decir ni cuándo cae la Semana Santa, una nueva Cuaresma. La vieja Doña Cuaresma, la de la seriedad y el sacrificio, aunque no hayamos tenido carnavales, como si no estuviésemos viviendo ya una cuaresma continua. Seis semanas en las que la Iglesia, a los pocos que van a los templos y a los que intentan vivir en cristiano, invita a recorrer los caminos desde Galilea a Jerusalén, con Jesús, para prepararnos a un misterio tan grande que no cabe en una única celebración.
¿Puede darnos esta Cuaresma una serie de “pistas”, como en una ruta de senderismo, para, al menos, caminar? Desde los rastreos en los campamentos hasta los modernos ‘escape rooms’, sabemos que encontrar y descifrar una pista nos da un impulso de esperanza, una agradable sensación de avance, de que alguien ha dejado un indicio para que lo encontremos, de que, aunque no lo conozcamos, hay un plan. Busquemos entonces algunas de esas pistas.
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza, día en el que se nos recuerdan las enseñanzas de Jesús sobre la hipocresía y sobre la justicia de Dios. Es un buen comienzo, porque nos anima a ir a lo fundamental en la fe: la relación personal con el Dios de Jesús. Aunque recorramos un camino desconocido, necesitamos al menos la seguridad de saber desde dónde partimos o, mejor, desde Quién empezamos.
Una de las ventajas de nuestro tiempo es que, al encontrarnos un tanto perdidos, en la incertidumbre, tenemos pocas respuestas. ¡Menos mal! Porque, cuando no tenemos respuestas, cuando se nos escapan las certezas, cuando no podemos poner palabras ni seguridades a casi nada, incluso cuando estamos más insatisfechos, hay hueco para Dios. El Dios de Jesús es especial: le gusta lo pequeño, lo humilde, lo que es un poco ignorante y limitado… Me atrevo a creer que se siente menos cómodo allí donde todo está claro.
Esto se ve claramente en algunos de los relatos que nos hablan de Jesús. Él sí que era contradictorio, no podemos clasificarle. Si no, que se lo digan al amable hombre rico que le invita a una gran comida y recibe a cambio una parábola que más bien parece un tirón de orejas. La primera invitación es a re-descubrir al Dios de Jesús a través de una parábola, la de “los invitados al banquete”, según nos la propone Lucas.
Me imagino la escena de la comida con Jesús y del relato que cuenta, y me parece que, al final, hay mucha gente que acaba insatisfecha: para nadie acaba la cosa tal cual la tenían pensada al principio. Los planes no han funcionado. Las respuestas “sabidas” ya no tienen sentido. ¿Nos resulta familiar?
Para Jesús, el banquete y su preparación es una imagen especialmente apropiada del Reino de Dios. Nosotros mismos, si preparamos una fiesta, necesitamos mucha anticipación. En realidad, todo lo que queremos que salga bien requiere de mucha previsión. Por eso, quizás, cuando preparamos algo con todo el corazón, se generan sentimientos y las decepciones son especialmente amargas. En estos meses hemos tenido que aprender a aceptar esas desilusiones, algo que, como a los personajes de la parábola, nos provoca grandes emociones.
Lucas sitúa en primer plano la urgencia de la invitación al banquete de Dios y coloca la decisión de aceptar o no la invitación como definitiva e irreversible. En toda su obra, la parábola está situada dentro de contexto claro: antes, en Lc 14, 7-14, se habla de los marginados, que son invitados por su propio bien y sin dar nada a cambio; después, en Lc 14, 25-35, se habla del seguimiento, y en el capítulo 15 se presentan tres parábolas que tratan de la acogida de “lo perdido”. El acento en Lucas, por tanto, se pone –como sucede a menudo en este evangelista– en el seguimiento de Jesús y en la atención a los más humildes.
La hospitalidad, como sabemos, era muy importante en el mundo antiguo. Lo habitual era invitar a “iguales”, de la misma categoría social, aquellos que te podían corresponder. Un poco como quien hace un regalo esperando recibir un presente similar de vuelta, algo nada ajeno a nuestro tiempo. En la parábola, sin embargo, los invitados rechazan la invitación. Y la rechazan todos, cada uno aduciendo sus razones, perfectamente razonables. Solemos hacer caricatura de esas excusas, pero en la tradición judía posterior se llama hipócrita a aquel que en la noche de bodas pretende realizar la oración vespertina (naturalmente, en ese momento tampoco estará dispuesto a aceptar ninguna invitación) o se recuerda que quien compra un campo debe “bordearlo” para tomar posesión de él. No digamos ya de una inversión tan grande como cinco yuntas de bueyes, que no se puede hacer si no es presencialmente. Y seguramente cabrían muchas otras excusas.
No se trata de excusas vacías, y Lucas no las tacha de tales. Lo que se critica es, más bien, que, dada la importancia de la invitación, los convidados no tengan claras sus prioridades. Podemos leerlo como una pregunta que se nos lanza también ahora: a la vista de una invitación tan importante, ¿cuáles son mis prioridades? Cuando mucho de lo que me daba seguridad hace solo unos meses parece que tiembla, ¿vivimos la oportunidad de descubrir qué es lo ‘esencial’ y qué es lo ‘accesorio’? ¿Cómo se ve afectada mi imagen de Dios en esta nueva Cuaresma? (…)
Ya hemos comenzado nuestro camino. Se construirá con muchos pequeños pasos, quizás no siempre en la misma dirección. Pero caminando.
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Índice del Pliego
COMIENZO DE PISTA
PELIGRO
MEDIA VUELTA
CONSTRUIR UN CAMPAMENTO
SEGUIR LA DIRECCIÓN
FIN DE PISTA