El papa Francisco lo ha dicho en más de una ocasión: “La eucaristía no es el premio para los perfectos”. Concretamente, en la misa que celebró en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el 4 de junio de 2015 en la Basílica de San Juan de Letrán, afirmó que “la eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles, para los pecadores. Es el perdón, el viático que nos ayuda a dar pasos, a caminar”. Es una afirmación que no debería sorprender, más sorprendente resulta que Francisco haya considerado necesario hacer esa aclaración y decir expresamente que la eucaristía no es un premio para “los buenos”.
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Para comprender por qué el Papa se siente en la necesidad de hacer este tipo de aclaraciones, es suficiente observar algunas reacciones que sus palabras generan. Son muchos los que muestran disconformidad cuando el Papa se expresa así. Aunque pueda resultar asombroso, son numerosas las personas que en la misma Iglesia se manifiestan desconcertadas ante estas afirmaciones papales. ¿Por qué ocurre algo así? ¿Por qué es necesario que el Papa tenga que explicar algo bastante elemental? ¿Cómo es la catequesis en nuestras comunidades, si tantas personas tienen ideas distorsionadas sobre algo esencial en la vida cristiana? Vamos a intentar respondernos.
Comencemos por el principio. ¿Qué es la eucaristía? ¿Qué hacemos cuando la celebramos? ¿De qué estamos hablando cuando decimos “vamos a misa”? “La eucaristía”, “la misa”, “la Cena del Señor”, son algunos de los distintos nombres que se utilizan para designar una ceremonia, una acción, un acontecimiento, algo que se hace, que sucede. ¿Qué “se hace” en la eucaristía? ¿Qué sucede en ella? Varias cosas.
Última Cena
La eucaristía es, en primer lugar, un acontecimiento que, a su vez, recuerda otro; es algo que “se hace” para hacer presente un hecho ocurrido en el pasado, para rescatar del pasado un suceso y mantenerlo en el presente, para mantener vivo algo que sucedió en otro tiempo y espacio. “Realizando” la eucaristía, celebrando la eucaristía, se hace presente la Última Cena de Jesús con sus discípulos y, al recordar ese momento, al repetir esos gestos y palabras, se trae al presente un acontecimiento que, a su vez, contiene otro acontecimiento.
¿Qué ocurrió en aquella Última Cena? ¿Qué vuelve a ocurrir cada vez que se la hace presente? En aquella cena Jesús anuncia su muerte, se despide de sus discípulos y, al despedirse, les dice que estará nuevamente con ellos cada vez que repitan esos mismos gestos que él está realizando en ese momento. Los discípulos comprendieron lo que su Maestro les pedía y, después de su muerte, comenzaron a replicar ese gesto de Jesús como una forma de hacerlo presente a él.
Por lo tanto, cada eucaristía recuerda un acontecimiento (la Última Cena), que al mismo tiempo recuerda otro acontecimiento (el anuncio de la muerte de Jesús), que recuerda otro más (el hecho de su muerte), y este último hecho trae al presente, a su vez, otro: la completa transformación de unos discípulos que comienzan a anunciar que se han encontrado con Jesús que nuevamente vive.
Cambia las vidas
En última instancia, la celebración de la eucaristía es el recuerdo de la transformación de los discípulos al reencontrarse con Jesús, el recuerdo de cómo una experiencia única y definitiva cambió para siempre sus vidas. Al reiterar los gestos de aquella cena, se trae al presente aquel acontecimiento que, además de alterar las vidas de esos discípulos, transforma la vida de nuevos discípulos. Desde hace dos mil años, en las comunidades cristianas, se transforma la existencia de muchas personas cuando repiten esos mismos gestos, cuando celebran la eucaristía.
Cada vez que en el presente siglo XXI celebramos la misa, la eucaristía, la Cena del Señor, hacemos presente, traemos al presente, no solo aquella Última Cena, sino también todas las celebraciones eucarísticas realizadas a lo largo de la historia en todos los rincones del mundo. Por lo tanto, para reconocer la verdadera importancia de lo que se está haciendo, es necesario tomar conciencia de esa extraordinaria sucesión de acontecimientos que llegan hasta nosotros en el momento en el que nos disponemos para algo tan simple como “ir a misa el domingo”.
Debería estremecernos saber que somos parte de esa corriente de vida, de esa fuerza que ha transformado la vida de infinidad de personas, de pueblos y de continentes enteros. En esa celebración se vuelve a hacer presente aquel momento incomparable en la historia de la humanidad.
Promesa inaudita
Como sabemos bien, esa larga historia humana es una historia trágica, en la que día a día presenciamos la muerte y la injusticia junto a emocionantes gestos de amor y servicio. Entrelazada con todas esas vidas se encuentra esta celebración que, al realizarse, recuerda aquellos acontecimientos que transforman tanto el significado de esas muertes y dolores como de esas expresiones de amor y de entrega. El poder transformador que brota de la eucaristía se encuentra en la promesa inaudita que contiene: la muerte no tiene la última palabra, porque la muerte de Jesús no fue definitiva.
De esta manera, el mensaje de esta celebración ofrece una respuesta a la mayor inquietud que se agita en el interior de todo ser humano: ¿la muerte es el final definitivo o el comienzo de otra historia? Así, cada vez que se hace presente el acontecimiento de la muerte y la resurrección de Jesús, se abre una ventana hacia una posibilidad que cambia todo, tanto la vida de los que la celebran como la de aquellos que “no pisan una iglesia” y, también, las vidas de aquellos que ni siquiera se han enterado de los hechos narrados en esa historia.
La eucaristía es algo que “se hace”, que se celebra, en deslumbrantes catedrales donde tiernos niños cantan con voces angelicales, o en precarias construcciones en las que un sacerdote repite las mismas palabras escuchando el sonido de las bombas y las ametralladoras; la eucaristía es algo que “se hace” en voz baja en los hospitales junto a los moribundos y que “se hace” en palacios mientras entra la novia escuchando ‘Pompa y circunstancia’; la eucaristía es algo que “se hace” hasta que aparece un sicario que asesina al obispo Romero.
La eucaristía que “se hace” desde hace dos mil años es inseparable de la belleza y la tragedia de la vida humana y, en medio de todas esas historias, repite incansable una promesa incondicional, una promesa sin esa letra pequeña que hay que leer antes de firmar, una promesa salida de los labios de Jesús de Nazaret sin peros ni limitaciones: “Yo estaré siempre con vosotros” (Mt 28, 20). (…)
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Índice del Pliego
CUESTIONES PRELIMINARES
LA VIDA Y EL RITO
LA FIESTA DEL PERDÓN
SÉ PASTOR
COMPRENDER LO QUE HACEMOS
LA FUERZA DE LOS DÉBILES