Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.392
Nº 3.392

Familia de Nochebuena

¿Pasado mañana? Pero yo necesito mi DNI ahora…

Alberto Bustos bufaba de impotencia mientras firmaba el impreso sobre el mostrador gastado. Su queja no surtió mucho efecto en los policías de guardia que acababan de sellarle la denuncia. No es un buen día para que le roben a uno la cartera, comentó por toda disculpa el agente. En Nochebuena estamos desbordados… las aglomeraciones, ya sabe…



El denunciante se abrochó su abrigo de marca, gruñendo entre dientes: sí, estas fechas deberían de prohibirlas. ¡Feliz Navidad! Le deseó el agente de la puerta, que se esmeraba por que la corriente no despegara el papel de estrellas que, adherido con celo a las paredes del rincón, enmarcaba un belén protegido por una placa de metacrilato para evitar que un codazo hiciera añicos a san José sobre las baldosas del suelo.

Dobló con cuidado el documento oficial para guardarlo en el bolsillo y aguantó el bofetón de aire frío antes de adentrarse en la marea humana que atestaba la calle de la Luna, cuando escuchó su nombre: ¡Alberto! ¿Eres Alberto, no?

Ilustración Cuento de Navidad

De momento, no reconoció el rostro bajo el gorro de lana ajustado, pero la sonrisa inesperada le desveló a toda la persona que lo miraba radiante en el umbral de la comisaría.

¡Adela Navarrete!

–¿Pero qué haces tú en Madrid? Yo creí que estabas en Bruselas.

–Ya me gustaría –torció el gesto–. En estos momentos estaría volando hacia Bruselas, si no me hubieran robado la cartera. ¿Y tú? ¿Qué haces…?

–Pues ya ves, acabo de hacer una asistencia al detenido. Le he conseguido una fianza, por lo menos para pasar la Nochebuena con la familia.

–Eso, o para que tu cliente robe otra cartera a otro pobre ingenuo como yo.

En esos momentos, Alberto no estaba con ánimo de compartir la opinión de Adela de que soltar a un “chorizo” fuera una buena noticia.

–Te entiendo –alegó Adela–. Entiendo tu indignación… Pero no todo es blanco ni todo es negro. Ya sabes, todo es según el color del cristal… Y hoy hay que mirar las cosas con cristal… de Navidad –guiñó señalando el metacrilato que protegía las figuras del belén–. Anda, vamos a tomar algo y me cuentas. Conozco un ‘bareto’ por aquí que no estará muy lleno.

Alberto Bustos la siguió resignado y abatido, esperando tomar algo sin demasiado bullicio.

–Vas a tener que invitarme –masculló–. Me han dejado sin blanca, sin tarjetas… En cuanto las recupere te hago un biz…

–Vaya, vaya –le interrumpió Adela–, así que el número uno de la promoción, el que sacó a la primera las oposiciones al cuerpo jurídico de la Comisión Europea, se ha convertido en un indigente en Nochebuena.

Notó que su viejo compañero no encajó bien la broma y, a falta de preguntas, Adela se lanzó a hablar de ella misma. Pues yo seguí con mi rollo penalista, ya sabes, justicia restaurativa, rehabilitación…

–Sí, ya veo que sigues siendo la misma idealista de entonces.

–Bueno, idealista, pero puse los pies en la tierra. ¿Has podido anular las tarjetas? –inquirió, en un alarde de realismo.

–Sí. Lo que siento es que se han llevado mi tarjeta para entrar en la Comisión Europea, además de mi DNI.

–¿Y has hablado con tu familia?

–Sí, claro. Julie se ha llevado un disgusto. Y los chicos. Pensaba comprarles regalos y turrón en el aeropuerto. Mira –sacó el móvil–: Nicole, de trece, y Jacques. Tiene dieciséis. Yo le llamo Jaime. Ya sabes, Jacobo, Santiago, Jaime… todo es lo mismo.

Adela sintió una lástima honda por aquellos adolescentes que esperaban en una hermosa casa de Bruselas unos regalos de aeropuerto y un turrón nacional de aeropuerto. También sintió lástima de su amigo, tan vulnerable en aquel bar de barrio sin atractivo, pero con buenos torreznos y una televisión que deseaba ‘Merry Christmas’ a los parroquianos.

Ilustración del Cuento de Navidad

Por eso le preguntó si tenía familia o amigos en Madrid que lo acogieran esa noche.

–¿Y dónde vas a cenar? ¿Con quién vas a pasar la Nochebuena? –le espetó antes de que se agotaran los torreznos.

Su compañero se alzó de hombros, se limpió los dedos grasientos en una servilleta de papel y respondió esquivando la mirada en la coreografía televisiva de ‘vedettes’ con gorritos rojos sobre nieve de ‘poliespán’.

En el hotel me conocen. Me han dicho que me amplían la reserva una o dos noches… Ya me cargarán la cuenta…

–¿En el hotel? –le interrumpió Adela posando el vaso sobre la mesa de formica.

Pero, ¿cómo vas a pasar una Nochebuena en un hotel? ¿No tienes a nadie aquí?

Alberto le recordó que era de Zaragoza, que su única hermana vivía en Hamburgo hacía años… En definitiva, no. –Y no son horas de llamar a algún colega de la Comisión que esté por Madrid, para…

–¡Pues cenas con nosotros! –zanjó la idealista con un rotundo gesto al camarero para indicarle que trajera la cuenta: –Paco, cobra dos sin alcohol y una de torreznos.

Alberto dudó un momento: –Pero… así, sin avisar… Tu pareja o… no sé… tus… Tu familia tendrá sus planes.

Adela volvió a mostrar su sonrisa delatora. –Mira, mi familia de Nochebuena no es muy… ¿cómo te diría? No es muy formalista, precisamente. Seguro que les va a encantar compartir contigo la cena de Nochebuena. Es más. Tenemos habitaciones libres… pero eso ya lo decides luego.

¿Familia de Nochebuena? (…)

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