Los llamamientos desde la Santa Sede, en los diversos discursos del Papa, a los esfuerzos por establecer una cultura de paz que erradique de la comunidad internacional la conflictividad bélica y sus principales consecuencias (víctimas mortales, catástrofes humanitarias, flujos migratorios masivos de desplazados y refugiados) son constantes. Con motivo de dos manifestaciones públicas habituales, como fueron el mensaje de Francisco para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 2017, el pasado 1 de enero, y el discurso con ocasión de las felicitaciones del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 9 de enero de este mismo año, se enfatizaron estas posturas antibelicistas.
Además, en un contexto internacional azotado por un terrorismo ciego que pretende utilizar el nombre y la dialéctica de la violencia descansando en un discurso manipulado de un determinado credo religioso, resulta muy pertinente repasar la doctrina de la guerra justa desde una perspectiva histórica y su conexión con la Doctrina Social de la Iglesia, así como la posición de la Santa Sede y del actual Pontífice.
¿No es una contradicción en los términos hablar de guerra justa? Las justificaciones ad hoc de un buen número de conflictos bélicos no se traducen –ni jurídica ni moralmente– en una suerte de impartición de justicia que ampare el uso de la fuerza. No obstante, en el ámbito del Derecho Internacional Público, es frecuente encontrarse con conceptos tan discutidos por la doctrina científica como el derecho internacional de injerencia humanitaria o la legítima defensa preventiva.
Los últimos conflictos internacionales conectados con los atentados terroristas del 11-S –Afganistán e Irak–, las mal llamadas primaveras árabes –Libia– o la atroz guerra en Siria, con componentes de conflicto civil, internacional y de creación del ISIS –que no es Estado ni tampoco islámico–, unido al auge espectacular del terrorismo yihadista en sus múltiples facetas, han colocado en el debate de la actualidad la justicia de la guerra.
Desde un punto de vista histórico, cabe decir que las teorías sobre la conflictividad humana, social y, por consiguiente, en el marco de la comunidad internacional, existen desde los albores de la misma humanidad. Platón y Aristóteles diferían en su concepción sobre la inevitabilidad del conflicto, que –según el primero– estaría en la propia naturaleza humana. La finalidad para Aristóteles estaba en la búsqueda de la paz, lo que avalaría –en buena medida– las posteriores teorías de Clausewitz en el siglo XIX sobre la guerra como una continuación de la política a través de otros medios.
La aportación desde el mundo romano –más allá de las conexiones estrictamente jurídicas– vino de la obra de Cicerón, que situó los puntos referenciales clave que se han mantenido hasta la actualidad: la legitimidad, la legalidad en el inicio del conflicto y durante el desarrollo del mismo –desde la referencia, en aquel momento (siglo I a. C.), a los usos de la guerra–. Pese a preferir “la más injusta de las paces a la más justa de las guerras”, y a constatar en su obra la supremacía del derecho natural y del humanismo, en la sociedad internacional abrió el debate sobre la presencia histórica del conflicto. En su obra De los deberes se desprende el uso de la guerra como un recurso último e indeseable para restaurar la paz. A pesar de la concepción imperial romana, el belicismo no fue una constante en el ethos republicano.
Las consideraciones éticas respecto al uso “inevitable” de la violencia fueron recibidas y analizadas por los principales pensadores cristianos, primero desde el ámbito estrictamente teológico y, con posterioridad, complementando esta perspectiva con la jurídica.
Índice del Pliego
- La aportación al debate de la guerra justa desde el cristianismo
- El uso de la fuerza armada en el Derecho Internacional contemporáneo
- La Doctrina Social de la Iglesia católica y las últimas aportaciones desde la Santa Sede