La guerra nuclear era una preocupación principal para millones de personas en 1983. Ha estado mucho tiempo adormecida en la mente de los estadounidenses, pero la guerra de Ucrania ha hecho que el temor vuelva a cobrar vida, recordándonos que la Guerra Fría puede haber terminado, pero seguimos estando en un mundo nuclear. La carta pastoral, señaló el cardenal, vinculaba los temas de la guerra nuclear y el aborto, pero sin exponer realmente los argumentos. Preocupado por cómo el aborto y otras cuestiones de justicia social habían dividido a la Iglesia, elaboró su discurso de Fordham para argumentarlo en el marco de la “ética coherente de la vida”. Y continuó desarrollando esta idea hasta su muerte en 1996.
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Mi intención aquí es describir y desarrollar esta visión clave del cardenal Bernardin, ya que traza un camino para la Iglesia actual. Como comunidad de creyentes, nos asalta la división, nos sacuden nuevos interrogantes sobre la relación de la Iglesia con la sociedad e incluso consigo misma. En muchos sentidos, necesitamos esa doctrina ahora más que nunca. Al recuperar y ampliar ‘la ética coherente de la vida hacia una ética integral de la solidaridad’, la Iglesia puede hacer un regalo al Pueblo de Dios, a todas las personas que buscan el bien común. Si la Iglesia se toma en serio la llamada del papa Francisco a encarnar una Iglesia sinodal, entonces tenemos que inculcar una ética integral de la solidaridad en todos los ámbitos comunes de nuestra vida.
Ética coherente de la vida
La ética coherente de la vida surgió de la aguda percepción del cardenal Bernardin de que una serie de cuestiones morales, muchas surgidas de las nuevas tecnologías, “a lo largo del espectro de la vida desde el vientre hasta la tumba, crean la necesidad de una ética coherente de la vida”, como dijo en su discurso en Fordham. “Porque el espectro de la vida –prosiguió– comprende las cuestiones de la genética, el aborto, la pena capital, los conflictos actuales y el cuidado de los enfermos terminales”.
Bernardin fundamentó estas diversas cuestiones en un único principio de la fe católica: la pérdida de una sola vida humana es un acontecimiento trascendental. Desde este contexto, el aborto, la guerra nuclear, la pobreza, la eutanasia y la pena capital comparten una identidad común en su negación del derecho a la vida. Ese elemento común exige coherencia. Ya que, como dijo entonces el cardenal, “si uno defiende, como nosotros, que el derecho de todo feto a nacer debe ser protegido por la legislación civil y respaldado por el consenso civil, nuestras responsabilidades morales, políticas y económicas no terminan en el momento del nacimiento. Quienes defienden el derecho a la vida de los más débiles entre nosotros deben ser igualmente visibles en apoyar la calidad de vida de los más indefensos entre nosotros: los ancianos y los jóvenes, los hambrientos y los que no tienen hogar, los inmigrantes indocumentados y los trabajadores en paro”.
Amenazas interrelacionadas
A su vez, Bernardin subrayó el carácter distintivo de cada una de estas cuestiones. Todo intento de mezclarlas sin entender su respectiva importancia moral, recalcó, se aparta de la doctrina católica. En otras palabras, estaba diciendo que no todas las cuestiones relativas a la vida son iguales. Por el contrario, defendía enérgicamente su carácter distintivo y que cada una requería su propio sistema de análisis, enfatizando que todas las amenazas a la vida humana están interrelacionadas.
Como dijo el cardenal en una conferencia en la Universidad de Seattle en 1986: “Hay diferencias distintivas entre el aborto y la guerra, así como entre los elementos que diferencian radicalmente la guerra de las decisiones sobre el cuidado de un paciente terminal. Las diferencias entre estos casos están universalmente reconocidas. Una ética coherente busca destacar el hecho de que las diferencias no destruyen los elementos de un desafío moral común”. Así, el cardenal buscó emplear el carácter analógico del pensamiento católico para abordar un amplio abanico de cuestiones morales, cada una de distintiva urgencia, pero todas inseparablemente unidas por el valor fundamental de la vida humana.
Camino hacia la justicia
Bernardin sabía que la Iglesia reconoce la diferencia entre el lenguaje que se utiliza en una comunidad religiosa y en un entorno secular. Para ser escuchada por la sociedad en general, la Iglesia tendría que llevar sus argumentos morales a la esfera pública, utilizando el sentido común humano. Al desarrollar este compromiso con la santidad de la vida humana “desde el vientre materno hasta la tumba”, declaró, la Iglesia puede hacer que la sociedad avance con mayor firmeza en el camino hacia la justicia.
Este empeño no fue bien acogido por todos los sectores de la Iglesia. De hecho, Bernardin vio que su conferencia, que pretendía ser un punto de unidad, unió en cambio a los críticos contra él, incluidos los obispos. A algunos críticos les preocupaba que la ética coherente debilitara la doctrina católica contra el aborto y ensombreciese a los católicos que querían votar a candidatos pro-vida. Otros no tenían interés en integrar la oposición al aborto en la defensa de otras cuestiones de justicia social. Debemos recordar que el cardenal dio su conferencia en Fordham justo diez años después de que el caso ‘Roe contra Wade’ alterara el mapa político de Estados Unidos. Fue un período en el que los activistas de base encabezaron la oposición al aborto, en muchos sentidos, incitando a los obispos a dar una respuesta integral a ‘Roe’.
Enmienda contra el aborto
En 1974, los obispos pidieron una enmienda constitucional para prohibir el aborto. Cada vez estaba más claro que ‘Roe’ no iba a terminarse pronto. En 1976, Bernardin ya advertía de cómo ‘Roe’ estaba erosionando el respeto a la vida en general. Entendió que ‘Roe’ no solo suponía una amenaza única para la vida de los no nacidos, sino que estaba llevando a la nación por un camino de estratificación ideológica. Cuando el Partido Demócrata anunció su programa durante la campaña de Carter, incluía la oposición a una enmienda constitucional que prohibía el aborto. Los republicanos respondieron con un programa más favorable a los objetivos de los obispos, y articularon formas en las que creían que el partido podría promover las preferencias políticas católicas. El gran proceso de clasificación había comenzado.
Esta estratificación era algo que preocupaba a Bernardin desde hacía tiempo. En un discurso pronunciado en 1975 en una reunión de Serra International, dijo: “Estoy convencido de que si nuestra comunidad católica entendiera correctamente los problemas reales que entraña la promoción de la justicia social, habría menos polarización y un mayor deseo de trabajar conjuntamente por el bien de la familia humana, tanto en casa como en el extranjero”. (…)