Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.312
Nº 3.312

Iconografía mariana de Pasión en la Semana Santa española

La iconografía mariana más habitual de la Pasión es la de la madre con presencia o ausencia física de su hijo, agonizante, muerto, descendido de la cruz, en conducción al sepulcro. Un conjunto de meditaciones con una reunión de todos los sufrimientos que la Virgen experimentó durante la vida de su hijo. Cada uno de estos dolores, que se terminaron fijando en siete, se representaban a través de sendos cuchillos o espadas, a veces reducidas a una sola como resumen de todos ellos.



Un símbolo que se encontraba en las palabras del anciano Simeón, en el relato del evangelio de Lucas, de la presentación de Jesús en el Templo y de la purificación de María tras el parto. Fue entonces cuando aquel hombre de oración se dirigió a María con la afirmación que ha justificado la teología de los dolores de la Virgen: “Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2, 34-35).

Dolorosa al pie de la cruz

La Dolorosa, con una eminente dimensión solitaria, también podía aparecer al pie de la cruz –avalada por el relato evangélico de la Pasión–, con su hijo clavado y acompañada por el “discípulo amado”, Juan. El autor de este evangelio se muestra como testigo directo de lo acontecido y es el único que describe con contundencia la presencia de la Virgen junto a su hijo al pie de la cruz (Jn 19, 25).

A continuación, viene la encomienda que hace Cristo a su discípulo amado en la persona de su madre. Una presencia firme que inspiró el texto de la conocida secuencia medieval, utilizada después en la tardía festividad de Nuestra Señora de los Dolores del 15 de septiembre: ‘Stabat Mater Dolorosa, / iuxta crucem lacrimosa, / dum pendebant filius / cuius animam / gementem / contristantem et / dolentem / per transivit gladius’.

De nuevo, su autor o autores –quizás el papa Inocencio III o el franciscano Jacopone da Todi en el siglo XIII– retomaban la “espada de dolor” del anciano Simeón: “Su alma gimiente, contristada y doliente, atravesada por la espada”. Demostraba que, a pesar de su dolor, soportó con dignidad y presencia física las escenas terribles de la ejecución de su hijo.

La lanzada del centurión

Si seguimos la narración evangélica –aunque nunca se manifiesta de manera explícita–, la Virgen habría de contemplar la lanzada del centurión. El evangelista Juan –que nada menciona– introdujo una cláusula casi notarial, ante la fuerza de los acontecimientos: “El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” (Jn 19, 35).

Todo ello no impidió ese misterioso diálogo silente con el Padre Eterno, musitando palabras, abiertos los brazos como signo de expresión que también sabía contener; se sujetaba el pecho donde se encontraba ese corazón traspasado por la espada de dolor, que modela la propia disposición del cuerpo, retorcido, no armónico, con posiciones complicadas de conseguir, como ocurre con la creación de Juan de Juni que vamos a buscar a Valladolid, a la iglesia penitencial de las Angustias.

Otras veces, lo encontramos en un rostro, en una mirada, en unas manos, dentro de la disposición en la cultura procesional del sur de España, también muy extendida a otros escenarios geográficos.

Siete Dolores de la Virgen

La etapa esencial para la meditación de los Siete Dolores de la Virgen será a partir del siglo XIII. La devoción fue propagada por los servitas u Orden de los Siervos de la Virgen, fundada por un grupo de nobles florentinos. Se empezó también a popularizar el “hábito de la Dolorosa” y el rezo de la corona de los Siete Dolores.

Comenzaba además un tiempo de reformas en la búsqueda por alcanzar un ideal de vida que parecía haberse perdido anteriormente con formas de religiosidad más acomodadas. Eran días, los de los siglos XIV y XV, de contemplación de la humanidad de Cristo, asociada a la familia franciscana y con el auge que estos mendicantes habían adquirido en la centuria anterior.

Las conocidas revelaciones de santa Brígida tuvieron también un papel protagonista en su configuración. La propia madre de Jesús se lo había comunicado a la santa sueca según ella misma había confirmado: “Los dolores de Jesús eran mis dolores porque su corazón era mi corazón”.

Nuevas fiestas

El Sínodo de Colonia de 1423 añadió a las fiestas de la Virgen, la propia de “las Angustias y los Dolores de la Virgen”. Nuevas disposiciones se fueron traduciendo litúrgicamente en el tiempo con dos fiestas: el viernes de la primera semana de Pasión, conocido popularmente como “Viernes de Dolores”; mientras que la segunda se situaba en la Octava de la Natividad de la Virgen, es decir, el 15 de septiembre.

Los temas iconográficos se difundieron a través del grabado. Fueron vitales los contactos mercantiles, artísticos y políticos que se manifestaron entre Castilla y el norte de Europa. En la evolución de todo ello, desempeñó un papel esencial la expansión de la advocación de la Virgen de las Angustias vinculada con la reina Isabel la Católica –de Arévalo, Medina del Campo a Granada–; la realización de la obra de Juan de Juni como también, en otras coordenadas, las imágenes de candelero con el cambio de sus modas en la vestición.

¿Fueron concebidas originariamente estas imágenes con aditamentos? Luis Luna consideró que estos elementos superpuestos a las imágenes escultóricas ya se encontraban documentados en diferentes lugares de España desde el siglo XVI.

Devoción universal

Una popularidad devocional muy extendida, en los templos pero también en las casas, en los nombres, protecciones y abogacías ante las inseguridades vitales. Tampoco el siete, en un contexto bíblico simbólico, se trataba de una casualidad, pues disponía de una dimensión de universalidad y de plenitud, que suponía la conmemoración de todo el dolor manifestado por la Virgen María a lo largo de la plenitud de su vida terrenal: desde la infancia hasta más allá de la cruz de su hijo.

Quizás sea bueno recordar también los ‘Siete dolores y gozos’ de san José. Las meditaciones elaboradas por los escritores espirituales y ascetas se recrearon especialmente en estos episodios. Un camino ascendente hacia la tortura y la muerte en cruz, narrado con detalle a través de ejercicios piadosos como el vía crucis. (…)

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Índice del Pliego

EL DOLOR DE UNA MADRE EN MEDIO DE SU PUEBLO

COORDENADAS TEMPORALES PARA UNA DEVOCIÓN

MANIFESTACIONES PROCESIONALES DEL DOLOR DE LA VIRGEN

VESTIR COMO A UNA REINA

EL ICONO DE LA DOLOROSA EN LA ESPERANZA MACARENA

DOLOROSA DE LA SALVE, DOLOROSA CORONADA

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