Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.117
Nº 3.117

Iglesia, comunicación y periodismo

Cuando aparece en la escena mediática un personaje de la Iglesia católica que resulta interesante para los medios y se posiciona con una fuerza y una identidad propias, habitualmente se encienden las alarmas en el resto de la institución. Ese personaje puede ser un cura de barrio, algún laico que sobresale por algún motivo o el mismo Papa; en cualquier caso, se convierte en un elemento que genera alguna incomodidad. ¿Será porque con su actuación o sus palabras pone en evidencia cierta mediocridad que lo rodea? ¿Será que la Iglesia como institución, al igual que casi todas las instituciones, se siente atacada o puesta en tela de juicio cuando alguno de sus miembros se presenta con perfiles propios?

Desde el primer momento en el que Francisco apareció en el famoso balcón vaticano, su figura se convirtió en el centro de un enorme remolino mediático. También desde esos primeros instantes algunos comenzaron a ponerse en guardia y otros empezaron a manipular esa imagen. ¿Qué se escondía detrás de ese argentino sonriente y de zapatos maltrechos? ¿Cuáles era sus verdaderas intenciones? ¿Qué pretendía ese hombre que decía que quería “una Iglesia pobre y para los pobres”? ¿Hacia dónde se dirigía la nave de Pedro dos veces milenaria?

Rápidamente, Bergoglio fue comparado con otros líderes globales, pero más insistentemente comenzó a comparárselo con los demás obispos, con sus antecesores en la silla de Pedro, con cualquier cura o cualquier laico. Las simplificaciones mediáticas dejaban a todos los demás actores eclesiales en un evidente “fuera de juego”, por usar una metáfora futbolística. Para ser honestos, hay que decir que el mismo Papa construyó en buena medida su imagen, forzando esa comparación entre su manera de ser y la del resto de sus hermanos en el sacerdocio o en la fe. Seguramente, actuó sin ninguna otra intención que la de cumplir fielmente su ministerio, pero las comparaciones eran evidentes y, como afirma el dicho popular, las “comparaciones son odiosas”.

Desde muchos sectores se comenzó a decir que “ahora sí” la imagen de la Iglesia había cambiado, y se anunció una nueva época en la relación entre la vieja institución y un mundo a merced de una globalización sin rumbo. No hubo que esperar mucho para escuchar voces que señalaban que “ese Papa” era más escuchado y respetado fuera de la Iglesia que dentro de ella. Sin embargo, más que modificarse la imagen de la Iglesia, se modificó la imagen del papado; y, por comparación, la Iglesia quedó en desventaja. La deslumbrante imagen de la cabeza puso de manifiesto la medianía del resto del cuerpo. Cuando a eso hubo que sumarle los escándalos protagonizados por numerosos clérigos, se cerró el círculo: en un extremo, un Papa brillante; y en el otro, una institución opaca.

¿Acaso el papa Francisco, con su novedad y su frescura, terminó devorado por la implacable maquinaria mediática? ¿El resultado final de sus actitudes y sus palabras fue contraproducente para el mensaje de la Iglesia? La respuesta a estas preguntas es, a mi juicio, un “no” contundente y convencido. En primer lugar, porque Francisco aún no “terminó” y “el resultado final” todavía está por verse; y, en segundo lugar, porque las categorías mediáticas no sirven para medir estos fenómenos.

En cualquier caso, es legítimo hacerse esas preguntas. Es más, son preguntas urgentes para quienes no estamos “a la altura” del Papa que tenemos; son preguntas que no están destinadas a interpelar al Papa, sino que nos deben interpelar a quienes queremos seguir fielmente a Pedro por los difíciles caminos que está transitando. Son cuestionamientos especialmente graves y urgentes para quienes tenemos alguna responsabilidad en el vasto y complejo campo de la comunicación en la Iglesia.


Índice del Pliego

SIN INSTRUMENTOS

LA DIFICULTAD

EL UNIVERSO DE LA COMUNICACIÓN

IGLESIA Y PERIODISMO

PERIODISMO “CATÓLICO”

DEFINICIONES PASTORALES PENDIENTES

LOS LÍMITES DE LA COMUNICACIÓN OFICIAL

¿VERDADEROS O CREÍBLES?

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