Leyendo hace unos meses ‘Las bodas del cordero’, del filósofo francés Emmanuel Falque, me topé –en sus páginas 354-355 de la edición española– con las siguientes afirmaciones: “El futuro del cristianismo, si es que realmente hay un sentido en creer que Dios mismo le dé todas las formas de los medios de perdurar, no dependerá, pues, de un ‘mero fervor religioso’, de una ‘forma alegre de estar juntos’, de un ‘simpático codearse’ o de un ‘igualitarismo sin pasión’ que, a fin de cuentas, no serían más que ‘una nueva forma de tribalismo’. Procede, en realidad y únicamente, de ‘la calidad interior de los hombres, que le darán la vitalidad necesaria’”.
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Falque nos invita a centrar el comienzo de nuestra reflexión en torno a nuestra situación actual. La mayoría de los cristianos –yo lo referiría a los españoles– nos encontramos distribuidos en cuatro tribus, aunque algunos compartamos más de una. Acerquémonos a ellas.
Espiritualismo desencarnado
Los beatos del ‘mero fervor religioso’. Viven recluidos en un espiritualismo desencarnado. Su posicionamiento es de negación de lo humano en nombre de lo cristiano. Detrás de la atalaya, en la comodidad del “castillo interior”–no el de santa Teresa–, siempre a la defensiva.
Es curioso cómo asumen, sin la menor contradicción interior, el lenguaje y las actitudes de ese mundo que rechazan: el éxito, la posición social, etc. Preocupados siempre por la apariencia, el qué dirán y el quedar bien.
En la vida profesional, son inflexibles con sus compañeros o con los que tienen a su cargo, amén de los que son empresarios que priman lo económico frente a la persona. Si son médicos, psicólogos, psiquiatras, etc., hacen gala de ser los más absolutamente modernos: defensores a ultranza del cientificismo, explicando todo –hasta el amor– en claves químicas o neurales, con un lenguaje absolutamente materialista. Muchos de ellos hacen de la salud un absoluto moral, llegando a olvidar el rostro personal que hay detrás de cada enfermedad. (Sirvan estos ejemplos como botones de muestra).
Eso sí, los sacramentos y la oración son vividos y practicados como si fueran ese “bálsamo de Fierabrás” que nos protegen de la contaminación, confundiendo, así, lo religioso con lo mágico. Suelen agradar a aquellos de nuestros sacerdotes imbuidos por ese clericalismo que no logramos superar, porque siempre están adulándoles. Consiguen, a cambio, la tranquilidad de la conciencia, porque el pago de esa adulación es la justificación de su forma de vida. Si se cuestiona su desencarnado espiritualismo, intentarán nivelar todo a su forma de vida y no dudarán en recurrir al adulado clérigo clerical para que, con su autoridad, acalle al disidente. Ya Léon Bloy, en su ‘Exégesis de los lugares comunes’, los retrataba con precisión. (Lectura más que recomendable).
Refugiados en el grupo
Los apiñados en una ‘forma alegre de estar juntos’. Refugiados en su comunidad, que ha dejado de serlo para convertirse en una comuna. Ahí están aquellos que tienen miedo al mundo y buscan refugio, creando su propio gueto donde se sienten seguros, apiñados. Gueto dirigido, generalmente, por un clérigo –de nuevo clerical– en el que se delega la propia vida, vida que se diluye en el grupo que despropia. Todo gira en torno a él y a su líder. El grupo te provee de amistades, novio o novia, marido o mujer. Solo en él se vive y es quien decide todo en tu nombre: qué tienes que pensar, qué decir, qué hacer…
Así, la comunidad-comuna perpetúa la vida de la niñez psicológica –que no es la cristiana–, generando un paternalismo –el del líder– y un infantilismo –el de cada uno de los miembros- que no permite crecer, porque asemeja la vida cristiana a la de un teatro de títeres en el que cada marioneta es dirigida, entre bambalinas, por el que mueve los hilos en nombre de la voluntad de Dios. (Quizás sería conveniente releer “El gran inquisidor”, capítulo V del libro quinto de ‘Los hermanos Karamazov’, de Dostoievski).
Frente a esta realidad, me surgen dos preguntas: ¿dónde queda la libertad de los hijos de Dios que nos constituye levadura en la masa? ¿Dónde la fuerza de las Bienaventuranzas?
Hedonistas de la fe
Los sentimentales del ‘simpático codearse’. La más amplia tribu es la de los reunidos en torno a un fideísmo sentimentalista. Buscando la seguridad de la fe en una profusión continua de sentimientos. Son, somos, los hedonistas de la fe. Hijos de nuestro mundo; refugiados en esos cantos y celebraciones que anteponen los sentimientos personales a Cristo o en aquella obsesión por los testimonios que priman, de nuevo, la experiencia sentimental al Señor de los sentimientos.
Consumidores de la fe. De grupo eclesial en grupo eclesial y de experiencia nueva en experiencia nueva, porque necesitan probar de todo, simplemente por ser nuevo. Siempre cambiando y nunca estables. Vida a flor de piel, como la de todo hedonista. Adolescentes de la fe que, con su “buenismo”, se diluyen en la masa y son fermentados por ella.
Ni hablarles de la razón, a la que confunden siempre con el exasperante racionalismo. La desprecian porque lo único que hace al cristiano es la “experiencia” que siente, y no “vanos discursos teóricos”.
Ética sin pasión
Los activistas del ‘igualitarismo sin pasión’. Algunos quedan de aquellos que reducen el cristianismo a ética social, acentuando la entrega al prójimo como dimensión propia del cristiano. Su entrega es admirable. Mujeres y hombres de actividad incansable, que luchan por hacer justicia al pobre, al huérfano y a la viuda. Que empeñan su vida en la liberación de los oprimidos al modo de Jesús de Nazaret.
El problema: tienden a reducir el cristianismo a una mera ética, llegando a ese “igualitarismo sin pasión” que pierde de vista el auténtico rostro del otro.
Las tribus y sus actitudes nunca son buenas. Es cierto que, en todas ellas, hay mucho salvable y que, generalmente, las personas que se identifican con una u otra son excelentes, y no soy quién para juzgarlas. El problema no reside en las personas, sino en lo que representa cada una de las tribus: la conversión del cristianismo en una ideología.
Nos encontramos en una situación eclesial muy preocupante, que debería alarmarnos a todos, desde los obispos hasta el último de los cristianos. Si gran parte de nosotros hemos convertido nuestra fe en ideológica, nos hemos desalado. Y si la sal se vuelve sosa…
Abandonemos las tribus y encontrémonos –o reencontrémonos– con Cristo: el real, no el ideológico. (…)
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Índice del Pliego
DE TRIBUS CRISTIANAS
- Los beatos del ‘mero fervor religioso’
- Los apiñados en una ‘forma alegre de estar juntos’
- Los sentimentales del ‘simpático codearse’
- Los activistas del ‘igualitarismo sin pasión’
MÁS ALLÁ DE LAS TRIBUS
HOMBRES DE CALIDAD INTERIOR
CULTURA Y AGRICULTURA
¿INTELECTUAL CRISTIANO O CRISTIANO INTELECTUAL?
- Misión profética
- Misión sacerdotal
- Misión real
EL DÓNDE DEL CRISTIANO INTELECTUAL
a. Cristianos intelectuales e Iglesia
- Parroquias y movimientos
- Colegios
b. Cristianos intelectuales y mundo
¡BRAVO! ¡BRAVÍSIMO!