Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.210
Nº 3.210

Juan del Río: miradas a un pastor que se va

En numerosas ocasiones el arzobispo castrense visitó el Hospital Central de la Defensa ‘Gómez Ulla’ motivado por su afán pastoral. Fueron tantas que yo le decía que, aunque un servidor fuera el jefe del Servicio Religioso, él era el primer capellán del hospital. (…)



El jueves, 28 de enero, haciendo la memoria de santo Tomás de Aquino, mientras rezaba laudes con don Juan, el médico responsable de la unidad, con amabilidad pero con decisión, me informó de que el arzobispo no acabaría la mañana con vida. Efectivamente, fue lo que sucedió. No había transcurrido una semana de su ingreso en el hospital. La lectura que interrumpió el galeno, del capítulo 40 del profeta Isaías comenzaba así: “Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede”. (…)

La cercanía que demostraba don Juan no era algo artificial que naciera de tener habilidades para relacionarse con gente de todo tipo. Se debía a un profundo recuerdo de sus orígenes. Siempre tenía una frase en su cabeza: “Cuando tengo que asistir a un acto en El Escorial, delante de las más altas personalidades, siempre me repito: ‘Juan, acuérdate que eres hijo de un obrero’”. En estas palabras existía un sentimiento de profunda sencillez y humildad. Humildad que demostraba en el día a día, no haciendo acepción de personas, tratando de soldados a generales con el mayor respeto de quien encuentra en el otro el rostro de Cristo encarnado. (…)

Mostró toda su fuerza de convicción para dotar a la familia militar del apoyo espiritual, muy especialmente en las misiones en el exterior, donde su apoyo es especialmente necesario. Todo un ejemplo para los capellanes castrenses, que vieron en él a alguien con criterio y valentía.

Ahora, despojado ya de toda atadura (no muchas tuvo aquí, excepto su fe y su vocación de servicio), será plenamente consciente de que acertó al ministerio que le hizo feliz, y nos hizo felices a los que sirvió. (…)

Todo nacía en él de su fe firme en el Señor de la Vida y de la Historia. ¡Cuántas veces, a la hora de describirlo con una palabra, he dicho que Juan era sobre todo un creyente! Él era un ejemplo de aquello que enseñaba san Ambrosio: “¿Eres un santo? Ora por nosotros. ¿Eres sabio? Enséñanos. ¿Eres hombre de equilibrio y de gobierno? ¡Sé nuestro obispo!”. ¡Qué alegría, en medio del dolor, ver que la partida de un obispo es sentida de una manera tan impresionante por todo el Pueblo de Dios! (…)

Tenía una personalidad asombrosa, que conjugaba la solemnidad de lo institucional con una naturalidad que rompía toda distancia. Por eso tenía autoridad, tanto por lo que decía por cómo lo decía según el contexto. Y, sobre todo, porque tenía la capacidad de abrir caminos nuevos por donde nadie se atrevía y de encauzar caminos cuando algo parecía perdido. (…)

Cuántas veces le he oído decir que la Iglesia no podía levantar muros, que su misión era construir puentes. Lo ha hecho –y de qué manera– en el ministerio castrense y como capellán de la Casa Real. Juan ha puesto los cimientos de una relación que no podemos permitirnos el lujo de perder. Ahora le toca recibir el premio de los buenos pastores, y que su buen ejemplo nos sirva a nosotros para seguir creando puentes. (…)

Amó y sirvió a la Iglesia, allí donde se le enviaba, en la porción del Pueblo de Dios que se le confiaba, sin preguntarse si era lo que más coincidía con sus deseos pastorales de ese momento y sus características personales. Como buen pastor, se identificó plenamente con la idiosincrasia de los miembros de las Iglesias a la que sirvió, tan diferentes entre sí: los hombres y mujeres de los pueblos sencillos de Jerez y los miembros de las Fuerzas Armadas de España. (…)

Don Juan era un magnífico comunicador eclesial. Ambas realidades no eran en él adversas ni superpuestas artificiosamente o descompensadas, como por desgracia sigue ocurriendo en muchos ambientes, sino armoniosamente enlazadas, ya que su formación eclesiológica avilista, de la que era un reconocido experto, le había capacitado para comprender y amar la misión evangelizadora de la Iglesia y su necesaria inculturación, que en nuestro tiempo pasa necesariamente por la cultura de la sociedad de la información. (…)

Hombre cercano, lleno de humanidad y capaz de hilar fino cuando la tensión lo requería. Uno de –si me permiten la referencia cinéfila– “algunos hombres buenos” de la Conferencia Episcopal que sigue echando un cable y moviendo sus hilos directos. Ahora desde el Cielo, butaca privilegiada. (…)

Juan era capaz de hacer que un joven no tuviera miedo de enfrentarse a sí mismo, ni a sus dudas. Jóvenes a los que iluminaba con una fe sencilla y fuerte. La luz del Evangelio brillaba con luz propia, de su mano, en el templo de la razón. Se va un pastor. Para nosotros, se nos va Juan, el director espiritual de los Estudiantes. (…)

Sin duda alguna tenía el don del consejo. Desde su sólida formación y clara comprensión de la realidad, sabía escuchar, sin condenar y sí corregir, dejando espacio y libertad para asumir los propios actos y sus consecuencias. Iluminaba sin imponer recetas. Jamás me reprochó el no haber seguido alguna de sus indicaciones. Y siempre estaba dispuesto a volver a tratar de ayudarme ante la nueva situación creada. (…)

El encuentro vital con el Santo Maestro modeló profundamente la vida sacerdotal de Juan del Río. (…) Ha sido un insigne avilista, y siempre se consideró discípulo suyo, y con su tesis reivindicó proféticamente la perenne validez de la doctrina del Apóstol de Andalucía. (…)

Juan del Río ha vivido y trabajado, hablado y escrito para el cristiano y el hombre concreto de su diócesis. No era obispo de la monarquía o de los ejércitos, sino de la Familia Real y de todos aquellos que trabajaban en el Ejército, la Guardia Civil y los cuerpos de seguridad y sus familias. Fue el discípulo de su Señor y el padre y amigo de quienes la Iglesia le confió. (…)

Te tengo que dejar, Juan. Y no puedo hacerlo sin agradecerte tu fraterna amistad y tu ejemplar modelo de vida sacerdotal y episcopal, sin alharacas, sin perder el sentido del humor, sin dejar que te dominara nunca la ambición, sin distraerte de tu sentido de la evangelización cercana y humana. ¡No nos olvides y echa de vez en cuando una ojeada compasiva sobre quienes fuimos tus amigos, y te estaremos siempre agradecidos! (…)


Índice del Pliego

EL PRIMER CAPELLÁN, por Julián Esteban Serrano (Delegado castrense de Pastoral Sanitaria)

HIJO DE OBRERO, por Páter Mario Ramírez (Capellán castrense)

SERVIDOR, por Pedro Morenés (Ministro de Defensa, 2011-2016)

UN CREYENTE, por Andrés Carrascosa (Nuncio apostólico en Ecuador)

HACEDOR DE SUEÑOS, por Manuel Bretón (Presidente de Cáritas Española)

CONSTRUCTOR DE PUENTES, por Ginés García Beltrán (Obispo de Getafe)

HOMBRE DE IGLESIA, por Elías Royón, SJ (Vicario para la Vida Consagrada de Madrid)

COMUNICADOR, por José María Gil Tamayo (Obispo de Ávila)

SAMARITANO DEL RÍO, por Antonio Montero (Sacerdote y director de ‘Pueblo de Dios’)

APÓSTOL DE DIÁLOGO, por José Ignacio del Rey Tirado (Abogado)

CONSEJERO, por Francisco Román (Párroco de la Real Parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla)

DISCÍPULO SANJUANISTA, por Francisco Juan Martínez Rojas (Vicario general de la Diócesis de Jaén)

PADRE, por Juan María Laboa (Historiador de la Iglesia)

AMIGO, por Antonio Pelayo (Corresponsal de ‘Vida Nueva’ en el Vaticano)