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Nº 3.135

La Eucaristía, sacramento del amor, medicina para el camino

En las páginas de este Pliego, pretendemos poner de relieve, de manera especial, la dimensión social de la Eucaristía, pues –como dice Benedicto XVI en su encíclica ‘Deus caritas est’– “la ‘mística’ del Sacramento tiene un carácter social, [ya que] la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega” (DCE 14).

Quiero comenzar esta reflexión con una afirmación que considero básica para la vida cristiana y para la acción caritativa y social. Lo que salva no son las cosas que podemos dar, llámense comida, ropa o dinero para pagar una hipoteca. Es cierto que, en situaciones extremas, un vaso de agua o un caramelo pueden salvar una vida. Pero lo habitual es que no nos sentimos salvados cuando se nos dan cosas. Menos todavía si se nos tiran sin mirarnos a la cara.

Lo decía muy claramente también Benedicto XVI en su encíclica ‘Spe salvi’: “El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia” (SS, 26). Nos sentimos salvados cuando nos sentimos acogidos, escuchados, comprendidos, cuando nos sentimos amados.

Lo que salva es el amor. Y la máxima expresión del amor, del amor absoluto, incondicionado, compasivo, misericordioso que necesitamos los seres humanos y que Dios nos ofrece, se ha manifestado en Jesús: se ha manifestado en su encarnación, despojándose de su rango, humillándose –como dirá Pablo– y asumiendo nuestra debilidad, nuestra fragilidad y pobreza; y se ha manifestado en su vida entregada por amor hasta darlo todo, hasta darse a sí mismo, hasta hacerse cuerpo entregado y sangre derramada en el misterio de la cruz sacramentalmente anticipado y actualizado en cada celebración eucarística.

La Eucaristía es el sacramento de la entrega. De la entrega de Jesús y de la nuestra. La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. Cuando participamos en la Eucaristía, no recibimos de modo pasivo el cuerpo entregado de Jesús, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega (cf. DCE 13).

De ahí que la Eucaristía es para nosotros el gran sacramento del amor de Dios, el gran sacramento de la Caridad y la fuente de ese amor de Dios que nosotros queremos encarnar y significar en la acción caritativa y social en favor de los pobres y excluidos, en favor de los últimos y no atendidos.

Por eso decimos que la mística de nuestro compromiso caritativo y social es eucarística. Nace de la Eucaristía, sacramento en el que Jesús sigue amándonos hasta el extremo, hasta el don de su cuerpo y de su sangre, y sigue configurándonos con él, vida entregada para la vida del mundo, de modo que quien come el Cuerpo de Cristo acepta de antemano ser un don para el mundo; y la comunión con Cristo, en el acto de ofrecerse para la salvación del mundo, es comunión con la humanidad, pues nos hace en Cristo un solo cuerpo (cf. 1 Cor 10, 16-17).

En consecuencia, el sacramento de la Eucaristía no se puede separar del sacramento de la caridad. No se puede recibir el cuerpo de Cristo, si se recibe bien, y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, de los enfermos, de los que sufren el drama del paro, de los refugiados que llaman a la puerta, de los que están excluidos de la mesa del bienestar.

“Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma” (DCE 14), nos recuerda el propio Benedicto XVI. Y Pablo lo expresa de manera más radical y nos dice que es “escandalosa”. De ahí su advertencia severa a los Corintios: “Ha llegado a mis oídos que cuando os reunís en asamblea hay entre vosotros divisiones. El caso es que cuando os reunís ya no es para celebrar la cena del Señor, pues cada uno empieza comiendo su propia cena, y así resulta que mientras uno pasa hambre, otro se emborracha… ¿Qué voy a deciros? ¿Esperáis que os felicite? ¡Pues no es como para felicitaros! (cf 1 Cor 11, 18-22).

En ese contexto, Pablo les recuerda la tradición que ha recibido, según la cual es incompatible el significado de la Cena del Señor con la forma en que ellos la celebran. ¿Por qué esa incompatibilidad? Porque lo que celebran es la entrega de Jesús a la muerte en favor de los hombres, y su sangre derramada para establecer la nueva alianza de Dios con su pueblo. Romper esta alianza, esta unidad, discriminando a los pobres, y hacerlo, además, en el momento mismo en que se proclama la muerte de Jesús y su efecto salvador, significa negar en la práctica lo que se recuerda, de modo que “eso no es comer la Cena del Señor”.

Por eso decimos que la Eucaristía es la fuente de la caridad, como lo es de toda la vida y de todo compromiso cristiano. En expresión del Concilio Vaticano II, la Eucaristía “debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda de unos para con otros, que a la acción misional y a las variadas formas de testimonio cristiano” (PO 6). (…)

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Índice del Pliego

I. LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DEL AMOR, FUENTE DE NUESTRO COMPROMISO CARITATIVO Y SOCIAL

  1. La mística de la caridad es eucarística
  2. No se pueden separar Eucaristía y caridad

II. LA EUCARISTÍA, CENTRO Y META DE NUESTRO COMPROMISO SOCIAL

III. LA EUCARISTÍA, ALIENTO EN NUESTRO TRABAJO POR LA JUSTICIA

  1. La justicia, primera exigencia de la caridad
  2. El compromiso en favor de la justicia, criterio de verificación de la celebración eucarística

IV. LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE LA COMPASIÓN DE DIOS

V. LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE AMOR CÓSMICO Y AMBIENTAL

VI. LA EUCARISTÍA, ALIMENTO Y MEDICINA PARA EL CAMINO

  • La Eucaristía es Pan
  • La Eucaristía es medicina

VIII. CONCLUSIÓN

  1. Hagamos de nuestra vida una vida eucarística
  2. Una experiencia
  3. Dos frases, como síntesis final
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