Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.364
Nº 3.364

La inculturación de la fe, un acto misionero y sinodal

La inculturación de la fe se ha ido imponiendo cada vez con más fuerza como una necesidad y un desafío. Ha pasado a un primer plano de las preocupaciones eclesiales –tanto a nivel teológico como pastoral–, sobre todo cuando las iglesias de antigua cristiandad, radicadas en sociedades tradicionalmente cristianas, tomaban nota de un fenómeno de enorme transcendencia: la secularización o la descristianización provocan un proceso de ex-culturación que desemboca en “el fin de un mundo” (Danièle Hervieu-Léger), del período de cristiandad. Ser cristiano no es algo obvio, algo que se dé por descontado, por lo que el cristiano debe situarse en una cultura nueva, distinta, lo cual exige un esfuerzo de inculturación.



El tema de la inculturación ha experimentado un desplazamiento que debe ser mencionado para tomar conciencia de la necesidad y del desafío. El término inculturación hizo su aparición en el campo de la misionología a mediados del siglo XX, y se fue imponiendo sobre otros términos como adaptación o indigenización… En ese contexto la atención se dirigía a países donde se realizaba la actividad misionera de la Iglesia (las misiones), en países lejanos, en culturas no occidentales, en sociedades no cristianas.

Desde ese presupuesto, se pretendía insertar un cristianismo (presuntamente) sólido y estructurado en otros contextos culturales. Ya en tiempos pasados había habido tomas de postura sabias y equilibradas, como la Instrucción de 1659 de Propaganda Fide, que recomendaba a los misioneros liberarse del ropaje occidental y europeo para que se transmitiera la peculiaridad del Evangelio y no una cultura extranjera. Esa recomendación, sin embargo, quedó frecuentemente relegada, según muestran conflictos y debates sobre “los ritos chinos”, en los que se mezclaron condicionamientos teológicos, intereses políticos y controversias intraeclesiásticas.

Nuevo horizonte conciliar

El Concilio Vaticano II desplegó un nuevo horizonte. En el decreto ‘Ad gentes’ subrayó la necesidad de que las iglesias jóvenes estuvieran realmente insertas en su contexto social y cultural. De modo más general, la constitución pastoral ‘Gaudium et spes’ destacó la importancia de la cultura, reflejando la intención de reencontrarse –en actitud de diálogo– con la nueva cultura surgida en la modernidad.

El término inculturación como tal entró en el lenguaje oficial o magisterial en la exhortación apostólica postsinodal ‘Catechesi tradendae’ (1979), de Juan Pablo II. En la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, que respiraban otra cultura, se constataba una enorme dificultad, que afectaba de modo directo a las iglesias occidentales. El problema no se podía limitar prioritariamente a los terrenos de misión. Era cuestión del conjunto de la Iglesia, más aún, del futuro del cristianismo. Pasaba a formar parte del núcleo de la tarea evangelizadora de la Iglesia.

Desde ‘Evangelii nuntiandi’

Ya Pablo VI, en la exhortación apostólica postsinodal ‘Evangelii nuntiandi’ (1975), había advertido –y se convertirá en una de las frases más repetidas del documento– que el gran drama de nuestro tiempo era la ruptura entre el Evangelio y la cultura, por lo que urge “una generosa evangelización de la cultura o, más exactamente, de las culturas” (n. 20). Esa será la motivación profunda que llevó a Juan Pablo II a promover el proyecto de la nueva evangelización y a los nuevos planteamientos de la encíclica ‘Redemptoris missio’ (1990).

Este desplazamiento, en un escenario nuevo, obliga a replantear el sentido de la evangelización: es un proceso complejo y gradual, en el que la inculturación de la fe y de la vida cristiana constituye un aspecto o una dimensión central e ineludible. Este proceso se realizará en contextos diversos. Hay países y regiones donde el cristianismo se va abriendo camino o se va implantando, lo cual exige discernir cómo y hasta dónde debe llegar en su intento de inculturación, pues pueden caer víctimas del sueño de cristiandad, típico del mundo occidental, en el que religión y sociedad parecían identificarse.

En los países de vieja cristiandad, sin embargo, la sociedad se va desprendiendo de la infraestructura tradicional cristiana, lo cual cuestiona el sentido de las “raíces” cristianas o de una “cultura” cristiana. Ante la quiebra de la conexión con las generaciones jóvenes, ante la crisis de la modernidad, ante la emergencia del continente digital, ante la configuración de una sensibilidad poscristiana, ante la revolución antropológica, es decir, en el cambio de época, debemos constatar –como advertía Juan Pablo II en ‘Redemptoris missio’– que los viejos conceptos y las prácticas habituales resultaban obsoletas e inservibles.

Desafío y necesidad

La inculturación de la fe, por tanto, se impone como desafío y necesidad, como tarea que implica al conjunto de la Iglesia y de los cristianos. Para afrontarla y asumirla con lucidez y para recoger la interpelación de la realidad, debemos tener en cuenta lo siguiente:

a. La inculturación no es una tarea inédita de nuestro presente, sino que la han llevado a cabo los cristianos desde el principio, lo cual obliga a ver la inculturación de la fe como acto evangelizador, intrínsecamente misionero.

b. La fe cristiana está inculturada desde su origen, porque no existe un evangelio puro y atemporal que en un momento posterior tuviera que ser trasplantado a otra cultura.

c. Para comprenderlo adecuadamente, es iluminador buscar analogías del período anterior a esas dos situaciones que hemos mencionado, es decir, a la época histórica en la que los cristianos no eran la fuerza dominante de la sociedad, cuando no había nacido la cristiandad: vivían su fe en una cultura concreta y, desde esa situación, iban generando una cultura inspirada por la fe, por la novedad cristiana.

d. Entonces, como ahora, surgieron tensiones, controversias, confrontaciones (incluso, desgarros y condenas), afrontadas siempre con métodos o procesos sinodales –lentos y difíciles, pero profundamente eclesiales–, pues eran cuestiones que afectaban a las otras iglesias. (…)

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Índice del Pliego

UN DESPLAZAMIENTO QUE NOS ORIENTA AL FONDO DE LA CUESTIÓN

EN EL HORIZONTE DE ‘EVANGELII GAUDIUM’

LA FE COMO PROCESO DE INCULTURACIÓN Y DE EVANGELIZACIÓN

ENTRE INCERTIDUMBRES Y CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO

EN LA CARNE Y EN LA SAVIA DE LA PROPIA CULTURA

LA REFERENCIA AL PROTAGONISTA DEL EVANGELIO

EN LA COMUNIÓN DE LAS IGLESIAS

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