Vivimos tiempos nuevos respecto a las opciones permanentes, las decisiones de por vida, tanto en el discernimiento vocacional como en el proyecto de constituir una familia cristiana. A la luz de las Sagradas Escrituras, nos preguntamos si Dios, para darse a conocer y llamar hacia sí, irrumpe en la conciencia de una persona o se deja sentir a una edad y forma determinada.
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En la Biblia se dan muchos datos acerca de cuándo los patriarcas, los profetas y los elegidos en general toman conciencia de su elección divina. Cabe preguntarse si Jesús, según los evangelios, muestra alguna predilección por una edad o unos momentos concretos para llamar al discipulado, lo que hoy sería una vocación a la consagración de la vida.
Desde estas cuestiones, en un proceso de discernimiento y deseo sincero de tomar conciencia del don recibido como identidad personal, es posible objetivar el sentimiento, más o menos explícito, de retorno a la fe, a la práctica religiosa, incluso a optar por el ministerio ordenado, por la vida consagrada, por el matrimonio cristiano o por un laicado comprometido, que se percibe obstinadamente en el interior.
Maduración tardía
En las actuales circunstancias, los sociólogos señalan el aplazamiento de las opciones estables y permanentes que se da entre los jóvenes. Los psicólogos advierten del retraso en los procesos de maduración personal y en la emancipación de cada uno.
El cardenal Omella alude a la economía como causa de ese retraso en la emancipación de los jóvenes: “Podemos sumar, por un lado, la situación de los jóvenes que están perdiendo su entusiasmo ante los elevados índices de desempleo juvenil, la inestabilidad provocada por la falta de un contrato fijo y unos sueldos muy bajos que les impiden el acceso a una vivienda, con unos precios desorbitados… Todo ello les imposibilita su emancipación, así como asumir con normalidad compromisos de largo alcance y mirar al futuro con esperanza” (‘Discurso de inauguración de la Asamblea Plenaria de la CEE’, 15 de noviembre de 2021). Hoy se tiene por joven una persona menor de 40 años.
En general, lo normal para tomar una opción de vida determinada, que configure la propia historia, se sitúa en la franja entre los 18 y los 30 años. Algunas congregaciones no admiten posibles candidatos si se rebasa este tiempo, porque sus superiores entienden –de manera fundada– que como sucede en un árbol torcido –que no resiste el rodrigón que lo enderece–, así la persona que ha recorrido bastantes años de vida sin disciplina, si se somete a una regla, puede quebrar el ánimo de la persona muy adulta, por haber adquirido ya tendencias muy arraigadas difíciles de abandonar.
San Ignacio advierte el límite en una opción de vida, y es que no se corrompa el sujeto: “Solo que no se corrompa el ‘subiecto’, ni se siga enfermedad notable, ni tampoco se quite del sueño conveniente” (EE 84).
Procesos más largos
Ante la fenomenología actual de la inestabilidad emocional, y el aumento de la quiebra de compromisos permanentes, la propia legislación canónica ha impuesto procesos mucho más largos para acceder de forma definitiva a la vida religiosa. En el caso de una posible opción monástica, se recomienda un tiempo de aspirantado más o menos largo y dos años de noviciado. La profesión temporal “se emite por tres años y se renueva anualmente hasta la conclusión de los cinco años, completando un mínimo de nueve años de formación inicial, procurando que no se superen los doce años de formación inicial”, y por fin se da paso a la profesión solemne.
En el caso de formar una familia, se constata, por un lado, la opción de vivir en pareja con cierta rapidez, y, por otro, el retraso en tomar una opción matrimonial definitiva. La convivencia de hecho en pareja queda abierta en muchos casos a una posible decisión de separación. La ruptura familiar en España alcanza un porcentaje muy alto: de cada diez matrimonios, siete acaban en ruptura.
Varias preguntas
Ante estas observaciones, ¿habrá que dudar de quienes deciden optar por una forma de vida cristiana a una edad temprana? Y si se da el caso de procesos de retornos a la fe, a una edad más adulta, por ejemplo de conversos que emprenden un cambio de vida, y hasta se acercan a los seminarios y noviciados, aunque con biografías muy heridas, si se tiene en cuenta lo difícil que es cambiar los hábitos y costumbres, ¿quedará estigmatizada también la edad adulta? Entonces, ¿cuándo llama el Señor en las actuales circunstancias? ¿Será la presente una generación perdida?
Cuando Dios llama, deja sentir que es Él y no una proyección del deseo. Para tener seguridad es importante observar algunas señales: que el proyecto al que se aspira no sea necesidad de la naturaleza, por buscar algo apetecible. Que hayan acontecido señales providentes, sin manipulación. Que concuerde el deseo con la Palabra de Dios. Que la posible opción de vida alegre el corazón. Que sea una aspiración a algo bueno y más perfecto, y no por empeño, sino como atracción íntima. Que el anhelo lo confirme la Iglesia…
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Índice del Pliego
INTRODUCCIÓN
CONDICIONANTES
¿A QUÉ EDAD LLAMA EL SEÑOR?
EN EL SENO MATERNO
- Sagrada Escritura
- Santoral
- Testimonio
DE NIÑO
- Sagrada Escritura
- Santoral
- Testimonio
DE MUCHACHO
- Sagrada Escritura
- Santoral
- Testimonio
DE JOVEN
- Sagrada Escritura
- Santoral
- Testimonio
DE ADULTOS
- Sagrada Escritura
- Santoral
- Testimonio
DE ANCIANOS
- Sagrada Escritura
- Santoral
- Testimonio
LA ULTERIOR LLAMADA
- Sagrada Escritura
- Santoral
- Testimonio
¿DÓNDE SE SIENTE LA LLAMADA?
ACTITUD ADECUADA
CONCLUSIÓN