Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.370
Nº 3.370

La sinodalidad, desafío a la Vida Consagrada

Cuando en 2018 terminaba la XV Asamblea Sinodal sobre ‘Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional’, el primer puesto de las respuestas sobre el tema de la próxima Asamblea lo ocupaba la “Iglesia sinodal”. El Papa lo acogió y lo propuso como objeto de la siguiente: ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión’.



En ese mismo año Francisco publicaba la constitución apostólica ‘Episcopalis communio’ (15 de septiembre de 2018), que dispone una renovación de la doctrina, el derecho y la praxis del Sínodo de los Obispos. En ella figura que la Asamblea del Sínodo se sitúa dentro de un proceso sinodal que se desarrolla “según fases sucesivas: la fase preparatoria, la fase celebrativa y la fase de implementación” (EC 4).

En esta nueva configuración “el Sínodo de los Obispos –había dicho Francisco en la conmemoración del 50º aniversario de su institución– es el punto de convergencia de este dinamismo de escucha llevado a todos los ámbitos de la Iglesia”. Elección coherente con la dimensión constitutiva sinodal de la Iglesia, en la que se vive de “una escucha reciproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad (Jn 14, 17), para conocer lo que él dice a las Iglesias (Ap 2, 7)”.

Ser, vivir y actuar

Así, el objeto sobre el que versa el Sínodo que estamos celebrando es la misma Iglesia, un modo de ser Iglesia, un estilo de vivir y actuar, “nuevo en su intuición, pero antiquísimo en su inspiración”: la ‘sinodalidad’, dimensión constitutiva de la Iglesia, como lo son la comunión o la misión. “Sínodo es nombre de Iglesia”, dirá san Juan Crisóstomo.

Participantes en el Sínodo de la Sinodalidad en el Aula Pablo VI

En efecto, “nuestro caminar juntos” es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero (cfr. ‘Documento preparatorio’, n. 1). La sinodalidad, pues, como objetivo del Sínodo, “designa el estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia” (CTI 70) como Pueblo de Dios, recuerda la Comisión Teológica Internacional; es su ‘modus vivendi et operandi’, más allá de una forma de vivir la colegialidad episcopal.

Caminar juntos

El “caminar juntos” es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio, como afirma el papa Francisco. Sí, el caminar juntos por el camino, que es Cristo. “El camino es la imagen que ilumina la inteligencia del misterio de Cristo como el Camino que conduce al Padre” (CTI 49).

El Papa lo ha repetido en diversas ocasiones: “El Sínodo trata sobre la sinodalidad y no de un tema u otro”. Su objetivo pues, no es responder a temas concretos, sino avanzar en este modo de ser Iglesia.

En la estela del Concilio

El Sínodo se sitúa en la estela conciliar: una de sus herencias más valiosas y un fruto maduro del Concilio en el desarrollo de la eclesiología de la constitución dogmática ‘Lumen Gentium’. En efecto, la comprensión renovada de la sinodalidad se sustenta sobre los principios esenciales formulados por dicho texto conciliar en la perspectiva de la eclesiología de comunión (cfr. CTI 54-57).

La secuencia de los tres primeros capítulos de ‘Lumen Gentium’ sobre la Iglesia, que antepone al capítulo de la jerarquía, el segundo capítulo sobre el Pueblo de Dios, viene a expresar con claridad la visión de una Iglesia comunión y sinodal. En este sentido, constituye un verdadero acto de una ulterior recepción del Concilio, que prolonga su inspiración y vuelve a lanzar al mundo de hoy su fuerza profética (IS, Introducción).

Un ‘kairós’ del Espíritu

El proceso sinodal nos sitúa a todos en un ‘kairós’ del Espíritu y nos anima a hacer posible esta Iglesia sinodal. Estamos ante un tiempo de Dios, lleno de belleza y creatividad, que no puede dejar de entusiasmarnos si quitamos miedos, barreras, cansancios, rutinas… Pues no se trata de un acontecimiento, sino de participar en un proceso en el Espíritu, que no solo continuará en la segunda sesión del próximo octubre, sino que pretende renovar la Iglesia, haciéndola cada vez más, toda ella, sinodal; impulsar el proceso sinodal y encarnarlo en la vida de la Iglesia, en el quehacer ordinario de las comunidades cristianas.

En definitiva, es una experiencia, por eso no se trata de hablar de sinodalidad, sino de vivirla, de que “empape” toda la Iglesia y todo lo que es Iglesia; un proceso que tiene que bajar a todos los niveles de la comunidad eclesial y que supone creer en ella, conversión, espiritualidad, tiempo, paciencia, constancia; aunque se trata de un proceso a largo plazo, hay que ponerse a caminar, a dar pasos concretos desde la apertura al discernimiento, escuchando la voz del Espíritu en el Pueblo de Dios.

Meta: la misión

Los pasos serán más largos, o más cortos, más rápidos o más lentos, lo importante es “caminar juntos” con un único objetivo: anunciar en este mundo a Jesucristo y su Evangelio. Porque no olvidemos que la meta última del proceso sinodal es la misión.

El ‘Informe de Síntesis’ (IS) recoge una de las características de la celebración de la primera sesión del Sínodo en octubre pasado: la alegría. Lo refleja en varios puntos. Pero la mayor alegría compartida a la que conduce todo el proceso sinodal es experimentar, como Pueblo de Dios, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (IS 8b 18b).

Comunión y participación

Caminar juntos, en comunión y participación desde la diversidad de carismas, vocaciones y ministerios, es importante no solo para la Iglesia sino para el mundo, para una sociedad y un mundo tan dividido y amenazado por los individualismos que repliegan sobre sí mismas a las sociedades, por la globalización que uniformiza y homogeniza, eliminando las diferencias, y por los populismos que particularizan, dividen y polarizan.

Más que nunca, el mundo necesita hoy de este gesto profético de la Iglesia. La práctica sinodal es una oportunidad del Espíritu para ofrecer una respuesta profética de la Iglesia a estas situaciones globales. La Iglesia no está indemne de estas tendencias y estos conflictos; sin embargo, siendo sinodal, puede ofrecer la profecía de que es posible caminar juntos, que es posible construir convivencia y dialogar entre los diferentes.

Integrar la diversidad

Existen las diferencias, diferencias de personalidad, variedad de vocaciones, diversidad de culturas y formación. La Iglesia tiene varios rostros. Pero el reto de la sinodalidad es integrar, desde la unidad en Cristo, las diversidades, para que enriquezcan a toda la Iglesia y no sean obstáculo para que el mundo crea.

Esta es la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios en este momento de gracia: facilitar que este ‘kairós’, esta oportunidad del Espíritu, se desarrolle en nuestro tiempo y en nuestras iglesias, se haga posible sentir y acoger el impulso de la gracia para dar respuesta eficaz a esta pregunta fundamental: ¿cómo ser una Iglesia sinodal en misión? (…).

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Índice del Pliego

Objetivo del Sínodo: la sinodalidad, dimensión constitutiva de la Iglesia

La sinodalidad, herencia del Concilio

La sinodalidad: un proceso de renovación eclesial

El proceso sinodal, un gesto profético

El bautismo, eje fundamental de la sinodalidad

DESARROLLO DE LA ASAMBLEA SINODAL

  • Actitud de silencio y escucha
  • Un método: la conversación en el Espíritu
  • Un protagonista: el Espíritu Santo

LA VIDA CONSAGRADA: UN SIGNO PROFÉTICO

UNA IGLESIA SINODAL EN MISIÓN: ‘INFORME DE SÍNTESIS’

  • “Todos discípulos, todos misioneros”
  • Significación en el Pueblo de Dios de los carismas de la Vida Consagrada
  • Dimensión profética
  • Imitación y seguimiento de Jesucristo: variedad y riqueza de formas
  • Situaciones necesitadas de cambio y conversión
  • “Tejer lazos, construir comunidad”
  • Una Iglesia que escucha y acompaña

CONCLUSIÓN

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