Propaganda Fide –la actual Congregación para la Evangelización de los Pueblos– constituye uno de los organismos fundamentales de la Iglesia católica, hasta el punto de que ha marcado su desarrollo durante los últimos cuatro siglos.
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Este proceso ha provocado un cambio sustancial en la figura de la Iglesia, con unas potencialidades aún por desarrollar: la Iglesia católica ha pasado de identificarse con la cristiandad medieval (europea y latina) a configurarse como Iglesia mundial presente en todos los continentes y contextos culturales. Es ya una Iglesia multicultural, que habla todas las lenguas e integra a personas de todas las razas. Ello obliga a vivir de otro modo la comunión y la catolicidad. Esta enorme evolución no hubiera sido posible sin Propaganda Fide, que ha realizado su tarea en medio de enormes dificultades, tensiones e incertidumbres.
En la actuación de Propaganda Fide no se pueden ocultar insuficiencias y limitaciones, pero tampoco grandeza y originalidad. A modo de fórmula, podríamos expresarla así: la actividad misionera de la época moderna ha ido generando multitud de misiones; progresivamente, las misiones se han afirmado como iglesias en sentido pleno, con derecho, por tanto, a ejercer el protagonismo que les corresponde. La Iglesia mundial es, de hecho, una comunión de iglesias extendida por los cinco continentes.
Cambio sustancial
Puede resultar paradójico que, precisamente cuando celebra sus cuatro siglos de existencia, Propaganda Fide haya experimentado un cambio sustancial, establecido por la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’ (19 de marzo de 2022) del papa Francisco sobre la reforma de la Curia romana. Podríamos decir que es consecuencia de su “éxito histórico”: en una Iglesia mundial, Propaganda Fide debe reajustar su presencia y su función, salvaguardando su carisma en el servicio al futuro de la Iglesia, cargado de desafíos y de posibilidades.
Con el lenguaje propio de la época, en 1900, Federico Balsimelli escribía, en su ‘Compendio di Storia della Chiesa’, que Propaganda Fide no tiene igual ni en la época antigua ni en la época moderna; por ello, despertó la admiración y la envidia del más ilustre conquistador; su objetivo es conquistar los espíritus para la verdad y los corazones para la virtud.
Y subrayaba su originalidad con estas palabras: “Los soberbios potentados de Europa multiplican sus cuidados y gastan un tesoro infinito de sudores y de sangre para alcanzar intereses vulgares o para satisfacer ambiciones vulgares… (Propaganda), por el contrario, envía sus suaves conquistadores no para matar, sino para convertir y para domar y, si llega el caso, para morir perdonando…; son pobres y humildes, tienen como insignia la cruz y por únicas armas la fe y la persuasión”.
Cuatro siglos de vida
Para una valoración objetiva, es necesario lanzar una mirada a sus cuatro siglos de existencia: entre ambigüedades y limitaciones, fue protagonista en una Iglesia que abría sus puertas hacia un futuro cargado de incógnitas y de posibilidades.
A principios del siglo XVI, el mundo adquirió unas proporciones insospechadas a los ojos de los europeos. Los navegantes portugueses y españoles abrieron nuevas rutas marítimas, que desvelaron territorios desconocidos para explorar. El nuevo escenario exigía a la Iglesia un esfuerzo gigantesco. No solo los marinos necesitaban la asistencia religiosa, también los habitantes de las nuevas tierras eran destinatarios del anuncio del Evangelio.
En aquel momento, pareció obvio recurrir al apoyo de España y de Portugal. La Iglesia carecía de una organización misionera en cuanto tal. Los dos reinos implicados, España y Portugal, eran cristianos. Sus gobernantes se sentían hijos fieles de la Iglesia y, por tanto, asumían la responsabilidad de asegurar a sus nuevos súbditos la salvación eterna. Se veían como servidores de Cristo para la propagación de la fe y para la prosperidad espiritual de la Iglesia de sus respectivos países, facilitando su establecimiento en territorios nuevos. Las circunstancias históricas fueron una oportunidad y un estímulo, por un lado, pero, a la vez, un condicionante cargado de ambigüedades.
Con vistas a evitar posibles conflictos entre ambos reinos cristianos, Alejandro VI (1492-1503) publicó en 1493 la bula ‘Inter caetera’. En ella, apelando a la plenitud de la potestad (que “se nos ha concedido en el Beato Pedro”) y al “Vicariato de Jesucristo que desempeñamos en la tierra”, otorgaba a ambos reinos las tierras descubiertas o por descubrir, si bien estableciendo una línea de demarcación entre ambos.
Privilegios y competencias
De cara a la evangelización y al establecimiento de la Iglesia, se les concedía privilegios y competencias, una especie de jurisdicción espiritual y canónica. Ello iba acompañado de ciertas condiciones, entre ellas, respetar la libertad de los pueblos, es decir, que su sumisión a la corona fuese voluntaria. La tarea pastoral fue asumida fundamentalmente por congregaciones religiosas (dominicos, franciscanos, agustinos…).
Así quedó establecido el sistema de Patronato. El carácter heroico de miles de misioneros no pudo librarse de las complejidades de la historia real. Más allá de las buenas intenciones iniciales, se perciben con claridad las insuficiencias y riesgos. Las dos coronas reivindicarán sus derechos, que sometían las instituciones eclesiales a los intereses políticos. En ese marco resultaba inevitable que la actitud de muchos funcionarios reales y colonos no respondiera a los ideales evangélicos.
Aquel sistema, además, significaba, de hecho, una alianza con el colonialismo y el etnocentrismo; el misionero aparecía unido al mercader y al militar; de este modo, la evangelización quedaba contaminada por unas connotaciones que más tarde alimentarían reacciones negativas ante la misión cristiana.
Modelo occidental y latino
A ello hay que añadir la pretensión de trasplantar el modelo eclesial occidental y latino, marcado por la mentalidad anti-protestante y anti-moderna; era una Iglesia clerical y piramidal, con una visión negativa de la situación religiosa de los nativos y de sus posibilidades salvíficas…
Este sistema de Patronato sustraía la misión universal a la iniciativa y a la acción del papa (y de la Curia romana). Resultaba imposible una coordinación y una visión global de los proyectos evangelizadores. Ante esta dificultad, se imponía una reacción por parte de la Iglesia. Y esta se concretó en la creación de un organismo novedoso y hasta revolucionario. (…)
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Índice del Pliego
I. UNA NECESIDAD HISTÓRICA: LA RESPUESTA DEL PATRONATO
II. PROPAGANDA FIDE: OTRO TIPO DE RESPUESTA
III. OBJETIVOS Y PRIORIDADES DE PROPAGANDA FIDE
- El desenganche del sistema político
- El respeto de las culturas locales
- El clero nativo y las iglesias locales: el sentido de los vicarios apostólicos
IV. PERÍODO DE DECADENCIA Y DECLIVE
V. UN NUEVO DESPERTAR MISIONERO EN EL SIGLO XIX
VI. HACIA UN FUTURO CADA VEZ MÁS ABIERTO Y EXIGENTE